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Venezuela, sabor a victoria

Carlos Figueroa Ibarra

En las elecciones regionales del domingo 15 de octubre de 2017 triunfó de manera contundente el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) alcanzando en números redondos un 54% de los votos, contra el 46% de los partidos de la coalición derechista, la Mesa de Unidad Democrática (MUD). Por supuesto al saberse los resultados, inmediatamente la propia MUD, el Departamento de Estado, el Grupo de Lima (los 12 países latinoamericanos en los cuales la más beligerante derecha neoliberal está en el poder), el Secretario General de la OEA y la Unión Europea se han apresurado a descalificar los comicios acusándolos de fraudulentos. No deja de causar escozor que entre los que hoy se rasgan las vestiduras se encuentre el gobierno de México, cuando en dicho país el fraude electoral ha sido la manera en que se ha mantenido gobernando un grupo de poder de enorme corrupción. O que también se sume a ese coro el gobierno de Brasil, integrado por un grupo de golpistas corruptos.

La derecha venezolana ha alegado fraude como explicación de su derrota. Se olvida que tanto el oficialismo como la oposición legitimaron la auditoría que se les hizo a las máquinas electorales. Que decenas de observadores electorales estuvieron presentes. El líder opositor Henry Ramos Allup, atribuyó al abstencionismo la derrota derechista. Pero el abstencionismo en estas elecciones fue de 39%. Antes de la llegada del chavismo al poder, la abstención en las elecciones regionales era de 45 y 55%. Y en algunos de los países del Grupo de Lima, la abstención en este tipo de elecciones es parecida o mayor: Chile (49%), México (54%), Colombia (60%).

Por lo demás, las alegadas elecciones fraudulentas hicieron subir a la oposición de derecha de 3 gubernaturas conquistadas en 2012 a 5, entre ellas la del estado más poblado y rico del país, Zulia. En Táchira, la oposición ganó aplastantemente con 63% de los votos. Derrotas y victorias se miden de acuerdo a las expectativas. Y la derecha y el mundo manipulado por la guerra mediática contra la revolución bolivariana, supuso que era cierto que la inmensa mayoría del pueblo venezolano había transitado a la oposición. Finalmente las imágenes en televisión y redes sociales nos pintaron durante 4 meses, un país sumido en el caos y aplastado por una dictadura sangrienta. La realidad parece ser otra: las convulsiones se escenificaron predominantemente en los municipios gobernados por la derecha y en los barrios de clases altas y medias acomodadas. Las “guarimbas” (violentas manifestaciones callejeras) – parte del libreto imperial y del establishment neoliberal global para reventar al bolivarianismo-, consiguieron lo contrario: el que la mayoría del pueblo venezolano advirtiera los peligros de una derecha feroz con ánimo de venganza.

De todos modos, lo sucedido el domingo es solamente una batalla ganada. La segunda después de las elecciones constituyentes del 30 de julio. En Venezuela hay una enconada guerra por la hegemonía, en la que el chavismo ha sido desgastado por la crisis económica y de desabasto.
Cuando se resuelvan estas crisis, habrá ganado la guerra.

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Carlos Figueroa Ibarra
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