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De Toblerone a lentes Carolina Herrera

Virgilio Álvarez Aragón

El señor Jimmy Morales, empleado público con el salario más alto por su función en toda América Latina, decidió darles a sus ciudadanos otra lección de corrupción clara y llana. Mandó a sus sirvientes a que visitaran las mejores tiendas y le llevaran lo mejor de lo mejor para su uso y consumo personal.

Eufórico con sus ingresos presidenciales, pero también con el poder, el señor Morales es el típico nuevo rico que se dispone a consumir todo lo que en sus días de cómico vulgar soñó tener, pero no podía adquirir con el pago a su trabajo. Así, llegado al poder, ha dispuesto darse todos los lujos habidos y por haber, imaginando que el final de los tiempos llegará cuando, lamentablemente para él, deje de presidir este país, donde, por lo visto, la corrupción cínica, vulgar y abierta es similar y hasta mayor que la de las peores dictaduras africanas.

En apenas un año, Morales derrochó en artículos suntuarios más de 300 000 quetzales que no salieron de su ya abultada chequera personal, sino de los fondos públicos. La minuciosa investigación de Luis Ángel Sas publicada en Nuestro Diario detalla las excentricidades adquiridas y sus costos.

La mínima ética profesional y laboral invita a ser cuidadoso en el gasto. Y en un momento en el que la corrupción es el tema central, cualquier funcionario medianamente inteligente intentaría evitar el derroche. Pero resulta que Morales y sus allegados han decidido gastar el dinero de todos como lo hacían los gobernantes de los corruptos gobiernos militares, con la diferencia de que, mientras aquellos eran opacos en la presentación de sus cuentas, el gobierno de los nuevos viejos políticos cínicamente nos demuestra que estos despilfarran el dinero público en sus lujos y que no solo no se avergüenzan, sino que quieren hacernos creer que son gastos legales y necesarios.

De whisky de más de 200 dólares la botella a jeans y pantalonetas de marcas exclusivas adornan hoy el cuerpo del presidente y refinan su paladar. Nada en contra si esto fuese pagado con su dinero. Toda la crítica a estos gastos es porque se han hecho con fondos públicos, para nada asignados para objetos de consumo personal. No es posible que el arreglo de sus gafas lo paguemos entre todos, mucho menos que se adquiera un par de lentes de sol por USD 3 041.

Este último dato invita a reflexionar. La marca no se precia de vender las gafas de mejor calidad, sino las de mejor vistosidad y exclusividad, lo que nos muestra un consumidor vanidoso, aficionado a la ostentación, tal como se identifica la narcocultura: los nuevos ricos que, como no se han esforzado en obtener el dinero, lo despilfarran y ostentan para que los demás sepamos que ahora son millonarios. Estos nuevos ricos son de los que compran biblias no por su contenido, sino por el empaste en cuero y su diseño de portada exclusivo.

Pero también llama la atención el gasto porque es evidente que el comprador no buscó el mejor precio y porque el vendedor pudo haber sido un prestanombres para que otro se quedada con el sobrante. La marca es de lujo para nuevos ricos, pero no es la de mayor estatus entre consumidores conocedores, pese a lo cual sus precios no llegan a superar el millar de dólares.

Nuevamente vemos a un presidente aficionado a quedarse con los vueltos, a vivir de lujos siempre y cuando los paguen otros, a predicar esfuerzo, pero mostrar opulencia. Pero lo más indignante es un ente controlador del gasto público que va a la zaga, incapaz de profundizar en la calidad del gasto cuando de la Presidencia de la República se trata.

La excelente investigación periodística de Sas nos coloca no solo ante el abuso gubernamental, sino, posiblemente lo peor, ante un gobernante que no está dispuesto a actuar bajo principios éticos políticos mínimos. En otras latitudes, con sociedades y clases políticas mucho más objetivas y responsables, una vice primera ministra debió renunciar al cargo porque compró, con fondos públicos, un paquete de chocolates para su consumo. El famoso caso de los Toblerone de Mona Sahlin le dio la vuelta al mundo en 1995, ya que la entonces vicejefa del Gobierno sueco debió renunciar al haber usado en su beneficio un poco más de 40 dólares.

Morales ha despilfarrado en sus gustos y lujos USD 42 638, cifra muy superior a los chocolates que derrumbaron a la política sueca. No era una falta que significara siquiera un juicio en el Parlamento, pero la sociedad, que paga impuestos elevados, se consideró estafada ética y políticamente por la funcionaria.

El comportamiento ético tiene cláusulas básicas. No es el monto de la malversación o la apropiación ilícita lo que cuenta. Es la acción de aprovecharse de los recursos públicos en beneficio personal lo que la sociedad considera. Los guatemaltecos estamos viviendo un período de inflexión en lo que a ética en la gestión pública se refiere. Morales debió devolver el dinero recibido indebidamente del Ejército, pero, al devolverlo ante la presión social, no hizo más que confirmar que había cometido una falta grave que obligaba a que se lo juzgara. La malversación en los gastos de representación es ahora la imagen clara de la vocación corrupta y oportunista de Jimmy Morales, y nos toca a los guatemaltecos aceptarla o rechazarla.

Fuente: [https://www.plazapublica.com.gt/content/de-toblerone-lentes-carolina-herrera]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Virgilio Álvarez Aragón