Carlos Figueroa Ibarra
Donald J. Trump se ha convertido en los últimos años en la amenaza temida para la mitad del electorado de los Estados Unidos y el adalid reaccionario para la otra mitad de dicho electorado. En todo caso, lo que podemos decir que Trump ha gravitado de manera notable en los últimos ocho años de la vida política estadounidense. Primero fue el surgimiento de una figura inverosímil porque era difícil imaginarlo sentado en el escritorio de la Sala Oval de la Casa Blanca. En un principio fue un chiste la posibilidad de su candidatura. Hasta que esta se hizo realidad. Luego parecía increíble que una personalidad tan desagradable como la de él, pudiera ganar la Presidencia de los Estados Unidos. Hasta que la ganó.
Se consideró que los cuatro años de su presidencia (2017-2021), bastarían para que se volviera un mal recuerdo para la tan alabada democracia estadounidense. Aunque perdió el voto popular en 2020, el anticuado sistema electoral de dicho país, le permitió argumentar su triunfo hasta el último momento. Entonces vimos lo que veíamos en los países periféricos acostumbrados a los golpes de estado. En enero de 2021 una turba reaccionaria asaltó el Capitolio y Estados Unidos vivió lo más cercano a un derrocamiento gubernamental.
Trump se comportó en el contexto de la sucesión presidencial como un aventurero golpista, conducta impensable en un presidente de los Estados Unidos. Este hecho que le ha motivado un proceso judicial, sería suficiente como para que pensáramos que estaba muerto políticamente. Pero he aquí que, en una encuesta realizada en la primera semana de noviembre, Trump aventaja por 5% al presidente Joseph Biden en cuanto a preferencias electorales en cuatro estados decisivos: Nevada, Georgia, Arizona y Michigan. Las encuestas indican un empate técnico o una ligera diferencia a favor de Trump. El presidente Biden no ayuda mucho a frenar a Trump. Envejecido y con recurrentes muestras de senilidad, comportamiento inusual, fracasos en política exterior como el retiro sin gloria de Afganistán, una política económica que necesita ser argumentada ante los electores, Biden tiene ahora un 40% de popularidad y la mayoría de los que en las encuestas lo apoyan lo hacen simplemente porque Trump les genera pavor.
Ese pavor esta fundamentado. Porque el blindaje de Trump a pesar de lo impresentable que es tiene raíces en un auge reaccionario que se observa en Estados Unidos, pero también en buena parte del mundo. El auge neofascista que hemos observado en Europa se expresa también en los Estados Unidos y es expresión de la exasperación que provoca en amplios sectores la crisis neoliberal y sus consecuencias en temas de desempleo, precariedad laboral y migración. En Latinoamérica ese auge neofascista es provocado por un anticomunismo exacerbado por los ciclos de gobiernos progresistas.
La proliferación del protestantismo reaccionario y fundamentalista de carácter neopentecostal, ha favorecido la agenda ultraconservadora en materia de género, diversidad sexual y religión. El fantasma del comunismo se ha recrudecido ahora con la lucha contra el llamado “marxismo cultural” que según los neofascistas busca nuevos actores en homosexuales, lesbianas, travestis, transgénero y toda la diversidad sexual además de mujeres, los cuales actúan en el imaginario reaccionario de manera aviesa para desmantelar el mundo que hasta ahora hemos vivido. Esta es la ola en la que Trump se ha montado y ahora se vuelve a montar, para convertirse nuevamente en una preocupante posibilidad en el rumbo a la Casa Blanca en las elecciones de noviembre de 2024.
La agenda de Trump para su eventual gobierno que se observaría entre 2025 y 2029 parte de la idea de combatir a “los comunistas, marxistas, fascistas y hampones de la izquierda radical”, verdaderas alimañas que mienten, roban y hacen fraudes electorales. Esas alimañas son el enemigo interno que hay que exterminar. El plan de Trump es usar al Departamento de Justicia para hacerle guerra judicial (Lawfare) a todos los que se le han opuesto, criticado o en su percepción lo han traicionado.
La ofensiva represiva también contempla depuración del gobierno a través de despidos masivos lo cual le permitiría gobernar sin contrapesos al interior del Estado. Buscaría erradicar al Departamento de Educación y hacer también despidos masivos de maestros/as, realizar una reforma educativa que fomente la “educación patriótica”, permita a los docentes estar armados y promover la oración religiosa. Por supuesto a los migrantes les esperan redadas y deportaciones masivas. Busca promulgar una ley desde los inicios de su gobierno que permita hacer uso de la fuerza militar para reprimir manifestaciones y protestas.
Trump, necesario es recalcarlo, es expresión de un giro reaccionario que está teniendo gran convocatoria. Sus partidarios, como Mike Johnson el recién electo presidente de la Cámara de Representantes, buscan realizar un proceso constituyente que introduciría reformas constitucionales de carácter ultraderechista. Para realizar estas reformas constitucionales se necesita la aprobación de 34 estados de la Unión y ya cuentan con 19. Buena parte de los partidarios de Trump, también pretenden militarizar la frontera con México, reanudar la construcción del muro y realizar acciones militares contra los narcotraficantes al otro lado de la frontera.
Así las cosas, lo que hace unos ocho años veíamos con incrédula hilaridad, ahora corre el riesgo de convertirse en una tragedia política. Lo malo de todo esto es que una tragedia política para los estadounidenses, se vuelve una tragedia política para todo el mundo.
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