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Francisco Trejo 

Estimado Carlos López, ¿cuál fue la razón de tu exilio en México? ¿Podrías darnos detalles de fechas y circunstancias del suceso en tu respuesta?

La causa fue política. Me vine huyendo de la dictadura militar de Fernando Romeo Lucas García para salvar la vida. Llegué a México el 6 de julio de 1980. Atravesé el río Suchiate en una canoa hecha de tablas y la cámara inflada de un tractor. Me vine de mojado sin mojarme. Me costó un dólar la atravesada. En previsión de cualquier arresto en territorio mexicano, mi amigo Ovidio Cifuentes había sacado un acta de nacimiento falsa en Ciudad Hidalgo, y yo me había aprendido las dos primeras estrofas del himno nacional, además de que conocía parte de la historia de México. Los detalles de la aventura son un poco largos. Ocuparían varias páginas. Éste tal vez no es el lugar para responder de manera minuciosa.

¿Por qué decidiste que fuera México el lugar de tu asilo?

Había leído mucho sobre México. Siempre me interesó la cultura mexicana. Y era el país más cercano que no estaba en guerra en ese entonces. Además, tengo una hermana que ya vivía en la Ciudad de México desde hacía mucho tiempo. Era la única persona a la que conocía y con ella tenía asegurado techo y comida. Cuando me vio en la puerta de su casa, sólo atinó a preguntar qué me había pasado. Le dije que nada, que sólo venía por un corto tiempo.

¿Cuándo terminó tu exilio?

Ese no termina nunca. Un exilio es una losa. De un exilio no se vuelve nunca.

¿Cómo fue tu regreso a casa, a tu natal Guatemala?

Volví para despedir por última vez a mis padres. Ella murió el 7 de agosto y él, el 20 de diciembre de 1996. Estuve por la noche velándolos y al día siguiente del entierro volví a México. Ésa fue la primera vez que regresé a Guatemala. Pasaron otros 16 años para que volviera, el 30 de enero de 2012. Recibí una llamada de alguien que no conocía, Ana Regina Toledo, para invitarme a un homenaje que organizaba la Fundación Mario Monteforte Toledo, de la que ella es presidente. No sé qué estaba pensando cuando le dije que sí, pero en cuanto colgué el teléfono y quise devolver la llamada para decir que no, que me arrepentía, no tenía su número de teléfono para hablarle. Estuve en el acto el martes 31 de enero y me regresé el jueves 2 de febrero.

¿Por qué decidiste volver a México?

Nunca me fui. No me fui para quedarme. Volví porque aquí vivo.

¿Eres naturalizado mexicano?

No.

¿Es Carlos López un poeta mexicano?

No. Me gusta pensar en el lenguaje español como mi patria. Es donde mejor me siento.

A diferencia de otros poetas como Saúl Ibargoyen y Diana Morán, por mencionar sólo algunos, te exiliaste muy joven, a la edad de 26 años. ¿Escribías poesía desde antes de tu exilio o fue el exilio un motivo para comenzar a escribir poesía?

No, en Guatemala trabajaba como maestro y estudiaba derecho y ciencia política. Nada que ver con literatura. Empecé a aprender a escribir poesía hace muy pocos años y todavía sigo en el proceso de aprendizaje.

¿Cómo definirías la poesía del exilio? ¿Se diferencia de otros discursos de la lírica?

No, en esencia, porque la nostalgia por la patria es la nostalgia por el mundo. El poeta es un exiliado por naturaleza. El exilio físico no hace sino exacerbar el exilio interno.

¿Consideras que tu condición como exiliado o como emigrante, una vez que terminó el exilio, sea un rasgo que esté dentro de tu poesía? ¿Cómo se manifiesta?

No. El exilio me persigue adonde voy. El estado guatemalteco dejó de perseguirme y me volví perseguidor de mi destino.

Tu poesía, a diferencia de la de otros poetas del exilio latinoamericano en México que he tenido oportunidad de revisar y que tiene muy marcada la desazón del destierro, toca temas diversos, como la ciudad y el amor, la naturaleza y la existencia, entre otros. Sin embargo, hay una constante que también existe en la poesía de estos poetas a los que aludo, y es el salto de la elegía al poema breve de corte epigramático, proverbial o contemplativo. En tu caso es más el desarrollo de una poesía contemplativa, como el haiku; además del tono epigramático que alcanzas en el calambur o el palíndromo. Eres, acaso, uno de los poetas que más ha trabajado el haikú en México en las últimas décadas. ¿Cuál crees que sea la principal razón de este salto discursivo y de plataforma retórica? ¿Tiene relación con algún tipo de silencio, como se enuncia en tu poema «La negación de la negación»: «Supimos que gritar era más cruel que callarse/ y nos llenamos de silencios./ Terminamos por negar lo que sabíamos»?

Escribo sobre mis recuerdos de niñez. Mis versos salen de la memoria. Es mi modo de conservar el mundo donde nací y que ya fue destruido de la manera más despiadada por el hombre. Pretendo crear mundos paralelos sin perder la conciencia de la responsabilidad con el mundo real. Decidí no escribir sobre el exilio, porque ya casi todo está dicho de mejor manera. Donde me siento más libre es en las formas breves y en el verso medido. Esto surgió de manera natural.

«Detrás de la hoja en blanco/ hay un campo de algodón en flor», dices en uno de los poemas de tu libro Vado ancho; ¿es el silencio una flor que dice algo sustantivo sobre cómo habitar el mundo, cómo vestirlo y asumirlo?

Esos versos los escribí pasados los 50 años cuando me vi de 5 años (las manos pequeñas son mejores para meterlas entre las ramas de las matas y para evitar ser cortados con las puntas de las flores que parecen espinas) tapizcando algodón en el parcelamiento La Blanca, cerca del puerto Ocós. En ese entonces no sabía qué era una hoja de papel, menos que el algodón se usaba para fabricarla. El blanco de las flores en las matas y el blanco del papel, y la geometría de un campo de algodón y una hoja de papel bond los vi al imaginar al piloto de la avioneta que pasaba echando DDT, a las 11 de la mañana, hora en que teníamos que guarecernos debajo de las hojas de las matas del surco donde habíamos cortado el algodón de las flores. No nos salíamos del surco para aprovechar que el algodón estaba húmedo y así meterlo en la bolsota que arrastrábamos hasta que se llenara. Tu pregunta poética es una afirmación.

En tu poema «12:15» la voz poética enuncia: «tengo letras, no palabras;/ nombres mutilados, puertas sin cerrar./ Junto a mi mesa, una máscara». ¿Usa el poeta una máscara además de la máscara del lenguaje?

El creador en general usa máscaras. El poeta que más usó en la historia fue Pessoa: inventó 136 heterónimos.

En el fragmento citado en la pregunta anterior, me parece, se experimenta cierta desesperación frente al lenguaje, la palabra poética que enuncia los nombres. En este sentido, ¿cuál es la labor del poeta sumergido en el raudal de las letras?

Sí, es la desesperación de ser alfabetizado pero no tener la magia de poder ilar una palabra delante de otra. Es la incapacidad de atrapar el todo, de tener sólo fragmentos, ideas sueltas, pero no una idea clara, la iluminación.

Hablando de letras y de lenguaje, algo muy importante que te ha permitido aportar luces a la cultura mexicana es el oficio de editor. Hoy en día, la Editorial Praxis, pese a las dificultades que ha enfrentado en los últimos años, es una de las editoriales de poesía más importantes de América Latina. ¿Podrías hablar de los orígenes de esta editorial y hablarnos de sus logros más representativos?

De los orígenes, sí; de los logros, si hay, que hablen los demás. El taller lo fundé en 1981, cuando me quedé sin trabajo en el Instituto Nacional de Administración Pública. Empecé con una máquina ibm composer electrónica que me vendieron por un anuncio que puse sin esperanzas en «El Aviso Oportuno» de El Universal. La máquina —que me vendieron en 165 mil pesos— estaba empeñada en el Monte de Piedad de Azcapotzalco; cuando me la entregó el dueño de la boleta, estaba empolvada y descompuesta. En ese entonces la ibm tenía el monopolio hasta de los técnicos que reparaban esas máquinas. Sólo hacían reparaciones a máquinas compradas o rentadas en sus tiendas, con la adquisición de un seguro de reparación. Un señor que llegaba a reparar la máquina del fotolito donde me subarrendaron un cuarto se apiadó e hizo la reparación de la máquina que me acompañó hasta el año 2000, cuando me la robaron. Empecé como un taller de prestación de servicios editoriales. Desde entonces se llama Editorial Praxis.

En el premio internacional de poesía que organizas cada año, a través de Praxis, el público mexicano tiene a su alcance libros de poesía de calidad escritos en lengua española por autores contemporáneos. ¿Cómo piensas que recibe la crítica este tipo de obras que surgen de un concurso organizado por una editorial independiente?

Para la crítica somos invisibles; también para los medios. Es curioso que cada año llegan más trabajos, de más países, hasta de lugares donde no se habla español como lengua oficial. Eso le da otro carácter al premio y eso hará que sobreviva.

Estas mismas obras que nacen del Premio de Poesía Editorial Praxis, ¿tienen mejor recepción en el extranjero, en los diferentes países de los autores que lo han ganado?

No sé. Pero es posible que así sea.

Considero que personas como tú han aportado grandes cosas a las diferentes generaciones de individuos que se desenvuelven en el ámbito de las letras en México. En tu caso se piensa en tu labor como editor, educador y escritor, principalmente. ¿Has sentido reciprocidad entre lo que dejas a la cultura mexicana y lo que ella te deja o piensas que hay algún tipo de deuda en alguna de las dos partes?

Me nutro todos los días de la inmensa cultura mexicana. Estoy en deuda permanente con lo que me ha dado.

Se percibe minuciosidad y precisión en tu poesía. Cada uno de los poemas que se leen en tus libros son artefactos de lenguaje que encajan con exactitud en las ideas que deseas enunciar. ¿Cómo relacionas esta característica de tu poesía con el trabajo de la edición, considerando que has editado más de 1000 libros hasta ahora?

Cuando corrijo originales hago sugerencias sobre las ventajas de eliminar ripios, de usar más los signos de puntuación en lugar de paráfrasis, sobre el uso adecuado de las categorías gramaticales. Trato de limpiar de paja los textos y de concientizar a los autores sobre la elegancia del laconismo entendido como virtud, no como vicio de la redacción. Quito repeticiones innecesarias; corrijo anacolutos, galimatías, cacofonías; pongo y elimino acentos; le doy respiración al fraseo, lo saco del estado de coma.

¿El tiempo que le has dedicado a la edición de libros ha impedido que seas más prolífico en tu obra poética?

A lo mejor ha sido mi salvación o la causa de preferir las formas breves.

Recordando mis visitas a lo que antes eran las instalaciones de la Editorial Praxis, antes de que desapareciera injustamente por una inmobiliaria, veo a Carlos López rodeado de escritorios y de pinturas, de reconocimientos y piezas artesanales únicas; pero sobre todo, rodeado de libros, miles de libros que daban forma a los muros de la editorial. ¿Qué es el libro para Carlos López?

Es mi mejor amigo.

¿Cuáles son los planes de Carlos López en torno a la poesía?

Plan, ninguno, pero deseo que viva siempre y que seamos capaces de encontrarla en todos los momentos de nuestra vida. Si no la escribimos, no pasa nada. Si no hay quien la publique, tampoco. Necesitamos poesía que nos ayude a vivir; necesitamos vivir la poesía, sentir el estado poético.

Corteza de la otra orilla es un libro que mereció el premio de literatura más importante de Guatemala. ¿Consideras que se trata de tu mejor libro? ¿Por qué?

El Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias lo otorgan por obra completa, no por un libro. Un comité de escritores decide a quién se lo da. No creo que sea mi mejor libro; no tengo algo que no deje de ruborizarme por pena.

Cuando escribes, ¿en qué público piensas? ¿En el mexicano, el guatemalteco o en un público más amplio?

En nadie, en nada pienso.

Si te pidieran colocar tu obra poética dentro de alguna tradición, ¿en dónde la colocarías?

Es difícil pensar en eso. Tener algunos lectores es ganancia y que cada uno la ponga en su lugar.

¿Cómo definirías el exilio?

Aunque se le asocia con la salida forzada de la patria por cuestiones políticas, el exilio también puede ser propiciado por cuestiones económicas. Estados Unidos y la Unión Europea son los territorios con el mayor exilio del mundo. Muchas veces se emigra sin que medie la violencia del estado; la gente que lucha por sus ideas y que se opone al sistema politicoeconómico se harta y se destierra. También existe el exilio interno de cada uno.

¿El exilio se asemeja más a una enfermedad o a una etiqueta que pone la sociedad?

Es la definición de una realidad. Ser exiliado es un orgullo y una tristeza.

Fuente: [https://www.uam.mx/difusion/casadeltiempo/57_jul_ago_2019/casa_del_tiempo_eV_num_57_27_32.pdf

Carlos López