Lo que se necesita ahora no es resiliencia, sino rebeldía, resistencia y, si se logra organizarla, desobediencia civil.
Jorge Mario Rodríguez
A medida que pasa el tiempo, el desarrollo de la pandemia del COVID-19 presenta sombríos nubarrones que incrementan el grado de incertidumbre de todas las sociedades del mundo. Y es que la actual crisis del coronavirus solo anticipa otros males de carácter global —hay que insistir sobre esto— sobre los cuales debemos estar prevenidos para actuar en consecuencia. Una genial caricatura en ‘The Guardian’ muestra un cuadrilátero en el que las esferitas de la tierra y el coronavirus se engarzan en una feroz pelea, mientras que un monstruoso luchador, el calentamiento global, espera ansioso su turno detrás de las cuerdas.
En realidad, los desafíos son más numerosos, y deben incluir, además, del calentamiento global, la distopía tecnológica y la desigualdad social. Estos son problemas que, desde luego, se integran de una manera que demanda una estrategia unificada para poder enfrentarlos.
Con todo, las soluciones no serían muy difíciles de encontrar si privase un sentido de racionalidad integral. Es tan simple como crear un mundo más justo, ecológica y socialmente sostenible. Una racionalidad que, desde luego, cuestiona los ilegítimos privilegios de las plutocracias globales y locales. Estas prefieren que el mundo desaparezca, antes que comprometer sus privilegios. Al final, los eventos catastróficos se pueden evitar si se adquiere un cómodo refugio en un antiguo silo nuclear en Kansas o un búnker en una isla de Nueva Zelanda.
Sin embargo, los temas cruciales se siguen eludiendo con ruidosos silencios. Es más seguro, por ejemplo, echar a andar el rumor de posibles conspiraciones que plantearse con seriedad el futuro de la economía cuando los equilibrios rotos del planeta ya marcan límites estrictos a un consumismo sin sentido.
En este contexto plagado de confusión, polarización y fragmentación, el gobierno guatemalteco cumple, sin parpadear, la directiva oligárquica de mantener la injusticia a todo lugar. Así, sus cuadros tecnocráticos repiten las disfuncionales fórmulas neoliberales, con la más arrogante irresponsabilidad y la menor imaginación, para encontrar los caminos de “recuperación” económica del país. Estos planes ni siquiera se preguntan cómo se puede garantizar el derecho a la salud en un mundo que ha tomado conciencia del peligro generalizado que supone cualquier brote epidémico.
Ahora bien, es obvio que persistir en esas agendas, en este momento, solo puede lograrse pactando con la mafia política guatemalteca, la cual ha caído en la más absoluta depravación. Así las cosas, la corrupción se torna más descarada e insolente. Como trasfondo de este despliegue de la más cínica corrupción, la mafia económica mundial ha polarizado el mundo hasta el qué punto en que sociedades poderosas han prendido fuego en catástrofes sociales de consecuencias realmente incalculables. La diferencia es que estas sociedades no se quedan de brazos cruzados.
La sociedad guatemalteca debe, sin embargo, tomar en serio su responsabilidad hacia sí misma y hacia el mundo. Sería un acto de dignidad ciudadana que no esperemos a que otros países, después de resolver sus problemas con sus propios medios políticos, vengan a mostrarnos la responsabilidad que comporta vivir en un mundo globalizado.
En este momento, la tarea de la sociedad guatemalteca es derribar el sistema de corrupción política que ha llegado a excesos de cinismo que ningún pueblo digno puede soportar. Se deben adoptar medidas que impidan que el gobierno de Giammattei siga siendo el arma más letal en contra de la vida y el mínimo bienestar de nuestra gente.
En particular, se debe apoyar la campaña que pregunta por los miles de millones que no se han usado para impedir la muerte de tanto connacional. Lo que se necesita ahora no es resiliencia, sino rebeldía, resistencia y, si se logra organizarla, desobediencia civil.
Fuente: [https://elperiodico.com.gt/]
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