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Veinte tesis sobre el “alma” nativa de Abya Yala: una lectura discursiva decolonial

(Segunda parte)[1]

Dr. Pedro Reygadas
Coordinador Académico Universidad
Intercultural Indígena de Michoacán / México

Resumen

En la primera parte del artículo el autor exploró el concepto de “alma nativa” indoamericana, cuyo examen continúa en esta segunda entrega donde se revisan diversos ángulos del asunto, entre ellos la relación entre el alma, el aliento y la palabra entre diversos pueblos del continente; se examina también el “alma-calor”, el nahualismo y su relación con la salud, otras manifestaciones del “alma”, así como la relación de ésta con la ética, la estética y la lógica, para concluir en la propuesta que da título al ensayo: las Veinte tesis sobre el “alma” nativa de Abya Yala.

Palabras clave

Alma; nahualismo; salud; vida-muerte; filosofía; ética; estética.

 

El alma, el aliento y la palabra

El alma viene de ánima (animus en latín) y se intertraducía en parte por el griego psiqué, así como por el término hebreo previo nefesh (como en el Génesis 2:7; véase electrónicamente http://www.amen-amen.net/RV1960/): Yahvé-Dios insufla al ser humano aliento de vida, que es en hebreo nefesh.

Varios conceptos indoamericanos asociados o no directamente al alma tienen que ver también con el aliento y/o con la palabra. Es el caso de wooh: morfema polisémico, homonímico y polisintético de la escritura maya según López Maldonado (2010), que representa fonemas, la mayoría en trigramas (consonante-vocal-consonante), pero se asocia también al sonido de los insectos (wo’oh), del viento, del agua y a la comunicación con las almas. Tenemos también el caso del iwigalá o aliento de los raramuris. El ñtãhi o almasoplo de los hñahñu es también “sombra”, masculindad, palabra. El wahmakitine chontal está asociado tanto al aliento como al corazón.

‘Ayol es respiración, viento (soplo del –yol) en diné bizaad, término que convoca un conjunto de significados del sonido, la palabra, el nombre, la vida-muerte (veneno). Niyol es ‘viento’.

Esta concepción del alma-aliento, común también a culturas no americanas, europeas y a los griegos (pneûma), aparece en otros pueblos muy claramente ligada al “alma”, como en los tzeltales y tzotziles en que el ch’ulel es el primer aliento que adquiere el feto por implantación de los dioses ancestrales totilme?iletik y abandona a la persona tras el fallecimiento (Vogt, 1980).

Como se aprecia, según ya han indicado diversos estudiosos, el alma-aliento es difícil de aislar, y elementos gaseosos pueden asociarse al hígado o al corazón. Martínez (2007) indica que puede vincularse al hígado o a las ijadas, “para los nahuas del siglo XVI, la parte baja del estómago, entre los chatinos, y el corazón o estómago, según los rarámuris y otomíes”. Pero –nos dice el autor– no se confunden corazón y pulmones, y “sólo en algunos pueblos norteños –como los huicholes y los rarámuris– se supone que la respiración se produce en el pericardio (Zingg, 1982: 312-313; Merril, 1992: 137-138)”.

Xenëe es el alma entre los guaraníes, pero hay una asociación profunda alma-palabra, desde el mito de la creación y el primer padre Ñamandú:

Después de la destrucción de la primera tierra, “…inspiró a los verdaderos padres de las palabras almas / el himno sagrado para que lo enviaran a la tierra” (Cadogan, 1965: 55-58).

La palabra es palabra-alma del individuo y de su nombre, que son una totalidad. Para que el alma y esencia de la palabra divina lleguen, intermedian los dioses desombligados. Ñé’eng es el término para “palabra” en guaraní. La palabra es palabra-alma, de la totalidad individuo-nombre. La palabra crea lo que mienta. La palabra es todo y todo es palabra. Es la que hace erguirse al ser humano, ser Dios (ñelë: lengua de los seres humanos, Dios). La vida es el desarrollo de la propia palabra, del propio nombre. En la Ética, la perfección se alcanza al escoger el jeguatá tape porâ “el bello y sagrado camino de los Dioses”. Pero si no, se senderea por los caminos del “alma telúrica” (ang), del peligro de la “rabia” (poxy) y de las “cosas de maldad” (mbae’vaí). Cada uno opta.

En Mesoamérica (Martinez, 2007) son funciones del alma-aliento el producir la voz, el sabor, el olor y la vitalidad.

Son comunes a varias culturas las asociaciones alma-nombre. En los inuit se pone el nombre del antepasado, que de algún modo se asocia al nuevo ser. Entre los nahuas igualmente el alma radiante del tonalli se asocia al nombre. El ch’ulel de los tzeltales se asocia al lenguaje.

La palabra, el discurso alcanzan en estos casos una dimensión ontológica profunda. En Huerta encontramos que

En Heidegger existe una distinción fundamental entre lo óntico y lo ontológico, lo óntico es el ente, las cosas individuales que existen y están ahí mientras que lo ontológico es el ser de las cosas que existen, es el modo o estructura como las cosas existen, pues bien, basado en esta distinción ontológica, sostengo que lo ente aparece como forma óntica y no como forma ontológica, es decir, la forma óntica es la forma “sustancial” material y vital del ente sólo ente mientras que la forma ontológica es el sentido del ser del ente. La forma óntica depende exclusivamente de la percepción y la intuición. Es en ésta última forma en que nos basamos para plantearnos el problema de lo ente sólo ente. El estar-en-el-mundo es un fenómeno óntico del ente que es anterior a cualquier reflexión. El ente se mueve en la cotidianeidad, el ente se ha vuelto normal, se ha normalizado. Los entes pertenecen al mundo como entes intramundanos, como entes a la mano, sin embargo, el Dasein no es un ente intramundano. El manipular, usar y ocupar son modos como los entes se vuelven útiles y parte del mundo del Dasein. Estos modos pueden entenderse como dimensiones ya que plantean el mismo principio, el de formas de dar sentido a lo ente (Huerta, 2012).

Guenda es entre los binni záa el concepto ontológico fundamental, en el plano trascendente, es espíritu, alma, energía vital y también don, equivalente del “Ser” para López (1955).

En este caso, lo que llama la atención es que en muchas filosofías, en muchos sentipensares continentales, se hace patente la continuidad, la conexión de los entes por compartir cierta dimensión ontológica universal como en este caso, o cierta dimensión ontológica humana como los nahuas y el “alma” de la especie.

Entre los binni záa esa dimensión ontológica da lugar a la sabiduría como guendanaciññe, que revela el ethos, el ser en el mundo, el mundo de la vida de este pueblo. Por otra parte esa alma, vitalidad o equivalente del ser es también discurso, de acuerdo con López. El contenido del discurso es la relación de pertenencia de las cosas con guenda, con el ser, la relación que las cosas dicen al ser: nunaguenda:

nunaguenda viene del verbo hrunaguenda que prístinamente significa: “argüir ser”,  «implicar ser» “aludir al ser” «pertenecer”, «atribuir” y que es la equivalencia en zapoteco del verbo «ser». Decir, por ejemplo, «esto es» equivale en zapoteco a decir: «esto arguye ser», «esto pertenece o dice relación al ser» (p. 14, versión digital).

De modo que tener ese equivalente del alma es poseer dicursividad, palabra. Los ejemplos muestran la validez del pensamiento antropofilosófico de Viveiros de Castro cuando dice que el mito es el “punto de fuga del perspectivismo”, que remite a un “estado del ser en que los cuerpos y los nombres, las almas y las acciones, el yo y el otro se interpenetran, sumergidos en un mismo medio, presubjetivo o preobjetivo” (2010: 49).

De acuerdo a Martínez (2007), aunque no se asocien a un alma en determinado caso, son extensas algunas de las cualidades atribuidas al alma-aliento, como “la creencia en emanaciones patógenas producto de la muerte, de la trasgresión de las normas morales o asociadas a ciertos estados considerados como impuros, ha sido observada desde los opatas hasta los pueblos indígenas de Talamanca, Costa Rica.

Ahora bien las emanaciones negativas (el pedo) y los muertos pueden asociarse al hígado en los nahuas. Lo que nos acerca al concepto de “sombra” o de “ánima”. El alma-aliento, nos indica también Martínez,

se encuentra ampliamente difundida por toda Norteamérica; incluso encontramos la asociación entre viento nocturno y almas de los muertos entre los cahuilla, los shoshone, los paiute, los ute, los tubatulabal, los navahos, los apaches de White Mountain y los ojibwa (Hultkrantz 1953: 179-184; McKeever Furst, 1995: 150-152; Hooper, 1920: 342; Reichard, 1970: 34; Goodwin, 1938: 36; Vecsey, 1983: 60). En Sudamérica, tenemos con frecuencia la creencia en entidades anímicas gaseosas; tal es el caso del « alma » de los yauyos, el samay, «aliento», de los quechuas y el samama, «aliento» de los aymaras. Cuando menos, entre los yauyos, se piensa que dicha entidad puede manifestarse sobre la tierra como una sombra (Delgado Thays, 1965: 21; Greenway, 1987:. 279-280; Tschaupik, 1968: 158-159).

El alma-calor

Martínez (2007) considera en su tipología el alma calórica. Menciona que las cualidades calóricas están presentes en muchos pueblos, pero que esta “alma” no está dotada de los mismos atributos que por ejemplo el tonalli. Pero su marco teórico-filosófico no le permite entender que está en ocasiones no ante un alma sino ante una cualidad de la misma. Por eso “es poco común que se le considere como algo individualizado”. De hecho esta cualidad, señala, sin darse cuenta, hace que nunca se combinen las almas aliento y calor por la centralidad del corazón, y se asocia el alma-calor al alma del corazón o a la de la cabeza:

suele concentrarse en la sangre, la cabeza y el corazón. Los nahuas de Cuetzalan afirman explícitamente que la fuerza del tonalli es portada por la sangre (Aramoni, 1990: 33), mientras que sus similares de Pajapan suponen que una hemorragia podría ser causa de la pérdida del tonalli (García de León, 1969: 288). Los tzotziles hablan de la «fuerza de la sangre» (Guiteras Holmes, 1961: 297). Para los mixtecos, «la sangre es el principio “caliente” vital […] La falta de fuerza es atribuida a una débil circulación sanguínea» (Flanet, 1977: 103-104). Los chortís creen que «la sangre es el agente que mantiene al cuerpo caliente y que trasmite la fuerza a todas sus partes». Es posible que sea a causa de su concentración en el corazón que los nahuas contemporáneos de Milpa Alta consideran que el yollotl es caliente durante la vida y frío tras la muerte (Madsen, 1960: 167). Sus símiles de la Sierra Negra opinan que una de las doce partes del tonalli radica en el músculo cardíaco (Romero López, 2006, comunicación personal). Los chatinos afirman que el tyi’i «calor» se localiza en este mismo punto (Bartolomé y Barabas, 1982: 123). Mientras que los tzotziles y los tzeltales consideran que algunas personas tienen el corazón más caliente que otras (Gossen, 1975: 449; Pitt-Rivers, 1971: 12). Además de los mexicas prehispánicos, los nahuas y los teenek consideran que el alma-calor se concentra en la cabeza (Ponce de León, 1965: 125, 132; Lupo, 2001: 358; Aramoni, 1990: 35; Sánchez y Díaz de Rivera, 1978: 221; Duquesnoy, 2001: 420; Ariel de Vidas, 2003: 251-254; Alcorn, 1984: 67).

De modo que el alma-calor es fronteriza entre un alma propiamente y una cualidad de otras almas. Pero podemos pensar que sí es independiente relativamente en las culturas en que se considera que es la que escapa en el susto o en otras circunstancias similares.

El alma y el nahual, la sombra, la salud y el nahualismo, la manipulación de las almas

Parece difícil separar por completo, al menos en muchos casos, las nociones de “alma-sombra” y de nahual, el “alma-sombra” y el alma de los muertos, como de hecho se desprende de algunas notas ya citadas. Por ejemplo, entre los guna de Panamá, el término purba remite a alma, pero también al doble y a la esencia oculta.

No sólo es relevante la continuidad alma-cuerpo, imagen corporal, centro anímico-fuerza  vital indoamericanas, sino que es difícil comprender las entidades anímicas sin la imagen del nahual, de sus implicaciones para las facultades mentales y la salud, como ocurre en la oposición nahua tonal/nahual.

La relación salud/enfermedad y la dimensión del nahual es extensa en América, donde es pervasivo el teriantropismo y el nahualismo, esta dimensión de la sombra, de lo no ordinario que es parte del ser y que introduce una variación completa con respecto al alma occidental.

En otros contextos, en los inuit, por ejemplo, tenemos la “sombra” o taRnaq (que los groenlandeses creen que son dos, residentes una en las ingles y otra en la cabeza, pero que también parece referir al hígado según se reseña en El país de las sombras largas), que es privativa de humanos y animales (el “alma” animal se nombra en algún caso anirniit), donde cada alma es respetada, incluso las almas de las presas muertas. El autoetnónimo significa “alma”, y su forma plural connota según las descripciones etnológicas una existencia autónoma. Se considera al alma no tanto como entidad sino como una especie de movimiento y es más bien un verbo, que continúa, que sigue.

Así como frente a Occidente se da el carácter más carnal del aliento, de ciertos órganos (más que sus entidades anímicas) o del movimiento, la vida, la sombra es también un concepto que rompe epistemológicamente, porque puede asociarse a realidades diversas.

En el Códice Mictlan o Laúd, en la lámina 44, (abajo a la derecha), se ve el dibujo de la corporalidad viviente de tonakatl (nuestra carne): yolotl, ihíyotl (i’iotl), mati (saber-sentir, cualidad del tonalli) y nawalli.

Figura 2

Tonakatl en la lámina 44 del Códice Laúd

Tonalli (de calor, Tonatiuh, “el sol”) es el centro anímico nahua localizado en la cabeza. Se vincula al sol, los cabellos, la frente, el rostro, la mollera. Es dado por los dioses desde el vientre, donde somos creados como una gota. Asociado al vigor, la valentía, el temperamento, la fuerza de crecimiento. Junto con teyolía construye la razón, el sentipensar. Donde totonal es centro anímico, espíritu (en Molina, 1997), pero es astrológicamente el signo en que uno nace, el ser del alma está asociado al calendario (intonal), a nuestra dimensión kósmica. Se imponía en una ceremonia con agua que había recibido los rayos del sol.

El tonal –contrapuesto al nahual– nace con el ser humano y muere con él; hace relación a la parte derecha del cuerpo. Se corresponde con el espacio común y ordinario en donde se desenvuelve la existencia humana. Ahí la razón encuentra el sentido y significado de las cosas y las situaciones. Es el limitado mundo conocido en el cual se da la manifestación del yo-racional. El tonal (tetonal, sol de cada gente, en el sentido de centro anímico, pero también en Molina, razón de cada uno o cosa disputada para otro) es el mundo que se urde con la razón y el nahual es el mundo del poder donde el hombre sólo puede atestiguar. Esos dos modos de manifestación humana se relacionan recíprocamente, uno incumbe y sustenta al otro, se complementan e integran mutuamente. El predominio de alguno de ellos afecta necesariamente la constitución subjetiva del ser humano y de sus interacciones sociales.

El nahual, el nahualismo, remite a uno de los temas más extensos de relación en Abya Yala, ligado a la sombra, la parte oculta, así como al teriantropismo, a la conversión humano-animal y al chamanismo con muy diversos matices, pero también con unidad.

El nahual tiene en la Filosofía Originaria mesoamericana connotaciones trascendentes e inmanentes (principalmente chamánicas). Era la facultad que tenían los dioses de tomar la forma de un animal para interactuar con los humanos. Se creía además que cada persona, al momento de nacer, tenía ya el espíritu de un animal (ese era su nahual), que se encarga de protegerlo y guiarlo.

En Mesoamérica el nahual es la otra parte del ser humano que siempre está ahí, antes, durante y después de él; hace relación a la parte izquierda del ser humano. Se corresponde con la realidad no visible, con el aspecto sutil de la conciencia, la intuición, la percepción extrasensorial, la retrocognición y la precognición. Es decir, con la realidad trascendental, no ordinaria.

Hay que señalar, por otra parte, en cuanto el alma y lo animal-humano, que además de la consideración del nahual que comparte el alma con el ser humano, en numerosas culturas se debe interactuar con las almas animales para no hacerlas enojar en la caza. O pueden usarse las almas de las presas muertas para facilitar la caza, etcétera.

En Mesoamérica es constante que el alma-sombra es la forma en que los difuntos aparecen en la tierra. Entre tzotziles, el ch’ulel, estudiado en 1996 por Pedro Pitarch, está relacionado además con la salud/enfermedad, la conciencia infantil, el control social; contrasta con vayij-el-al: animal compañero o nahual, vela de la vida y calor. Ch’ulel-al es la enfermedad del alma, en una concepción en que el ch’ulel es eterno, permanece después de la muerte física. El ch’ulel se asocia al lenguaje, pero también a la voluntad y a la inteligencia, y se asocia a males mentales y epilepsias. Existen bik’ta ch’ulelal, «la gran enfermedad del alma», y chonbil ch’ulelal, «enfermedad del alma causada por su venta». Todo, por otra parte, tiene ch’ulel, incluso el maíz, la cruz, la sal. Y el ch’ulel puede quedar un tiempo mayor o menor en el cuerpo, en la tumba o en otros lugares, y puede requerir el acompañamiento al inframundo. Un muerto rencoroso puede atacar a su rival, quitarle el ch’ulel y matarlo. Del inframundo, el ch’ulel regresa al cielo y reencarna en el sexo opuesto, borrada su experiencia anterior.

Citemos en extenso la concepción tzeltal y tzotzil en la Biblioteca Digital de la Medicina Tradicional Mexicana sobre la “pérdida del alma” (http://www.medicinatradicionalmexicana.unam.mx/termino.php?l=1&t=ch%5C%27ulel&id=5904):

Ch’ulel: espíritu invisible alojado en el cuerpo humano y compuesto de trece partes. Su desprendimiento, o el de sus entidades constituyentes, conduce a una enfermedad, episodio en el cual el doliente debe someterse a una ceremonia curativa especial para recobrarlas.

Como en otros pueblos mesoamericanos, el nahual y la persona humana comparten el ch’ulel implantado desde el vientre. Los trece vayijelal y ch’ulel remiten al cuerpo humano, que posee trece puntos energéticos y trece puntos propiciadores del movimiento corporal, y remiten al kosmos: la cúspide del supramundo, el resplandor de las trece constelaciones (cielos, soles), que refiere Lunes (2011).

En el caso excepcional de los queqchíes, la única alma es la sombra. Pero es un caso único y en Mesoamérica, según Martínez (2007) anota, en ninguno de los casos se registraron las combinaciones calor/sombra o aliento/sombra. Intuimos que debido a que esa carga de muerte o de no humano contrapone al alma-sombra con la vitalidad del calor, del aliento. Aunque entre los hñahñu, el ñtãhi es soplo, palabra y “sombra”, que se conecta tanto al humano como a su nahual, su doble animal, centro de percepciones, emociones y cogniciones. Señala también Martínez que “la sombra –en ocasiones subordinada al corazón– permanece sobre la tierra mientras este realiza su viaje al inframundo, el aliento y el calor infunden vitalidad a la persona”, dándose una relación funcional entre las distintas almas.

Por supuesto, no sólo en Mesoamérica se pierde, afecta y sana el alma. Por ejemplo, entre los guna, cada chamán o Nele tiene que conocer todos los elementos del “alma” en la que es especialista entre el conjunto de las “almas” guna o purba en general, que poseen también los animales y que en ocasiones es objeto de rescate mediante el canto (Turpana, 2009); purba se distingue de niga (la fuerza). El chamán se especializa por lo general en un solo canto, en una sola alma-tipo.

En el Sur, entre los aimaras, por ejemplo, existía un concepto análogo de “alma” y podía perderse, pues era asiento de lo que en Mesoamérica llamamos “susto”, según el cura Bartolomé Álvarez (1588: 39 y ss.), quien menciona colonialmente que:

… aunque entre ellos tenían conocimiento de una cosa así como ánima y la nombraban cada uno según su lengua [ … ] dicen que lo llaman mullo en lengua aimará- que es una cosa que en el hombre vive y se les pierde, no del todo sino cuando más es pavorido (sic) de el temor se queda casi sin sentido, como muerto o atónito [ … ] Y así dicen mullo apa, que quiere decir el mullo me falla. De este mullo no tienen conciencia ni saben en qué parte está ni qué parte del hombre es.

Mullo es también una concha marina fundamental en la cultura y la simbólica aimara, cultura en la que existen diversos espíritus protectores achachilas.

Figura 3

El mullo aimara

Pensamos que si bien son pocos los grupos que generan una construcción aislada del alma-sombra, como los queqchíes, esta noción es un continuo con la idea de nahual en muchos casos. Quizá por ser menos vinculada a Occidente está poco definida, oscila entre cabeza y corazón, pero también podríamos pensar que está asociada al ihíyotl nahua, al alma-soplo otomí residente en el estómago-corazón, además de oscilar en otros casos entre cabeza y corazón. Se asocia a la muerte, cuando la sombra vaga por el mundo.

Martínez (2007) señala que hay casos en que esta alma-sombra en Mesoamérica se surbordina a otra alma, como el ecahuil, que recibe su fuerza del tonalli, entre los nahuas de las Sierras de Puebla y Zongolica. Y para los tzeltales de Cancuc “es la sombra del ch’ulel y no otro ch’ulel”.

También en el norte se encuentra el concepto de alma-sombra, como citamos el caso inuit de taRnaq. Pero, Martínez incluye a muchos más:

los atsine, los cherokee, los hidatsa, los pomo, los navajos, los eyak, los kwakiutl, los nootka, los hurón, los coyukan, los carrier, los atapascanos del oeste, los tlingit, los algonquinos, los cheyennes, los choctaw, los catawa, los dakota, los yumas, los maricopa, los huvasupai, los mohave, los apaches, los paiute y muchos más (Hultkrantz, 1953: 256-258, 304-305). En algunos casos, como el de los cheyennes, la sombra, tăsŏōm, es pensada como un elemento que, además de tener funciones anímicas durante la vida, tiende a permanecer en el mundo de los vivos tras la muerte (Bird Grinnell, 1972: 98). En Sudamérica la tenemos entre los aymaras, con el nombre de axayu, los jívaros, bajo el título de iwanch, y los campa (Tschaupik, 1968: 158-159; Brown, 1981: 45; Delgado Thays, 1965: 17; Weiss, 1975). Lo interesante que, en estos casos, es también la sombra quien se supone queda vagando sobre la tierra tras la muerte del cuerpo.

Algo similar sucede con los mapuche, en la vida está el am y el alma del muerto es alwe.

Otras almas

Martínez (2007) refiere otras concepciones de alma, además de las cuatro citadas por él: corazón, sombra, aliento, calor. Pero cuando comenta a Ichon (1973: 175-176), sobre los totonacas de la Sierra, que consideran un alma grande li-stakna “eso que hace vivir y crecer el cuerpo y la pequeña li-katsin, cuyo sentido se asocia al conocimiento (Reid y Bishop, 1974: 65)”, en realidad refiere al corazón y a la cabeza:

La primera de estas entidades es pensada como múltiple y difusa, dispersa por todo el cuerpo y concentrada en la coronilla, la sangre y todos los puntos en que se siente latir el pulso. La segunda, es única, se concentra en la cabeza y se supone que puede abandonar el cuerpo durante el sueño.

Más diversa parece su mención a la bipartición del alma en pueblos quichés, aunque esta idea del alma puede convivir con las otras concepciones mencionadas: “se supone la existencia de dos entidades anímicas; una, llamada jajalmac, ubicada en la parte frontal del cuerpo y la otra, chajenel, situada en la espalda”.

También menciona Martínez (2007, a partir de los chatinos y los mixes –Bartolomé y Barabas, 1982: 123, 134; Lipp, 1991: 43-46–) la idea de almas buenas y almas malas que luchan en la persona. Las ubica también en el norte de Sudamérica y en el sur de Centroamérica, quizá en procesos de contacto.

Así, por ejemplo, entre los quechuas, el término «estrella», que muchas veces se confunde con «ánimo», se asocia al destino personal. Se dice que todo mundo posee dos estrellas, una derecha y otra izquierda. La izquierda es femenina y malévola, la derecha, masculina y benévola. Se dice que la «estrella» está sobre el hombro (Greenway, 1987: 284-292). En el mismo sentido, Ferrero (2000: 202) indica que, para los pueblos costarricenses de origen sudamericano, de la familia lingüística macro-chibcha, toda persona posee un alma buena y otra mala (ibid.).

El alimento y las afecciones del “alma”

En la latitud de los cuerpos las almas son una dimensión sutil y veloz. Son asiento de las afecciones. Así, purba es el equivalente guna del “alma”, “espíritu” humanos. Pero es múltiple, no una sola “alma”. Se puede extraviar y se  puede rescatar mediante cantos. Ello ocurre en una cultura donde el alimento afecta nuestro purba y el ser humano –más radicalmente que en Feuerbach– es lo que come.

Es común a distintos pueblos mesoamericanos, por ejemplo nahuas y mayenses, considerar que el alma puede dejar parcial o totalmente el cuerpo en sueños, perderse, separarse en el acto sexual, ser apresada (por ejemplo por los yahyal b’alamil y pukui del inframundo tzeltal y tzotzil) o afectada por la brujería o el susto, y es muy vulnerable en los niños. El h’ilol o curandero capta en el pulso y la adivinación con granos de maíz si las trece fracciones del ch’ulel están completas (Lunes, 2011). También a través del llamado del alma de un infante por venir se puede convocar el embarazo de una mujer que quiere preñarse.

Enfermedad típica asociada al alma es el llamado “mal de ojo”, que en Mesoamérica puede deberse al aire o la sombra (totonacas, triquis), al exceso de calor (mayas, teeneke, pames) o al corazón amargo (Martínez, 2007).

Distintas almas pueden condicionar el destino humano. También es cierto que no sólo el alma-sombra une al nahual, sino también el corazón (los tzotziles, los tzeltales, los jacaltecos, los chuj y los tojolabales, según Martínez, 2007) o el aliento (los otomíes). Y también distintas almas pueden ser las asociadas a los muertos. Por ejemplo, cita Martínez sobre Costa Rica:

el alma de los bribris y cabecares de Talamanca; donde, aun si existe un alma-aire, se suele suponer que las entidades principales se ubican en los ojos. El alma del ojo derecho es quien viaja al inframundo después de la muerte y se reintegra a un nuevo ser tras su purificación. La del ojo izquierdo es como el fantasma de la persona, que se queda sobre la tierra hasta que se hayan efectuado las ceremonias funerarias secundarias; es esta misma entidad quien se separa del cuerpo en el sueño y el susto. También se suele pensar que cada órgano posee su propia alma y aliento vital, existiendo en tales casos hasta ocho entidades anímicas (Bozzoli, 2006: comunicación personal; Guevara, 2006: comunicación personal).

Entre los inuit o los guaraníes, como en otros pueblos, el nombre tiene un poder o relación profundos con el alma. Es común recuperar el alma tras el “susto” mediante el llamado por el nombre.

Otra dimensión fundamental de las afecciones del alma que fueron prohibidas, ocultadas, limitadas fueron todas las relacionadas con los enteógenos y sus prácticas, que pervivieron en la clandestinidad, permitiendo mantener las concepciones y experiencias del alma asociadas al peyote, el ololiuhqui, el tabaco y el cacao nativos, la coca, la ayahuasca, el ahora llamado cactus san Pedro, etc., cuya descripción rebasaría el alcance de este artículo.

Los centros anímicos tienen que ver con la afección del nahualismo, la transformación, como el ñtãhi hñahñu, que tiene que ver tanto con el contagio de la carne como con el desdoblamiento actoral del nahual (quién hace qué) y el nzahki asociado a la conexión y acción sobre otros cuerpos.

Cada alma es sujeta a diversas afecciones. En Mesoamérica, por ejemplo, el alma-corazón se asocia a la memoria, la vitalidad, el pensamiento, la voluntad, el carácter, el comportamiento moral, el valor, el destino, la afectividad, el conocimiento y, en menor medida, la sexualidad (Martínez, 2007). Puede dejar el cuerpo en el sueño, la embriaguez y el coito, en las caídas, los sustos o impresiones fuertes, puede ser robada. Puede ir al mundo de los muertos. En lo negativo, como carencia, los informantes de Sahagún (según Martínez), indican que el mal pintor “tenía un pájaro dormido en su corazón”.

Entre los hopi de Oasisamérica, el corazón tiene que ver con lo subjetivo, con el futuro, con lo mental (y emocional) de humanos, animales, plantas, y todas las cosas y formas de la naturaleza. Escribe Whorf:

Es el reino de la expectación, del deseo y del propósito, de la vida vitalizadora, de las causas eficientes, del pensamiento que piensa por sí mismo desde un reino interior (el corazón hopi) para llegar a una manifestación. Se encuentra en un estado dinámico, aunque no es un estado de movimiento; no está avanzando hacia nosotros encontrándose fuera de un futuro, sino que ya ESTÁ CON NOSOTROS en forma vital y mental y su dinamismo trabaja en el campo del acaecer o del manifestar, o sea desplegándose por grados, sin movimiento, desde lo subjetivo hasta llegar a un resultado que es el objetivo (Whorf, 1984).

De acuerdo a Martínez (2007), en Mesoamérica, entre las afecciones atribuidas

a las almas-aliento está el poder separarse del cuerpo. Entre los chatinos y los popolocas, se dice que son los «siete vientos» o el «aliento» quienes abandonan el organismo durante el susto, los zapotecos piensan que, sin excluir la circunstancia anterior, dicha entidad puede dejar el cuerpo durante la ebriedad y el desmayo. Entre los rarámuris y los otomíes, se considera que es el alma-aire quien vaga libremente en el sueño y quien viaja al inframundo tras la muerte de la persona.

El alma-sombra se puede separar en una caída, en un susto y ser incluso causa de enfermedad o muerte.

Sin embargo –indica Martínez (2007)– parece ser que su característica más recurrente es el encontrarse ligada al lugar en el cual se produce la muerte o se localiza el cuerpo después de los ritos funerarios correspondientes. Es común que se considere que, al tratarse de una muerte violenta, la sombra queda vagando sobre la tierra.

La llamada por Martínez alma-calor “puede abandonar el cuerpo durante el susto, el coito, la ebriedad y el sueño (López Austin, 1996: 234, 368)”. Entre los pames, menciona, se  recomienda el uso de plantas calientes para el susto, para dar calor externo, de manera similar a como sucede para los teenek y los quichés: “se siente un viento frío que entra por esa chimenea [de la coronilla]” y “la sangre se enfría mucho” (Ariel de Vidas, 2003: 254; Adams, 1952: 30; Marshall, 1986: 126).

De modo que las distintas almas pueden abandonar el cuerpo, lo que sería una característica general de las afecciones del alma mesoamericana. En algún caso, como el chatino, lo que se separa durante el sueño no es lo mismo que lo que deja el cuerpo durante el susto (Martínez, 2007).

El ihíyotl nahua, vinculado al aire y a los muertos es el centro nahua antiguo de la latitud de los afectos: residencia de la pasión, la vitalidad, el vigor, la valentía, la apetencia; era dañado por la conducta negativa y producía emociones negativas, mientras que su salud dependía del buen comportamiento.

Igualmente, son interesantes las afecciones de las almas grande y pequeña de los quichés (Martínez, 2007):

El jajalmac, quien conoce el pecado y la tentación, puede desprenderse del cuerpo en tres circunstancias diferentes: durante el sueño, el susto y tras la muerte para viajar al inframundo. Por el contrario el chajenel se encarga de cuidar el cuerpo de los elementos nefastos que pudieran introducírsele, mientras la otra alma se encuentra ausente. Si el «espíritu guardián» dejara su puesto, el jajalmac simplemente se quedaría en el dominio de los sueños para siempre (Earle McLean, 1984: 399).

Las fronteras difusas almas-espíritus

En el continente nativo no nos encontramos con la cadena espíritu-alma-cuerpo occidental. Por ejemplo, en Sudamérica, en la esbozada perspectiva mapuche, los cuerpos pueden ser ocupados por diversas entidades. Entre ellos am es el equivalente del alma. Am es el alma de los vivos y pu-am es el alma universal. Contrasta con el alwe.

En la concepción histórica mapuche la muerte era un viaje del am al otro lado del océano, aunque se considera que su alwe (espíritu, espíritu maduro, pero también alma del muerto, por lo tanto, como en casos previos, “alma-sombra”, sombra que pena, donde alwen es “morir”) permanecía un tiempo cerca de donde vivió hasta irse a otras regiones en calidad de pilli (o pullí, señalado a veces como alma del muerto que se resiste a partir), en cuyo tránsito podía ser presa de brujerías (envidias, celos, enfermedades) por los kalku (espíritus malignos). Y un espíritu o poder múltiple, Pillán (al parecer de pili, pullí) se asocia al fuego, el rayo, el volcán y las desgracias (véase, por ejemplo, Bentué, 2003).

En la kosmopercepción mapuche, los guerreros ascienden al cielo y forman nubes que participan en las batallas. Los fundadores de linajes ocupan las cumbres de las montañas o volcanes, se vuelven aves o estrellas, o bien insectos como la mosca azul.[2] La selva mapuche estaba poblada de diversos seres sobrenaturales fantásticos, maléficos y benéficos, incluidos los fenómenos, como el meulen (remolino de polvo) (Esteve, 1946). En este contexto de creencia, el liderazgo chamánico y médico mapuche correspondía y corresponde, modificado, al machi, quien manejaba viajes místicos mediante la técnica del keimin y podía dialogar con los muertos. Curiosamente, su inspiración recibía el nombre de peumá, el “espíritu amigo”. Wallontu Mapu es el mundo sagrado que nos rodea, tierra de los ancestros.

Los espíritus de los antepasados mapuche pueden ser, además de los pillanes benignos y masculinos, de los wangulén femeninos, espíritus primordiales en general (ngen, como Ngenechén, que gobierna a los humanos) y creadores (El, como el creador de los humanos –Elche– y de la tierra –Elmapu–), así como espíritus malignos o wekufe.

El mapuche distingue entonces am/alwe con complejidades peculiares: el pu-am universal, la separabilidad del alwe-pilli, su permanencia y transformación en pilli y la existencia del poder múltiple de Pillan. El alwe es la dimensión vulnerable a lo maligno (los kalku, los wekufe). Los entes y cuerpos se transforman, se vuelven nubes, animales, astros. El muerto sin su cuerpo original puede ser invocado. Hay entonces el peumá, el “espíritu amigo” y una tierra de los ancestros, distintos órdenes de espíritus que expresan la dualidad masculino/femenino, lo primordial y la creación.

Existen además particulares transformaciones del “alma”. El concepto mapuche de antüpaiñamcu supone que “las almas de los muertos encarnan en águilas venidas del Sol, que, de tanto en tanto, se acercan a sus familiares para comunicarles algún suceso venidero” (Espósito, 2003: 302). Y los ailen mulelo son los fuegos fatuos, asociados a las almas en pena. En lo simbólico, el dibujo del nge-nge representa un par de ojos, que sirven para representar el alma.

Así, en numerosas culturas hay una serie de espíritus, ligados en ocasiones al concepto occidental equivalente de “alma” y otras veces separados. Por ejemplo, en navajo hay entre las entidades espirituales: Sahanahráy, o ‘espíritu sagrado’; y Kachina, clase general de espíritus centrales en la cultura. El contacto con los espíritus es fundamental y en ocasiones explica la adquisición de determinados dones o saberes.

A su vez se distingue y mezcla el concepto de “alma” con “espíritu”, “fuerza” y “espíritus” o “dioses”. Así, entre los iroqueses existe la fuerza, el principio creador de Orenda, asociado en su raíz al canto como vehículo de comunicación espiritual. Pero expresado en la fuerza personal (kasatensera). Niga aparece como fuerza entre los guna. Entre los nahuas se cuenta con ipalnemohuani (“aquello por lo que se vive”). Entre los algonquinos se tiene a Manitou (“Gran Conexión”). Entre los sioux-lakota, Wakan como potencia mística, psíquica o espiritual. Entre los crow, el Maxpe: principio creador que suele contener un complemento, como el Tezkatlipoka nahua, o un reverso maléfico. Sila Entre los inuit. El Creador hopi’sino o Taiowa, pero también Hozhó, como principio de conexión. Entre los wixarika todo se engendra a través de Nierika. El ya mencionado kachina: espíritu venerado hopi’sino, cultura en la que hay una multiplicidad de kachina.

También es poco clara la frontera del alma con ciertas deidades: como las huacas o deidades femeninas antiguas, que entraban en los cuerpos de los insurrectos incas en la sublevación colonial del Taki Onkoy, y se manifestaban (de taki: “canto y baile”; y onqoy: enfermedad).

Entre taínos se concibe el i’ como espíritu, que da lugar a operi’to (“espíritu de los muertos”), goeiz (“espíritu” de las personas vivas), i’naru (“mujer” o “espíritu de mujer”), i’ro (“hombre” o “espíritu de hombre”), naniki (espíritu o ser activo), opías (espíritus de los árboles) y Yaya, que es el gran espíritu, en una cultura que acostumbra decir “Taino-ti’” como un dicho que significa «que el Gran Espíritu bueno esté contigo!». O el mismo caso del yuxin kaxinawa.

El alma, la ética, la estética y la lógica

En grandes filosofías de Occidente hay una asociación entre tres ramas filosóficas fundamentales: la ética, la estética y la lógica, dándole a una o a otra el lugar primordial. Es el caso de Peirce o de Benito Espinosa (Spinoza), que deriva todo de la emoción, el deseo y de ello la ética, luego la estética y la lógica. Es interesante en este sentido constatar el vínculo de estas ramas fundamentales con el alma en algunos pueblos de Abya Yala.

Allin es bien, bueno, útil, en quechua. Es activo, ético y real. El alma quechua es el allin activo (el bien activo), según Mejía Huaman (2005). Se liga a las virtudes supremas andinas. Allin runa es el ser humano bueno, correcto. Allin Kawsay es ahora construido como el buen vivir (también Sumak kawsay). El allin en ética es absoluto, subsume al mal.

Existe también el término nuna para “alma” o también “espíritu”. Encontramos a partir de nuna expresiones actuales como: nuna yachay (yachay es el saber verdadero) por psicología; awqa yachay por ‘alma guerrera’.

Podemos decir entonces que en quechua por una parte se integran alma y psique, alma y ética, como un despliegue del bien.

Los iroqueses consideran el alma inmortal, pero a quienes fueron malvados, el alma les es arrebatada por un gran pájaro de afiladas garras; de modo que se liga el concepto de alma y la ética. Igualmente entre los aónik’enk existe un juicio similar al egipcio sobre las almas, siempre poseedoras del albedrío. La justicia guía toda la vida y el andar conforme a ella es ponderado en la muerte, porque al cabo los chónek eran concebidos libres de seguir, o no, tanto a la justicia como a los espíritus malignos.

Entre los nahuas existe el concepto tlacacoayollotl: “hacer las cosas porque así lo dicta el alma y conforme a la rectitud de la comunidad”.

Además, en la oralidad navajo, dada la estética centrada en la recepción (de lo oculto e incompleto), se dice que un tejido no ha de ser perfecto, porque el alma de  la tejedora puede quedar aprisionada en el tejido. Lo que hace ver la característica del alma como sujeta a procesos de daño, lo que es común a muchos pueblos, como ya hemos mencionado.

También es indisociable el alma de las categorías del gusto o estéticas del pueblo juni kuin: kene, dami y yuxin (Lagrou, 2007). Donde esta última en particular se asocia a la dimensión espiritual y anímica.

Yuxin es una dimensión del diseño de los kaxinawa es una cualidad o energía que da alma, vida a la materia (Lagrou 2002, p. 35). Es imagen en el espejo, agencia, ser en juni kuin (kaxinawa). Se liga a las energías que dan vida a la materia y subjetividad a los seres. «Sin yuxin todo se vuelve polvo», «Yuxin es la fuerza vital, la agencia, la conciencia y la intencionalidad de todo ser vivo». Y existe un alma del ojo, por ejemplo, “el alma del ojo Wauja es una especie de proyección en la retina, después es verbalizada como siendo un trazo que aparece en una especie de líquido o agua, una sombra que alcanza el ojo.” (Menezes, 2004). El yuxin del ojo entre los kaxinawa se encuentra en la pupila y puede dejar el cuerpo.

Una cuestión relevante de los juni kuin es que se presenta muy claro el vínculo entre lo anímico, los espíritus y la verdad, la lógica. En este pueblo, la lengua de los yuxin es el arte de escribir la cosa verdadera. El diseño “es la lengua de los espíritus” (kene yuxinin hantxai).

Los lugares de las almas

Además de la tierra de los humanos, otros lugares alojan a las almas: lugares sagrados, cielos, inframundos. Los espacios de ancestros aparecen con frecuencia en el continente:

  • El señalado muujuíín: lugar donde nos encontramos todos en palabra, y rendimos cuentas a los muertos y los vivos, entre los me’phaa (tlapanecos, Seminario Juma Me´phaa, 2018).
  • La similar morada de las almas-palabras de los guaraníes.
  • El Tshishtashkamuku es el lugar no ordinario inuit, asociado a los muertos.
  • El Wallontu Mapu, que es la tierra sagrada de los ancestros mapuche, el mundo que nos rodea.
  • Entre los incas, en el ukhu Pacha –en el tiempo ausente, el pasado y futuro frente al presente del kay Pacha– están las “almas” racionales; cuando se siembra en la tierra el cadáver de un hombre, otro hombre sale de la misma tierra a relevarlo: “la tumba es la cuna” –afirma poéticamente Martín (2015, s/p).
  • El Cielo o la montaña sagrada mesoamericanos.

A manera de cierre: Veinte tesis sobre el alma nativa

Como puede verse, el panorama es complicado, más allá de la sugerente afirmación de Viveiros de Castro de que en la perspectiva amerindia, el cuerpo no es algo innato como en Europa, sino transformable, porque lo dado de antemano es el alma. Todos tenemos almas en el continuo socioespiritual y los cuerpos se hacen (Viveiros de Castro, 2010: 30); es decir, unidad del espíritu y diversidad de los cuerpos (34). Existe una continuidad metafísica porque el espíritu es universal y una discontinuidad física de los cuerpos específicos (67) entre las especies de existentes. Pero por profundas que sean estas reflexiones no agotan la complejidad ni ayudan a ver la diversidad y la distinción americana.

Hay una gran riqueza de conceptos filosóficos de la geofilosofía indoamericana del alma o, más comúnmente, de las almas, pero además no se trata de meras ideas, sino que se implican rituales, manipulaciones, curaciones físicas y mentales.

Podemos apuntar varios elementos generales sobre las entidades anímicas continentales, un conjunto básico de tesis:

Tesis 1ª. El equivalente del “alma-vida” es universal de los entes. Es un canon generalizado. Por lo que Abya Yala es vitalista, no animista. Todo tiene vida.

Tesis 2ª. Abya Yala es mentalista. Todo tiene mente y palabra.

Tesis 3ª. En Abya Yala existen una, dos, tres, cuatro o incluso más equivalentes del “alma” occidental. Es decir, puede haber una pluralidad de las almas, como por demás sucede en otras culturas y acontecía entre los griegos antiguos. Además, una misma alma puede en ocasiones ocupar más de un órgano y un órgano alojar a más de un alma.

Tesis 4ª. En Abya Yala existen almas contingentes y/o momentáneas. Por consiguiente, existen humanos dotados con almas particulares contingentes añadidas, en forma permanente o transitoria, con efectos benéficos o dañinos.

Tesis 5ª. El alma de Abya Yala es perceptible por diversas vías y está encarnada, en mayor o menor medida, ligada a la corporalidad viviente o siendo francamente parte de ella, vinculada a la vida, al movimiento, al calor, al aliento, a órganos, a la sangre, etcétera.

Tesis 6ª. En Abya Yala los muertos están dotados de “alma”.

Tesis 7ª. El asiento privilegiado del “alma” en Abya Yala es el corazón  (o corazón-estómago, o corazón-cabeza) y manifiesta afecciones intelectuales. El frecuente asiento intelectual es el corazón.

Tesis 8ª. En Abya Yala hay una distinta relación cuerpo-alma, no sólo por la centralidad del corazón. El alma en ocasiones puede ser más etérea, en similitud con Occidente. Pero en muchas ocasiones no hay la separación alma/cuerpo ni mucho menos la idea del cuerpo como cárcel del alma. El o las almas tienen con frecuencia un asiento corporal, una imbricación con los cuerpos: un lugar del cuerpo o varios lugares son los centros físicos en los que se asientan, anclan o pulsan el alma o las almas. Los órganos, centros o puntos pueden tener vinculaciones kósmicas y/o socioculturales. Otras veces estamos ante entidades anímicas.

Tesis 9ª. Algún tipo de “alma” puede localizarse en casi cualquier parte del cuerpo: al menos en la mollera o la cabeza (incluso los cabellos, la frente, el rostro), el estómago, el hígado, las inglés, la sangre (o sangre-esperma), los riñones, el ojo, la punta de la lengua o en todo el cuerpo, en trece puntos energéticos, en catorce partes, en la parte frontal o trasera del cuerpo, etc.; y en un mismo grupo étnico el alma puede variar en su localización por la diferencia en el espacio o en el tiempo.

Tesis 10ª. En Abya Yala el “alma” se liga con frecuencia con funciones orgánicas y fuerzas vitales, con la vida misma, el movimiento, el calor, el aliento. Se trata de un centro de dinamismo vital que no parece capturar la denominación de “centro anímico”, estamos en ocasiones incluso ante puntos energéticos, partes o fluidos (como la sangre o la sangre-semen) y asociaciones a los pulsos. No hay como en Occidente una negación general de la sexualidad sino que existe incluso su exaltación y su asociación con el alma, como momento sublime o momento en que puede escapar el alma del cuerpo.

Tesis 11ª. En Abya Yala el “alma” se liga a funciones psíquicas, tanto a facultades intelectuales como a estados emocionales. Hay una centralidad del corazón en el corazonar de Abya Yala; existe una relación del alma con el sentir-pensar.

Tesis 12ª. En Abya Yala el “alma” se liga a la salud-enfermedad.

Tesis 13ª. El “alma” indoamericana es con frecuencia asociada al aliento y a la palabra, al nombre, con frecuencia en relación con un don o cualidad divinos; la palabra puede asociarse a otros elementos anímicos como el tonalli nahua o con frecuencia al corazón. En el nombre pueden residir poderes fundamentales de desarrollo y evocación del alma.

Tesis 14ª. El alma calórica o la cualidad calórica del alma es, con frecuencia, asociada al corazón y/o a la sangre, o a la cabeza-corazón.

Tesis 15ª. En Abya Yala es extensa la relación del “alma” con una parte sutil, oculta, con la “sombra” que puede ser un “alma-sombra” en sí, asociarse al nahual (el doble, el alma-animal) o al alma de los muertos. Su vinculación con el nahual o equivalentes del nahual/tonal es una característica distintiva frente a la cristiandad.

Tesis 16ª. Existen almas peculiares a distintos pueblos, con principios específicos relativamente aislados, como el concepto de alma buena-mala (o dañina, como en Mesoamérica), grande o pequeña, y en general existe un vínculo del alma con la dimensión ética.

Tesis 17ª. El alma indoamericana es el asiento fundamental de las afecciones emocionales y mentales humanas. Cada alma peculiar presenta sus peculiares afecciones. Es una capacidad de las “almas” el de experimentar afecciones distintas a Occidente en las versiones estándar modernas y en particular puede extraviarse (en especial en el sueño, el desmayo, el trance, el coito, la embriaguez), ser recuperadas y ser sanadas.

Tesis 18ª. En el continente existe una distinta relación cuerpo-alma-espíritu. El espíritu continental se caracteriza de formas diversas que no podemos tratar aquí. Pero puede ser un desencarnado, Dios o una conexión muy parecida a la idea de espíritu en, por ejemplo, la teología de Leonardo Boff. Pero no aparece en todas las culturas ni con la misma distribución alma-espíritu que en Occidente, hay fronteras difusas alma-espíritu-espíritus-deidad.

Tesis 19ª. El equivalente nativo del “alma” tiene en diversas culturas vínculos no sólo con la Metafísica, sino con la Ética, la Estética e incluso la Lógica.

Tesis 20ª. Las almas nativas del continente tienen frecuentemente asiento no sólo en el mundo ordinario sino en determinados trasmundos.

 

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[1] Por razones de diseño de la revista y por extensión del texto original, el artículo se publicó en dos partes, la primera de las cuales apareció en la edición digital 134, el 1 de febrero de 2018.

[2] Esta idea tiene similitud con el corazón-esencia de la mosca o insecto volador (xáipi’iyári) en que según algunos se torna el kúpuri (“alma”, pero es muy cuestionada la interpretación) huichol después de la muerte. Hay literatura en que aparece traducido el término como alma, fuerza de vida, que debe recuperarse en ciertos males.

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