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Parecen nazis en febrero de 1933

Ricardo Barrientos

Jimmy Morales y su pandilla están embriagados de poder y exaltados por su victoria sobre la Cicig. La historia nos advierte peligro, pues querrán más y más.

Por su radicalismo y preferencia por la violencia, durante la primera mitad de la década de 1920 Adolfo Hitler y el partido nazi no eran más que un chiste peligroso. Sin embargo, luego de repetir varias elecciones parlamentarias, intrigas y escaramuzas políticas, el 30 de enero de 1933 el presidente de la moribunda República de Weimar nombró a Adolfo Hitler canciller de Alemania.

No fue una victoria fácil ni rápida. Luego de un golpe de Estado fracasado en 1923, Hitler decidió que la vía violenta no funcionaría y diseñó estrategias para hacerse con el poder usando los límites del sistema democrático, con medios legales, demagogia y mentiras al electorado. Luego de la victoria política, los nazis empezaron a ejercer un poder cada vez más dictatorial.

En febrero de 1933 estaban exaltados, se sentían todopoderosos. Desfilaban con antorchas y se convencieron de que tenían el derecho de gritar y de deshacerse de quienes consideraban opositores o molestos. Fue tal la excitación que los nazis sentían por el poder que en marzo de 1933 empezaron a suspender libertades civiles y a eliminar a la oposición política. El 24 de marzo de 1933, Hitler logró que la Reichstag (el Parlamento) aprobara la Ley Habilitante, que le otorgaba poderes plenos temporalmente, incluyendo la libertad de actuar sin consentimiento parlamentario e incluso sin limitaciones constitucionales. A partir de allí, la historia de la tragedia alemana es bien conocida.

De nada sirve que la historia de la conformación de la dictadura nazi sea una de las más estudiadas si no aprendemos sus lecciones y advertencias. La psicología de los que trabajan por la instauración de una dictadura es muy similar, incluyendo ese prurito apremiante por ostentar públicamente sus nuevas cuotas de poder.

En Guatemala estamos empezando a ver un poco de eso. Luego de la supuesta victoria en el ataque contra la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig) y su comisionado, Iván Velásquez, Jimmy Morales y su gavilla están exaltados y envalentonados.

Me parece que un indicador inequívoco de esta actitud es el incidente que protagonizó Acisclo Valladares Molina al interrumpir a gritos el discurso de un funcionario del Comité Internacional de la Cruz Roja sobre la búsqueda de desaparecidos antes del primer concierto en Guatemala de la Sinfonía desde el tercer mundo, del maestro Joaquín Orellana, en la Gran Sala Efraín Recinos del Centro Cultural Miguel Ángel Asturias. Está claro que, en la mente abusiva, irrespetuosa, autoritaria y antidemocrática de Valladares Molina, su victoria sobre la Cicig y Velásquez le concede el poder de gritar y callar a la gente que le desagrada o que no piensa como él.

Si gente fascista como Valladares Molina hoy se siente con ese poder, ¿qué viene después? Las lecciones de la historia nos lo advierten. Ya desobedecieron a la Corte de Constitucionalidad. Se rumora que Jimmy Morales podría seguir el pésimo ejemplo del hondureño Juan Orlando Hernández de forzar su reelección. O del nicaragüense Daniel Ortega de usar la violencia para sostenerse en el poder. No me extrañaría que en Guatemala se provocara la tragedia de que esta gente aproveche para pedirle al Congreso, presidido por el pacto de corruptos, poderes plenos temporales o la suspensión de derechos civiles o de garantías constitucionales.

La historia nos enseña que, cuando un régimen de corte fascista como el de Jimmy Morales logra hacerse de poderes absolutos, termina mal. Para la Alemania de 1945 terminó en genocidio y guerra. En Guatemala eso no nos es ajeno.

Fuente: [http://plazapublica.com.gt/content/parecen-nazis-en-febrero-de-1933]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

José Ricardo Barrientos Quezada
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