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Viejecillo bonachón

Juan Carlos Lemus

Hace muchos años, de paseo por Cartagena de Indias, abordé una chiva rumbera. Al animador se le ocurrió preguntarme cómo se llamaba el presidente de mi país. No sé por qué lo hizo, pues se trataba de un paseo cargado de baile, ron y griterío. Él tenía un micrófono por el que iba presentando a los pasajeros. “El amigo, ¿de dónde es?” decía, y uno por uno iba respondiendo. El cuadro era nocturno: hombres y mujeres bailando, tragos, frutas y un animador que ya estaba contento. El planeta podría estallar, que lo único que nos importaba era ese bamboleo, la sudoración animal tan santa que uno expele cuando se juntan el trópico y la noche. Y me tocó turno:

“¿De dónde es usted?” –De Guatemala-. “¡Guatemala!, un aplauso para Guatemala”. (Aplausos). “¿Qué música oyen en Guatemala?” –Eh, pues, la marimba…- “Bella la marimba, muy bella la marimba” (embelequero). ¿Y cómo se llama su presidente”.

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Por qué arruinar así un paseo. Por qué amargar el rato. Ya sé que debí ser resistente a las tormentas socioculturales y esas cosas, pero no tuve otra reacción que la de mentir. Tomé aire y grité: -¡Juan José Arévalo¡-. “Un saludo para el presidente Arévalo”, dijo. (Los demás borrachos aplaudieron).

No sé si a usted también, pero a mí me resulta incómodo asumir una verdad política y de gobierno fracasados. Me encantaría responder, hoy día, “Mujica” o “Correa”. No los idealizo, pues, como dicen en el sur; Mujica era el presidente pobre que todos los ricos hubieran querido tener. Pero del presidente actual tampoco podría presumir. Todo lo contrario. Absolutamente, todo lo contrario. Aun cuando Alejandro Maldonado Aguirre da la impresión de ser un viejecillo bonachón, que por un descuido se lastimó el pie y anduvo inspirando ternura desde su silla de ruedas, no puedo verlo sin mirar al miembro activo de la ultraderecha guatemalteca que contribuyó al derrumbe de nuestra primavera democrática; que bajo las instrucciones de la CIA terminó con el gobierno de Jacobo Árbenz. Aquella fue una traición a la patria. No puedo ver sino al magistrado de la CC que logró atrasar las investigaciones del asesinato del obispo Juan Gerardi; al mismo Maldonado Aguirre que como magistrado en 2006 logró que el general Ríos Montt no fuera extraditado a España para ser juzgado por terrorismo. Al mismo que anuló la sentencia del juicio por genocidio. Aquel juicio que dio apertura en 2013, gracias al juez Miguel Ángel Gálvez y culminó en 2013 con la sentencia de 80 años de prisión dictada por la jueza Yasmin Barrios. Acabó con todo eso.

La más reciente farsa de Maldonado fue ofrecer un paraíso a las víctimas de El Cambray, que ahora esperan por la tierra prometida para el 2016. Es el mismo que mantiene en su puesto a la ministra de Gobernación, Eunice Mendizábal, para allanar el camino a Morales, ministra que evidencia esmero en la creación de espacios carcelarios VIP para Roxana Baldetti y Otto Pérez.

El simpático presidente de nuestra historia trae consigo un pasado tenebroso y un presente no menos salpicado de sospechas. En pocos meses de gobierno no se puede levantar un país, pero en un día se le despedaza.

Aun cuando Alejandro Maldonado Aguirre da la impresión de ser un viejecillo bonachón, que por un descuido se lastimó el pie y anduvo inspirando ternura desde su silla de ruedas, no puedo verlo sin mirar al miembro activo de la ultraderecha guatemalteca que contribuyó al derrumbe de nuestra primavera democrática; que bajo las instrucciones de la CIA terminó con el gobierno de Jacobo Árbenz.

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Juan Carlos Lemus