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LOS CAMINOS DE MI ROSTRO

Aproximación a los hijos del sueño y la anarquía

Julio C. Palencia

(Fragmento)

CAPITULO CINCO
Sueño que tengo una patria, y patria tengo. Pienso en Guatemala como nación, y la imagen se caricaturiza, jalonea la imaginación hasta quedar en nada. No siempre patria y nación se corresponden. Tres instituciones nos legó España: ejército, iglesia y monarquía. Instituciones que sirvieron para someter, y así seguimos. Nuestra configuración colonial sigue vigente en los últimos años del siglo XX. La composición cultural y económica, el desarrollo de la sociedad civil, exigen imperativamente una nueva conformación del Estado, con instituciones civiles que se correspondan con nuestra realidad. Desde la caída del imperio español, Guatemala no ha podido dejar de ser una finca con capataces de turno y dueños eternos.

II

Guatemala es un país con muchísimo movimiento y ferviente actividad social y política. Mas todo este movimiento no necesariamente conduce a cambios significativos en sus estructuras de pensamiento y sociales-económicas. Esta incesante actividad casi siempre termina por anularse entre anárquicos sentidos y desconocidas direcciones, lo que da como resultado un estancamiento, en donde la proporción del cambio se aproxima a cero. Inmóvil y petrificada, por momentos superficial, decadente, la significación en los cambios termina siempre en terremotos mal asimilados y trágicos. Esta confrontación con tintes suicidas, planteada en todos los niveles, no necesariamente nace del conflicto generacional e histórico, de tradición y modernidad. Amargamente Guatemala (igual otros muchos países) nació siendo el reverso y complemento de otras sociedades. Inevitablemente modernos por existir hoy, conditio sine qua non de la modernidad, los guatemaltecos devienen a través de sus tradiciones, y no sólo a través de ellas, deviene también en tanto nación no consumada, es decir, no representativa de los grupos humanos que la conforman. Podemos aspirar a introducir en nuestra modernidad, tan igual y diferente de las otras, un sujeto humano libre y responsable.

III

La paz no es un premio, es una elección. En ella todos tenemos que ver, y en Guatemala la paz pasa por una revolución del pensamiento político, por justicia social y un renovado interés en mantener dentro de las fronteras que hoy delimitan nuestro país a grupos humanos, cuyos individuos se constituyan en ciudadanos, con toda la responsabilidad y derechos que esa figura jurídica señala. Pasa, sin dudarlo, por una distribución de la riqueza, no sólo en términos monetarios sino también de propiedad productiva, justa. Pocos, muy pocos, querrían pertenecer a una sociedad donde se les maltrata, humilla y se les somete a penurias permanentes. Una sociedad, cualquiera que sea, debe tener proyección, movilidad, sentido de grupo, y sobre todo aspiraciones con cauces apropiados de realización. No es un llamado a la uniformidad. Señalo simplemente nuestra carencia de una idea, de un conjunto de instituciones que aglomeren a los individuos, y éstos se reconozcan en ellas, y las consideren confiables. Los guatemaltecos no nos hemos dado instituciones, estas os han sido impuestas. Y sus características locales están condicionadas por infinidad de intereses económicos y políticos. Como señalé anteriormente, los guatemaltecos devienen a través de sus tradiciones. En realidad todos los pueblos lo hacen. Peligroso sería intentar negarlas, también inútil. Ellas son nuestra fotografía y nuestro aprendizaje, que en la historia guatemalteca ha sido muy penoso. Nuestras tradiciones se contraponen. Lo bueno para unos no ha sido lo bueno para otros. Las tradiciones no son algo inmutable, no es esa dirección hacia donde ellas señalan, pero sí es a través de ellas que podemos darnos cuenta de qué país es el que queremos hoy. En Guatemala tenemos tradiciones prehispánicas y tradiciones inculcadas en el parteaguas de la Conquista Española. Muchas tradiciones mayas se perdieron para siempre en ese acontecimiento. Las más sobrevivieron y otras están siendo rescatadas. La tradición no se limita a la costumbre, más en ese sentido la utilizo aquí. Es tradicional el maltrato al indio, es tradicional su rezago económico, es tradicional la religión maya y también la católica, son tradicionales y folclóricos los golpes de Estado, el autoritarismo y la opresión, es tradicional la broma y la alegría a toda costa, es tradicional la quietud y extrañeza del negro. ¿Qué de ésto nos sirve para emprender con manos hundidas en nuestro ser más auténtico y antiguo, pero también con manos nuevas, la dura tarea de parir un país estable? El indio rompió su inmovilidad política, y desea participar activamente en la fundación y la conducción de una nueva nación. Hasta hoy, Guatemala ha sido lo que la cultura dominante ha querido o ha podido hacer con ella. Hasta hoy sólo la cultura mestiza, con su lado occidental a cuestas, ha hablado. Y hasta hoy también nos hemos manifestado incapaces de construir una nación sobre la base inaceptable de la uniformidad. El mestizo no tiene por qué incorporar al indio. Con las herramientas sociales necesarias él se incorpora solo. Y si no tiene esas herramientas, es su deber exigirlas. Grandes responsables de la eclosión del país, fueron y son sin duda, sus dueños. Guatemala es un país de propiedad privada donde la inmensa mayoría carece de esta; es un país con un Estado raquítico y mezquino, donde es tradicional no gravar la riqueza, ni pagar impuestos; es tradicional las componendas entre reducidos grupos de poder, apostando el futuro de la patria a espaldas de ésta. Un país no se conforma sólo de sus trabajadores y campesinos, de sus hombres y mujeres, de sus intelectuales y estudiantes, de sus niños y sus árboles. Se conforma también de un reducido grupo de innegable importancia económica, es decir, los propietarios medianos, grandes y sobresalientes. El capital no tiene nacionalidad, podrán decir algunos con justísima razón, pero esa riqueza la poseen hombres y mujeres que fueron creados en un sistema social con reglas y condiciones determinadas, reglas injustas que han fracasado. Nadie, aunque fuera un grandísimo propietario, es un Robinson Crusoe. Su conciencia se divide entre el afán de riqueza y su responsabilidad social. Examinando la historia guatemalteca, muy poco cabría esperar de ellos. Sin embargo, su participación en la configuración de un país nuevo es sin duda importante.

IV

La sociedad guatemalteca, tanto en su conformación india como mestiza, proviene de una matriz autoritaria. Nos hemos configurado como nación en base al sometimiento, al acatamiento de órdenes y al silencio. La democracia, por cierto, no ha acampado en estos territorios. La justicia y la paz se ausentaron de estos lares. Fue ese mismo sometimiento y ese silencio obligado al que se sujetó al indio, el que tiño de gravedad austera nuestro modo de ser mestizo. El guatemalteco es ceremonioso y cordial, hipócrita, como único camino de sobrevivencia, y un insaciable bebedor de aguardiente. Mucha de la juventud guatemalteca de todos los tiempos ha sido abnegada y heroica. Y hubo multitud de héroes y abnegación sin una pizca de épica, ya que éstos se nos truncaron en tragedia, pues nacen de la desesperación y el desencanto. Y tanta tragedia quedaría enterrada junto con los muertos, si de ella no rescatamos el conocimiento necesario para ser mejores, no sólo individualmente, sino como país. Somos una sociedad catatónica y epiléptica, de cuerpo social desmembrado. Una sociedad enferma que tardará muchos años, tal vez decenios, en cicatrizar las heridas del hambre y la violencia. Eso en el supuesto, claro, de que hoy en Guatemala la cosa social, política y económica caminara de manera más digna.

V

La modernidad, ¿qué puede ofrecernos? Ella, sin duda, se ocupa muy poco de Guatemala. Y la modernidad, como lo sabemos muy bien los países del tercer mundo -o el cuarto-, no necesariamente significa eficacia o progreso. Menos, mucho menos en la etapa actual de la globalización económica. Puede significar, por ejemplo, devastación ecológica, de tal manera que un verde país se convierta en pocos años en un asolado desierto. Puede significar muchas desgracias y también muchas ventajas, todo depende de qué tan preparados estemos para afrontarla. El guatemalteco es trágicamente moderno. Hemos viajado con boleto de tercera en el tren de la humanidad, y en la división internacional del trabajo nos correspondió ser hace algunos años, una república bananera, para evolucionar en la actualidad a una república alquilable y maquiladora. Somos un país con poco margen de negociación, una «republiquita» que aún se debate en su doble útero abismal, arrinconado entre el asombro y la desgracia. Todo lo humano nos pertenece; y aún algo más: lo nuestro, lo íntimamente guatemalteco. La modernización no pide permiso, nos arrastra, y Guatemala necesita hacer un alto caminando. El guatemalteco requiere ajustar cuentas con él mismo, sumergirse en sus raíces y en sus posiblidades, arrinconar sin salida la corrupción escandalosa, la barbarie del hambre y la brutalidad militarista de cualquier signo. Guatemala requiere darse legalidad sobre una base estable y dignificadora de su integrantes, requiere asimismo darle aliento a un nuevo Contrato Social. Asistimos a sus dolores de parto. De todos los guatemaltecos, y al hablar de todos me refiero precisamente a todos, sin tener en mente a ningún sector o grupo, depende que el niño no nazca muerto.

VI

En esencia, el guatemalteco es lo que puede ser, no lo que quiere ser. No queremos ser mexicanos, ni estadounidenses o europeos, pero nuestra singularidad, pringada de elementos universales, aún tiene bases endebles, debido sobre todo al apartheid al que está sometido el grueso de la población de este país. Lo guatemalteco lo tenemos entre los dedos, en los ojos, en el alma, pero como cohesionador aún no se objetiviza. Mentira si alguien dice que somos un pueblo de tristes y cabizbajos. Quién en nuestra situación sonreiría con tanto ahínco a la muerte y a la vida, si una alegría vital no sobreviviese al espanto. El deseo de ser no se reduce a cenizas, aunque se confunda por años con la sangre y el exilio. Y al decir exilio, me reconozco ave sin árbol, mariposa sin capullo, una vocal sin consonantes. Es tradición regresar a Itaca, y a Guatemala siempre se regresa. El que no regresa es que nunca se fue, y pervive dolorosa y dulcemente en su seno. Y muchos ya regresaron, y muchos aún esperan. ¿Qué tanto puede cambiar al país una inyección de ideas y experiencias no repetidas, es decir, nuevas, por la cotidianidad en Guatemala? Muy poco quizá, o quizá mucho, sólo el paso de los años lo dirá.

VII

La violencia nos colmó, no sé si agotado quedó ese camino. Saber de nuestra historia de este siglo es poco alentador. Podría afirmar que carecemos de una burguesía nacionalista, local eso sí, pero sólo por la ubicación de sus bienes, e internacional por su dinero, y por sus aspiraciones provincianas de residir de espíritu completo en Nueva York, Taiwán o París. Y malcriada, mal acostumbrada por el Estado, las leyes y los políticos. Aunque una nueva generación de empresarios, jóvenes, contemporáneos de la guerra en nuestro país, quizá podrían pensar distinto, y desarrollar su función, la de empresario, con sentido común y fundamentalmente con sentido social. Sueño en voz alta y a los sueños no los ataja la prohibición por ningún lado.

VIII

Inicié mal este escrito sobre Guatemala, y debí darme cuenta que me introducía en un terreno sagrado. No sagrado en el ámbito divino, sino en el humano. El guatemalteco lucha a cada momento con alegría, coraje y desesperación por inaugurar su patria. Reconstruirla en los pasillos de la memoria y de la realidad; y es en esa realidad cotidiana, terreno de los esfuerzos, donde la gente chapina se entusiasma, se enamora, lucha por comida, y lucha por toda la satisfacción de sus necesidades. Es en esa cotidianidad donde el esfuerzo, los sueños, se quebrantan y truncan, se truecan en desencanto. Hija de la frustración y del ingenio es la ironía, convertida en chistes mordaces que vengan momentáneamente a los perpetuos desheredados. La mordacidad tiene poco que ver con la hilaridad, su hermana gemela es la tristeza, una tristeza de siglos que pide salir, y que genial y creadoramente se convierte en carcajada. La risotada, desinhibida y retadora, nos salva de ser un pueblo de amargados, y permanecemos como badajo pendulante entre una y otra orilla, a punto siempre de poner un pie en tierra. Poco prácticos y charlatanes, más tradicionales que renovadores, no dejamos de alumbrarnos con luz fría. Individualistas, donde hay un guatemalteco hay una organización. Salvadores y solitarios, cuando se toma la palabra se habla hasta por los codos. El guatemalteco casi siempre funda su práctica en el olfato político, en el instinto; y no es que esta costumbre sea desdeñable, sin embargo, la necesidad funda nuestra visión del mundo, y este método, por llamarle de alguna manera, no nos permite ver un centímetro más allá de nuestra nariz. No podría ser de otra manera en una sociedad fragmentada, cuyos sectores se caracterizan por el enfrentamiento. En un país que aún no es nación, la ley de la selva predomina. Los empresarios, dueños absolutos, con la parte del león, defienden sus intereses; los sindicatos obreros a sus agremiados; los diputados, servidores serviles, se cotizan de acuerdo a sus actos. Y así hasta el infinito. No hay derechos que defender en ese país. Las fincas coloniales carecen de ellos. En ese estado de cosas el humilde siempre sale rasurado. Sólo de un acuerdo general, un pacto constituyente, pueden los intereses contrarios parir un resultado decente.

IX

El dolor impuesto y obligado, la tortura, tiene sesgos terribles para quien lo sufre, puede quebrar la voluntad o hacerla férrea. El dolor imaginado, sólo posible, expresado como amenaza, hace perder la cabeza y transtorna la imaginación. La sorda y enfermiza represión desatada en Guatemala, el clima de violencia y agresión, se constituye en uno de los factores patológicos más profundos en nuestra sociedad. Los que lo padecen desarrollan un sentido de sobrevivencia que sólo dan los tiempos de guerra, hay pérdida del sentido y proporción humanos, y la población por lo general recurre a esconder la parte suave, blanda, del espíritu para desenvolverla en estrechos vínculos familiares y amistosos. Las opiniones se camuflagean o se niegan como un mecanismo de conservación física. Todo ser humano pierde su dimensión ante la amenaza del dolor o la muerte violenta; esta práctica inhibe el desarrollo íntegro y democrático de la sociedad. Los promotores y desarrolladores de estas prácticas funestas en el país, ya sean guatemaltecos o extranjeros, seres casi humanos y mefistofélicos, raza torturadora de ralea deprimente, deben ser juzgados, no en un afán de venganza victimaria sino como ejemplo de vergüenza pública, para que nunca más se repita. Ellos no merecen ni una línea más en este escrito, y tampoco merecen, en suelo patrio, dos metros cuadrados donde se pudran. Amén.

X

Todas las sociedades, igual la guatemalteca, se constituyen en agrupaciones de personas con intereses comunes, divergentes y hasta opuestos. Es natural que esto sea así. Por lo tanto, en toda sociedad deben existir los canales o instituciones plurales, o la voluntad explícita o callada de darse estas vías, como cauces apropiados para dirimir apropiadamente los conflictos.

En Guatemala la dinámica de los grupos humanos tiende siempre a la confrontación antagónica. La credibilidad y legitimidad de las instituciones está muy desgastada. Se encuentran cuestionadas por la apropiación y utilización que de ellas ha hecho la elite del poder económico y político desde la colonia. Instituciones nacientes, como la Corte de Constitucionalidad y la Procuraduría de los Derechos Humanos, se mueven en un medio político adverso y áspero, que incluye la posibilidad de ser golpeadas por la represión, como ya ha sucedido. Diversas organizaciones independientes de análisis e investigación, que ya funcionan en el país y otras que seguramente surgirán en el futuro cercano, constituyen la base necesaria para el apuntalamiento de instituciones civiles de carácter legal y democrático.

XI

De un pacto social, económico y político deben surgir las bases del renacimiento guatemalteco, tomando la palabra renacimiento como una tentativa histórica más de nacer. Un pacto posible, creíble y viable. Conforme transcurren los años de la postguerra fría, el espectro del poder político se transparenta y nos muestra una mafia política-económica que se ha apropiado de los rublos capitales del país y lo ha conducido, desde hace muchos años ya, a la confrontación y al desastre. Esos mismos sectores buscan reacomodo en el nuevo esquema del país. Es más, ellos deciden verticalmente en el diseño de la Guatemala del futuro. La incipiente sociedad civil debe luchar por incluir en este nuevo diseño sus demandas, y vigilar el darse instituciones que reglamenten los aspectos vitales del quehacer nacional y sirvan de regulador y contrapeso al desmedido poder e influencia, desastrosa por cierto, de los sectores y personas que han conducido el país hasta el momento. Es urgente en Guatemala desalentar y combatir la cultura de la violencia, y sobre todo, implantar por obligación y como acto de conciencia, el respeto a los derechos humanos. Reconstruir el mercado interno es impostergable, lo que necesariamente pasa por elevar el nivel de vida de las personas. Hasta el día de hoy la miseria se enseñorea en una proporción escandalosa de los hogares. Los militares deben regresar a los cuarteles. Basta de ser un país típico del cuarto mundo y que militares de cualquier rango ocupen puestos públicos destinados para civiles. Un ejército profesional y nacional no debe desgastar su espíritu de servicio y protección a la comunidad, su moral, en andar fustigando, torturando y asesinando compatriotas, por el sólo hecho de buscar el bienestar nacional con concepciones y caminos distintos. El ejército profesional ¿es una fuerza apolítica, obediente y garante de las instituciones que la sociedad completa se ha brindado, o puede brindarse, perfeccionándolas o cambiándolas? A los militares en Guatemala se les teme, casi siempre se les odia. El brutal genocidio estuvo a cargo de ellos, ¿por defender a la patria? ¿por exterminar a los comunistas? ¿por defender intereses mezquinos y reprobables? Seguramente las tres preguntas se incluyen en una respuesta. Todos los factores influyeron para una acción acendradamente furiosa y terrible. El que más influyó, por supuesto, fue la obtención de prebendas y porciones de poder para unos (los militares) y la defensa de privilegios añejos para otros (terratenientes, burguesía nacional y poderosos socios extranjeros).

XII

El hecho mismo de alcanzar la firma de la paz mediante negociaciones entre el gobierno, el ejército y la URNG, significa ceder y mantener posiciones, encontrar puntos de convergencia en cuanto al país que deseamos, o por lo menos, el país que pretenden configurar las partícipes de éstas, en una negociación de marcada tendencia cupular. En todo trato serio y respetable, la regla fundamental y válida es que los pactos deben ser cumplidos. En la nueva situación que se vislumbra en el país, el cumplimiento de lo pactado se constituye en la raíz de la estabilidad, de la credibilidad, muy desgastada de antemano, de los partícipes. Las reglas en el ejercicio del poder deben ser vigiladas por la sociedad misma.

XIII

Ni la insurgencia tomó el poder ni los militares ganaron la guerra. Es un conflicto social cuya última solución no se encuentra en el terreno militar. La solución obligadamente recorre los campos de la negociación política y el mejoramiento social y económico de la población. En una dimensión humana del conflicto podemos decir que sólo hubo perdedores. El país perdió al confrontarse, al inhibir el diálogo, al permitir la ruptura del tejido social. Somos un país sin democracia y sin la educación histórica para vivir en ella. Comenzar a construirla requiere de la voluntad de todos los sectores y todas las personas, en un esfuerzo supremo de acabar con los lastres que nos acosan.

XIV

Guatemala no es sólo donde nacemos. Es el lugar y el hogar que nos da su nombre: guatemaltecos. Es donde conviven y se desarrollan nuestros niños. Ellos no son únicamente el futuro, son también el presente en espera de la estafeta que podamos entregarles. Un país con grupos sociales en permanente confrontación suicida no es apto para una vida cultural que retroalimente constructivamente a la sociedad, no es apto para el desarrollo económico y equitativo del país, ni apto para el fortalecimiento civil y democrático de las instituciones; mucho menos es apto para vivir.

XV

El país no se construye solo, ni una moderna Comala, pueblo de muertos y recuerdos, forma una patria. De nada sirve erigir monumentos o símbolos anodinos con un bostezo, en un canto nulo y castrado de sus pobladores. La mi Guatemala es un poema inacabado, con una vocación incógnita al mismo tiempo esperanzada y cansada. En el sendero del verbo descarnado, entre sus aguas tiránicas, una doncella anónima arrulla entre sus vísceras amadas el fuego Prometeico del ser humano.

Tomado del libro Los caminos de mi rostro
Publicado por Magnaterra Editores, Guatemala

Julio C. Palencia
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