Carlos Figueroa Ibarra
El domingo 19 de junio de 2022 fue un día histórico en la vida política de Colombia. Un candidato de las fuerzas progresistas por primera vez en la historia de ese país, ganó la presidencia de la república. Con casi el 51% de los votos y con una alta participación electoral (58%) Gustavo Petro y Francia Márquez gobernarán a dicho país los próximos cuatro años. La victoria rompe con más de doscientos años de predominio conservador el cual a menudo se ha expresado a través de la represión más feroz.
El triunfo de Petro debe ser interpretado como la continuidad en las urnas electorales de las grandes protestas antineoliberales que en Colombia se observaron en 2019-2020 y luego en 2021. Al igual que en Chile el triunfo de Boric es indisociable del gran levantamiento popular en contra de las medidas neoliberales que observamos partir de octubre de 2019, la formula Gustavo Petro-Francia Márquez debe ser asociada a la ola de indignación popular de 2019-2021. En su discurso de la victoria, Petro atribuyó su triunfo en gran medida a la votación de la juventud y de las mujeres.
Petro gobernará un país desgarrado por décadas de violencia. Tendrá que enfrentar los problemas acumulados de siglos y los desatados con el asesinato en 1948 del gran líder antioligárquico Jorge Eliecer Gaitán. Colombia tiene presente a una derecha extrema de carácter neofascista que está encabezada por el expresidente Álvaro Uribe. El hecho de que su candidato de emergencia, el también neofascista Jorge Hernández, haya sido derrotado pese a unir detrás de él a las distintas expresiones reaccionarias del país, no debe hacernos olvidar que el 47% de los votantes (casi 10.6 millones de votos) lo apoyaron, lo que revela que las posturas más retrogradas tienen base de masas en Colombia.
El presidente Petro tendrá que hacerle frente también al reto de reforzar los acuerdos de paz con las FARC-EP que han sido desvirtuados por los asesinatos cometidos contra los ex combatientes insurgentes, además de frenar la oleada de violencia expresada en la ejecución de más de 1,300 luchadores sociales y las 200 masacres que se han observado desde la firma de los referidos acuerdos de paz. Deberá enfrentar el siempre presente problema del narcotráfico y su capacidad de violencia. Además tendrá que continuar los esfuerzos para lograr un acuerdo de paz con el Ejército de Liberación Nacional, insurgencia activa desde 1964. Todo esto en el marco de una cuidadosa relación con las fuerzas armadas, que no ha visto precisamente con simpatía al candidato victorioso.
Los discursos de la victoria pronunciados por Gustavo Petro y Francia Márquez sintetizaron los grandes retos que tienen como gobernantes. Acaso el más grande sea el lograr la paz, por lo que el énfasis de la alocución de Petro fue lograr un Gran Acuerdo Nacional para convertir a Colombia en “una potencia mundial de la vida”, un gobierno de paz, justicia y amor. Un gobierno que tenderá la mano en espíritu de reconciliación con la oposición de derecha. Un gobierno incluyente que recuperará las raíces indígenas y afro y todas las raíces de los colombianos. Y como dijo Francia, incluyente de todas las diversidades.
Para contrarrestar el discurso anticomunista del que fue objeto, Petro expresó que su gobierno fomentará el capitalismo, pero no el salvaje que se ha vivido en Colombia hasta ahora. No el depredador del medio ambiente, sino uno cuya economía esté en empatía con la naturaleza y con las energías limpias. Su gobierno se unirá a la lucha mundial contra el calentamiento global y su relación con los Estados Unidos de América, tendrá en este tema un elemento esencial. Fomentará además la integración latinoamericana con lo que se unirá al progresismo latinoamericano en ese propósito.
Como siempre sucede, la noche del 19 de junio fue para el progresismo latinoamericano una de inmensa alegría. Lo que vendrá a partir del día siguiente, será para el Pacto Histórico una ardua lucha para enfrentar a una derecha intransigente y a los inmensos retos que conlleva gobernar un país como Colombia.
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