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Casa de dos cimientos habitamos

René Acuña, un rescate

Gerardo Guinea Diez

Enfrentarse a la historia de Acuña es revisitar el olvido. Pero, también, a su obra, bastante ignorada por las nuevas generaciones. Algunas razones lo justifican, otras, no. Carlos Navarrete afirma que “a René Acuña más que leerlo se le explora”. Y hay razones de sobra en las palabras de Navarrete, otro de los sabios que aún nos acompañan. Es decir, Acuña es (o fue, no lo sé, porque nació en 1929 y al parecer, nadie puede dar fe si aún vive) estudió a profundidad el siglo XVI y el Rabinal Achí. Asimismo, el Lienzo de Tlaxcala y su insuperable Notas sobre el Popol Vuh, largo ensayo sobre la obra quiché, dictado en el Centro de Estudios Literarios del Instituto de Filología de la UNAM, en un lejano abril de 1975.

Viajero incansable, su formación humanística la realizó en España y en la Universidad de Los Ángeles (UCLA), California. Doctor en literatura, filósofo y teólogo, Acuña también es poeta. Pero, sobre ello, volveremos más adelante. Lo cierto es que el poeta recaló en la UNAM, donde se especializó como investigador de las culturas prehispánicas.

Profundo humanista, Acuña, conocedor del latín, escribió sobre La Eneida y Marco Tulio Cicerón (El sueño de Escipión). También, De la naturaleza de las cosas de Tito Lucrecio Caro.  Afirma el maestro Francisco Morales Santos, que la “poesía que escribe en aquellos años es continuidad de una tradición mística que remite a los mejores poetas españoles de ese género, como san Juan de la Cruz y Fray Luis de León”. Indica Morales Santos que sus saberes sobre Petrarca y el Siglo de Oro español, lo distinguen.

La valía de este libro radica en abrirnos a una formación clásica, lleno de sabiduría de un intelectual tan fundamental para la literatura en español. Escribe Acuña en Silencio habitado: “Casa de dos cimientos habitamos. /Una, de tierra adentro, para afuera. /Otra, de cielo afuera, para adentro”. Qué más contemporáneo que ese visión poética de pertenencia. Como si hubiese anticipado la globalización, al menos, su parte menos trágica y dolorosa.

Hay una notable influencia de la lectura de los clásicos en su poesía: “Vendrá abril, cuando las rosas sean /un cementerio trágico de pétalos… /Vendrá abril cuando la primavera sea un cadáver hondo en los espejos”. Versos escritos en 1956. Llama la atención el último verso por los ecos de un Borges obsesionado con la figura del espejo. Al igual que Luis Cardoza y Aragón, escribió sobre Antigua Guatemala: “Ciudad de piedras hasta la cintura… /Ciudad sin tiempo, piedra desolada, / viva tú toda en tu cabal hondura /de ciudad sola, pero eternizada”.

Acuña escribió en El Imparcial, en 1957 que “la soledad, si quiere ser creativa, debe llenarse de algún sentido. El hombre no puede vivir sin belleza. El verdadero poeta saca su poesía de las entrañas mismas de la vida”. Sentencia, sin duda, oportuna para quienes empiezan el cansino andar detrás de las palabras. Nada más actual que las siguientes líneas: “El fin de la poesía es el hombre. Una poesía pura que no busque al hombre, que niegue su condición esencial de comunicar vida, debe llamarse suicidio, y al poeta, hurgador de sepulcros, expoliador de muertos”.

Pero, debo decir, que el rescate de Acuña realizado por Morales Santos es una joya en diferentes sentidos filosóficos y morales. Escribe Acuña: “América vive para afuera: es toda oídos, toda ojos, toda palpitaciones. Pero un pueblo no es un pueblo maduro hasta que reflexiona sobre sí mismo. No es signo de madurez conocer, sino conocerse. Un hombre no lo es verdaderamente hasta que se sabe”. Qué diría Acuña ahora, siguiendo a Bauman, en tiempos de liquidez, donde la novedad de hoy es ruina pasado mañana. Qué puede decir este poeta sobre la llegada de Trump y cómo dibujaría a las sociedades del cansancio  y la banalidad.

Descubro en este libro al escritor nicaragüense, Salomón de la Selva, quien dedicó el libro Evocación de Píndaro a Doroteo Guamuch Flores. Seguramente quien sonreirá es Benvenuto Chavajay. Como dato curioso, de la Selva estudió en Estados Unidos, al igual que Acuña, fue soldado en la Primera Guerra Mundial y coincidió con Rubén Darío en 1914. Además de apoyar a Sandino, publicó su primer libro en México con ilustraciones de Diego Rivera.

Como sea, Acuña osciló entre la poesía, su profundo conocimiento del mundo maya, el ensayo, la poesía mística, Rimbaud, la filosofía y la teología. Finalizo con las preguntas que él mismo planteó: ¿Existe Guatemala?, ¿existe la tradición? Y con más hondura se cuestiona y nos cuestiona: ¿Nuestra nación es un mito y nuestra tradición nula y tenemos, por consiguiente, un abismo a nuestras espaldas y una montaña enfrente? Preguntas que aún poseen validez y que nos llevan frente al espejo, a ese espejo doloroso de nuestro historia.

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Gerardo Guinea Diez
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