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Era solo de perder el miedo

Virgilio Álvarez Aragón

En todas las acciones sociales que rompen con los tabúes, es solo cuestión de que algunos las lleven a cabo de manera valiente y desesperada para que otros, menos atrevidos pero igual de necesitados, los secunden.

Esto es lo que ha estado sucediendo con las caravanas centroamericanas de migrantes. Si bien la cuestión comenzó con la desesperación y la falta de recursos de algunos hondureños, imposibilitados de pagar un coyote y temerosos de enfrentar las agrestes y corruptas carreteras mexicanas, muchos han sentido el llamado a dejar su miseria y se han unido en ese arduo caminar en busca de un futuro que la propaganda y la irresponsabilidad administrativa de los gobernantes locales han prometido.

Durante décadas se ha machacado el mensaje de que todo se logra con la simple determinación y la voluntad individual. Pues ahora cientos (y ya varios miles) de hondureños y de salvadoreños han dispuesto poner a prueba tal ideología y han salido a buscar ese cielo americano del que tanto les han hablado. No llevan más que sus sueños, y algunos una que otra bandera y otros símbolos patrios trasnochados, y con eso piensan convencer a los guardianes estadounidense de que los dejen trabajar en paz.

Los migrantes no saben a ciencia cierta lo que les espera. Por transmisión oral han sabido que en Estados Unidos hay trabajo, que allí se les paga mucho mejor que en su país y que lo más complicado y duro es recorrer las carreteras mexicanas, infestadas de policías corruptos, de transportistas aprovechados y de  violadores.

Los Gobiernos mexicanos, el federal y los estatales, con su tradicional demagogia y doble moral, les dicen bienvenidos, pero los encierran en supuestos albergues que no son sino modernos centros de concentración (como en los años 1980 lo fueron los supuestos campos de refugiados) de los que no se puede salir sin permiso. Y si bien no se los obliga a trabajos forzados, se les racionan magros y malos alimentos. México, que año tras año expulsa más y más centroamericanos, no ha sido capaz de diseñar una política adecuada para absorber y proteger a quienes huyen de la miseria y la pobreza. Todo lo contrario: lo único que se ha hecho es endurecer los controles y multiplicar las deportaciones, con lo cual se han dejado sueltos la corrupción y los abusos contra los desprotegidos migrantes. La oferta actual es que soliciten estatus de refugiados, de modo que queden imposibilitados de seguir su camino durante el trámite y después de este, a sabiendas de que el objetivo de quien huye de Centroamérica no es radicarse en México, sino llegar a ese supuesto edén que en el imaginario de la población centroamericana es Estados Unidos.

México, como Guatemala, Honduras y El Salvador, no hace nada serio, coherente y permanente para desmotivar las migraciones. Por el contrario, parasitarios de las remesas, los corruptos gobiernos centroamericanos estimulan la migración, cada vez más masiva y abierta. Viven y vegetan de ellas, por lo que las caravanas que ahora vemos atravesar las carreteras deben entenderse como el fracaso más que evidente de un modelo económico que, sin inversión pública en áreas productivas, se ha estancado en la circulación de mercancías en un mercado cada vez más informal, uno cuyas principales características son la baja calidad de los productos, la inseguridad laboral de los comerciantes y las ganancias estratosféricas de los mayoristas, promotores abiertos de la evasión fiscal.

Sin una política industrial capaz de promover el empleo digno y seguro, las masivas migraciones al norte continuarán sucediendo.

A los miles de migrantes que integran las caravanas no los espera un san Pedro con las puertas del cielo abiertas de par en par. La corrupción de la Policía fronteriza estadounidense no los aceptará. Ellos viven de los ingresos por goteo, nocturnos, cuando hacen como que no ven para que uno que otro migrante se interne en el desierto y encuentre milagrosamente a su coyote. A los miles de caminantes les esperan ráfagas de balas, como las que en mayo de este año segaron la vida de Claudia Gómez.

Trump y sus partidarios se desesperan por que lleguen pronto a la frontera para así demostrar, antes de las elecciones legislativas, su poderío militar ante indefensos trabajadores. Mientras más muertos, más votos, dirán.

Pero los desesperados centroamericanos nada saben de eso. Ellos temen a los policías corruptos de sus países, a los gobernantes que comercian y se enriquecen a costa de sus necesidades, a los que los marginan por vivir en zonas depauperadas. No imaginan que, en ese cielo del que todo mundo habla solo bondades, la muerte simple y fría los está acechando.

Fuente: [http://plazapublica.com.gt/content/era-solo-de-perder-el-miedo]

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Virgilio Álvarez Aragón