Danilo Santos
Los días que corren se consumen entre bulos y puestas en escena que distraen de los problemas estructurales en Guatemala, tanto circo y payasada política, ofende. Ya el pacto de corruptos en el Congreso de la República ha demostrado que no elegirá cortes, esto para garantizar control e impunidad en el Estado de las mafias que lograron pasar el zafarrancho desatado en tiempos del impresentable partido patriota. Ya ha demostrado el Ejecutivo que los Derechos Humanos le importan un bledo, la desaparición de la Sepaz, SEPREM, SAA y Copredeh así lo demuestran; pero se refugia hipócritamente en denuncias espurias porque supuestamente han vulnerados los derechos de uno de sus funcionarios más opacos. Ambos organismo actúan de manera hipócrita.
La discriminación y la exclusión de minorías es una realidad que se palpa en los marcos culturales que el unipolar sistema de ideas ha calcado en la población guatemalteca, somos una sociedad homófoba, sexista, machista, racista; responder a este problema estructural desde el legislativo amenazando con una iniciativa de ley retrógrada, no soluciona el fondo de los problemas de la vida y la familia en el país; pero distrae.
A un año casi de que la República cumpla doscientos años, negar que los pueblos originarios no han tenido ninguna participación en los contratos sociales hasta la fecha, es cerrar los ojos a la realidad. Y en esta horripilante exclusión, son precisamente la mayoría de las familias guatemaltecas las que históricamente han quedado fuera de la toma de decisiones, vulnerando especialmente a pueblos indígenas, mujeres y niñas rurales, y a ese actual sesenta por ciento de población pobre.
Los derechos humanos nacen a raíz de la barbarie que los Estados son capaces de cometer contra su población, sin derechos somos salvajes y la razón la tiene quien sea más violento y tenga la capacidad coercitiva de infundir miedo: sin derechos la humanidad se estanca e incluso, retrocede.
Así que sería un gran golpe de realidad ignorar los teatros que se montan los esbirros y pongamos atención a lo que a pesar de haber pasado doscientos años ya, no nos deja ser un Estado que refleje la visión del mundo de todos los pueblos que conforman. Un Estado verdaderamente democrático donde la diferencia es un derecho y no debe significar estigma. Un Estado, laico, donde cada persona es libre de profesar la religión que quiera, pero no tiene el derecho de imponerla: menos desde donde se legisla y desde donde se gobierna. Un Estado donde lo importante no se define desde lo etnocéntrico y la urbe donde concentra sus más importantes la oligarquía conservadora. Un Estado donde avanzamos en derechos y las mujeres pueden decidir sobre su cuerpo.
Que no nos distraigan y pongamos atención a tener el derecho de elegir nuestra religión, nuestra identidad de género y nuestro cuerpo: sin un organismo judicial independiente y un legislativo y ejecutivo producto de un sistema político ruin y anacrónico, esto no será posible.
Los cambios en Guatemala deben ser estructurales y no de fachada, avanzar en los derechos humanos es el camino.
Fuente: [lahora.gt]
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