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Nuestros verdaderos idiotas

¿Quiénes son nuestros idiotas? ¿El exembajador Mérida y los cuatro diputados o los empresarios que financiaron todo creyendo que podían remover al embajador?

Ricardo Barrientos

No hace falta ser un experto en relaciones diplomáticas para convencerse de que el embajador de los Estados Unidos, Todd Robinson, violó reglas básicas del protocolo diplomático. Por ello, quizá en rigor formal, procedería algún reclamo por parte del Ejecutivo o del Congreso guatemaltecos por vulnerar las relaciones entre su país y el nuestro.

Pero, al margen de las formalidades y los rigores diplomáticos, creo que lo dicho por Robinson tocó con acierto el sentir y pensar de la población guatemalteca, que reprueba la actuación de muchos congresistas. Robinson se cuidó de no generalizar, y su descalificación recayó solo en un grupo de cuatro diputados, una consideración que la opinión pública no le concede a nuestros congresistas. De hecho, no hacen falta encuestas o sofisticadas herramientas de medición para darse cuenta de que la percepción ciudadana es de rechazo a los 158, aun cuando sí hay excepciones, pocas pero demostradas con trabajo parlamentario de altura y respaldo técnico.

Por ello es que quizá sea tragicómico, o más trágico que cómico, que quienes, encendidos en patrio ardimiento nacionalista, hayan escrito que esos cuatro podrán ser idiotas, pero «son nuestros idiotas». Según esos insignes defensores de lo nuestro, con este razonamiento solo nosotros, los guatemaltecos, podemos decirles su realidad de idiotas, y no el embajador estadounidense. Vaya forma de demostrar nacionalismo, por cierto bastante idiota.

Si fue un impulso temperamental de la humanidad de Robinson o una acción política premeditada y cuidadosamente diseñada para ser dicha frente a los directores de medios y de prensa, en realidad no es lo importante. El valor político de la acción fue demostrar cuán equivocada, si no ridícula, fue la idea e intención de contratar una empresa privada para que cabildeara en Washington D. C. sobre la remoción de Robinson, como si de esa forma se lograra incidir, influenciar o incluso controlar las decisiones de Estados Unidos respecto de sus diplomáticos. Eso sí que es idiota, pues demuestra una arrogancia inmensa, así como desconocimiento y menosprecio de tantos años de historia.

Siguiendo este razonamiento, creo que Robinson se equivocó al descargarse en contra de los cuatro diputados signatarios del contrato con la empresa de cabildeo. Esto, porque me parece que estos cuatro de idiotas no tienen nada, ya que seguramente recibieron dinero, favores políticos, promesas de financiamiento para su reelección, exposición mediática y quién sabe qué más granjerías. Precisamente porque no son idiotas lo hicieron por algo, y no fue altruismo. Hicieron lo que saben hacer y a lo que se dedican.

Así, quizá el punto más importante de toda esta controversia es la identidad de los empresarios que financiaron toda la operación (que no fue poco dinero). Se dejaron engañar por la empresa Barnes & Thornburg, por los ahora famosos cuatro diputados y por el exembajador Marvin Mérida y creyeron que el plan funcionaría. Se dejaron seducir por su arrogancia, convencidos de que tenían el poder de remover a un embajador de Estados Unidos.

En realidad, Mérida y los diputados Linares, Regalado, Quintanilla y Lainfiesta salieron ganando: les pagaron y tuvieron la exposición mediática que fascina a cualquier político. Barnes & Thornburg también ganó, ya que tiene contratos contra los cuales exigirá que se le pague lo ofrecido. Como dice el refrán parlamentario, «la vergüenza pasa, pero el pisto se queda». Entonces, quizá nuestros idiotas son los empresarios que creyeron que con esto iban a obtener lo que querían: perdieron plata, no lograron lo que querían y encima quedaron en ridículo.

Fuente: [https://www.plazapublica.com.gt/content/nuestros-verdaderos-idiotas]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

José Ricardo Barrientos Quezada
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