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Carlos Figueroa Ibarra

Hace unos años publique un libro (El recurso del miedo. Estado y terror en Guatemala, EDUCA 1991; F&G 2011) que pretendía explicar la gran matanza ocurrida en Guatemala durante los años del conflicto interno. Concluí que la causa del genocidio más grande en la América contemporánea, era la cristalización en Guatemala de una cultura política anidada en la clase dominante e irradiada por toda la sociedad a través de la hegemonía oligárquica. Esa cultura política está sustentada en el oscurantismo reaccionario y la recurrencia del asesinato selectivo y masivo. La denominé “cultura del terror” nutrida por  el racismo, el clasismo, el fundamentalismo religioso, el apetito dictatorial y el anticomunismo.

No he podido sino recordar todo lo anterior  después del desgraciado y confuso incidente en la aldea Chajmayik llamada también Semuy II. Como es sabido  hubo un enfrentamiento entre los pobladores de dicha aldea y una patrulla del ejército que culminó con tres soldados muertos y varios pobladores heridos. Las versiones oficiales  no resultan convincentes (una patrulla fue enviada a interceptar a una avioneta del narcotráfico) o resultaron falsas (los soldados fueron asesinados por armas de grueso calibre). La versión de los  pobladores de la referida aldea  sostiene que fueron los soldados los que iniciaron la agresión y luego se vieron superados en número por los pobladores algunos de los cuales hicieron uso de escopetas para atacarlos.

Independientemente de lo que haya sucedido, lo que me resulta sorprendente es la ferocidad con que en las redes sociales se ha estigmatizado a los pobladores. Han circulado videos falsamente atribuidos a los sucesos de Semuy II con imágenes de soldados monstruosamente mutilados, un perro pitbull  que aparece devorando los genitales de un soldado que se retuerce de dolor en el suelo, una turba se le deja ir encima a elementos del ejército. En las redes sociales de la derecha aparecen llamamientos a asesinar a los culpables, a masacrarlos y descuartizarlos. He recordado  mi propia interpretación sobre la cultura del terror y he recordado la de Hanah Arendt sobre la “banalidad del mal” en la que a propósito del genocida Adolf Eichman, sostiene que hasta la gente común y corriente (no necesariamente psicópatas) pueden ser capaces de cometer los crímenes más infames. Con perplejidad he advertido que hasta amistades y conocidos claman lavar con sangre lo sucedido a los soldados. Un linchamiento mediático que busca legitimar su eventual asesinato, se ha ejercido contra el antiguo comandante guerrillero César Montes. Y el diputado ex kaibil Estuardo Galdámez declara que todo esto sucede porque en los acuerdos de paz de 1996 se convino en desmilitarizar a Guatemala cuando lo que debe suceder es una nueva guerra para que haya paz.

El gobierno ha instaurado el Estado de Sitio en 22 municipios de seis departamentos. Ciertamente es un área llena de pistas clandestinas y trasiego de droga. Pero también un territorio ambicionado por los grandes capitales para proyectos mineros y  de cultivo de palma africana. Nuevamente la cultura del terror al servicio de aviesos intereses.

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Carlos Figueroa Ibarra
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