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Ríos Montt, tres lecturas sobre un dictador

Carlos Figueroa Ibarra

El domingo 1 de abril de 2018 murió el General Efraín Ríos Montt. Apresuradamente y con honores militares fue sepultado. En su panegírico su hija Zully Ríos Sosa dijo que había muerto un líder político, hombre de bien, gran esposo, de gran moralidad y principios. Esta es una lectura íntima, respetable pero discutible.

Hay otras lecturas acerca de Efraín Ríos Montt. Empiezo por la que le he leído a mis amigos anticomunistas en el espacio de comunicación que compartimos. Para ellos y para todos los que piensan como ellos, Ríos Montt es un hombre a quien los guatemaltecos deben tenerle gran gratitud porque tuvo los arrestos (en realidad usan un vocablo procaz) para frenar a los comunistas que con violencia inaudita mataban a personajes honorables y cometían masacres en los pueblos indígenas. A Ríos Montt Guatemala le debe el ser un país libre. Y es justicia poética que no haya terminado sus días encarcelado. Con sorna y alegría dicen que el general murió en libertad. En realidad murió enfrentando procesos judiciales los cuales evadió por una alegada demencia senil.

Esta lectura contrasta con la que expresan sectores de izquierda, la comunidad de derechos humanos y lo que parece un lugar común incluso en medios de comunicación conservadores, particularmente fuera de Guatemala: Ríos Montt fue un dictador, cuyo gobierno cometió centenares de masacres y más de la mitad de las ejecuciones y desapariciones forzadas que se observaron durante el conflicto interno. Objeto de controversia es si estas indudables atrocidades cometidas en los 17 meses de su gobierno pueden ser calificadas de genocidio. No obstante esto último, un tribunal concluyó como verdad jurídica que el general era responsable del delito de genocidio y lo condenó a 80 años de prisión. Como es sabido, la sentencia rápidamente fue revocada por la Corte de Constitucionalidad quien alegó fallas en el debido proceso.

A esta última lectura del General Ríos Montt que comparto plenamente, agregaría una más. Por un instante, quien hoy es visto “como una de los militares más sanguinarios de Latinoamérica”, tuvo la oportunidad de convertirse en el líder de un movimiento reformista que de triunfar acaso hubiera evitado el baño de sangre que vivió Guatemala desde fines de los setenta hasta el término del conflicto interno. Esto sucedió cuando la democracia cristiana, la social democracia y una parte del movimiento revolucionario, lo apoyó en su candidatura presidencial en 1974. Pero Ríos Montt no resistió al fraude electoral. Optó por un exilio dorado en España y una militancia en el fundamentalismo religioso. En lugar de convertirse en un militar pundonoroso como lo fuera el general Liber Seregni en Uruguay, se convirtió en el líder de un golpe de estado en el cual no participó. Encabezó entusiastamente un gobierno que cometió masacres y desapariciones forzadas, que instauró los oprobiosos Tribunales de Fuero Especial que fusilaron a más de una docena de personas en juicios sumarios y quiso perpetuarse en el poder.

Dicen que la historia lo juzgará. Yo pienso que ya lo ha hecho.

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Carlos Figueroa Ibarra
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