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Los gringos metidos en casa

María del Carmen Culajay

No es ninguna novedad que somos el patio trasero del imperialismo yanki. Eso ha sido así durante todo el siglo XX, y por como van las cosas, también durante el XXI. Como dijo Simón Bolívar, pareciera que estamos condenados a eso. ¡Pero hay que romper las cadenas alguna vez!

¿Por qué decimos esto? Porque todo lo que estamos viendo en Guatemala en estos últimos tres meses es un guión escrito por Washington.

La frontera sur de Estados Unidos ya no está en el Río Bravo: ahora pasa por el llamado Triángulo Norte de Centroamérica. El istmo centroamericano y la cuenca del Mar Caribe son zonas vitales para su geostrategia. Siempre lo fueron, y más aún ahora, con el avance de China y Rusia sobre Latinoamérica. Su tradicional patio trasero no, el impero no va a permitir perderlo así nomás.

La actual propuesta de Alianza para la Prosperidad es una nueva forma de recolonización. Necesitan tener asegurada esta zona como parte de su política hemisférica, y además aprovechar la región para sus propias inversiones. En realidad, no hay ninguna prosperidad a la vista para los tres países que caen bajo la iniciativa: Guatemala, El Salvador y Honduras. Es una nueva forma de control político-militar y económico. No más que eso.

Si nos fijamos bien en el monto del proyecto, es bastante exiguo: 1,000 millones de dólares para 5 años divididos en los 3 países. Obviamente, no estamos ante un nuevo Plan Marshall. Son monedas, migajas que el imperio deja caer. ¡Pero el imperio no es tonto! No quiere poner ni un dólar en lugares donde las mafias controlan buena parte de los Estados y donde no hay transparencia en el manejo de los fondos públicos.

Guatemala, de hecho, cada vez más está siendo manejada por grupos mafiosos ligados a los negocios sucios: narcotráfico, lavado de activos, contrabando, tráfico de armas y de personas, obra gris amparada en contratos corruptos. Todo eso desde las estructuras del Estado, que en muy buena medida sigue manejado por corporaciones ligadas a militares y mafias temibles.

El empresariado tradicional representado por el CACIF, y para el caso también los intereses yankis, chocan con esos grupos delincuenciales enquistados en estructuras estatales. O sea: se trata de un juego de poderes entre grandes capitales. El pueblo, como siempre, queda en el medio sin posibilidad de decisión.

Lo que se destapó desde la CICIG en abril no es más que una muy buena jugada gringa que tiende a darle en el corazón a esos grupos. En este caso, esos grupos se manejaban nada más y nada menos que desde el Poder Ejecutivo. La jugada estuvo muy bien hecha, e inmediatamente tuvo su primera pieza sacrificada: la ahora ex vicepresidenta Roxana Baldetti.

Las movilizaciones populares que se empezaron a dar tenían desde el inicio la marca de una protesta muy suave, muy light. Quienes las encabezaron fueron sectores de pequeña burguesía urbana, sentidos realmente por la corrupción, pero sin una propuesta política transformadora que fuera más allá del lamento.

Esa energía popular puesta en la calle podía dar al menos dos salidas: un show bien montado para mostrar (como en todas las “revoluciones de colores” que ha venido desplegando Washington) un descontento ciudadano que logra un resultado concreto: quitar a determinado funcionario (proceso de roll back, llaman los gringos: reversión). O, por el contrario, una movilización que crece y se les va de control, transformándose en una verdadera lucha popular. Esto último, por supuesto, tanto a la embajada como al CACIF y todas las fuerzas de la derecha, les espanta.

De hecho, más allá de esa hermosa movilización ciudadana y ese despertar clasemediero que hemos venido viendo estos meses, con los jóvenes de la Marroquín protestando por ejemplo (¡impensable un tiempo atrás!), vemos que lo que está atrás de todo esto es una buena jugada política de estos grupos de poder (embajada y derecha tradicional –léase CACIF–) contra los nuevos grupos ascendentes, nuevos ricos ligados al Estado contrainsurgente y el crimen organizado. El fervor popular, que nunca terminó de cuajar con otros sectores como los campesinos o los trabajadores organizados, se ha ido extinguiendo. Las organizaciones politizadas que se sumaron a la protesta, están bastante fragmentadas. No hay una clara conducción política de ese descontento ciudadano.

Todo esto nos lleva a pensar que la “reacción popular” fue algo preparado. Y un verdadero avance popular, que podría surgir de esas movilizaciones, se lo frena. De todos modos, más allá de esa clase media que se siente indignada contra la corrupción y protesta, para la derecha hay un peligro en tener tanta gente en la calle. El campo popular, las fuerzas progresistas, la izquierda, ¡debemos tratar de incidir para que esa indignación se transforme en algo más! La gente en la calle, la protesta, el empezar a abrir los ojos, siempre es un riesgo para el sistema. De ahí su necesidad imperiosa de frenar/controlar/aguar la protesta.

Eso es lo que están logrando.

Me pregunto: ¿qué hace el embajador gringo metido en todo esto, tan preocupado por la corrupción? ¿No es eso injerencia en asuntos políticos de un país? Bueno, si este es su patio trasero, sabemos que esa es nuestra triste historia. ¡¡¡Por eso hay que cambiarla!!!

Me permito escribir esto y difundirlo para que estemos atentos: cualquier acción que tomen los gringos, aunque aparentemente pueda ser “progresista”, es para tomar con pinzas. Si ahora propician, por ejemplo, un gobierno de transición para pasar las elecciones y tener una salida airosa que permita la bendita gobernabilidad, ¡cuidado! Nada que haga la Embajada es gratuito. Y de ninguna manera podemos pensar que tiene un aire progresista.

Un factor de poder como Estados Unidos jamás puede ser progresista. No nos dejemos engañar. Es el lobo con piel de cordero. Si quieren sacar mafias del poder, no es de “buenos” y “democráticos” que son. Es, simplemente, porque ese es un enemigo que le chinga negocios y molesta su hegemonía. Por eso estemos muy atentos y no permitamos que nos den atol con el dedo.