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Unos pocos segundos de libertad

Manolo E. Vela Castañeda
manolo.vela@ibero.mx

Fotografía de Comunidades de Población en Resistencia

El 29 de marzo de 1984, al escritorio del G2, el oficial de inteligencia del destacamento militar de Comalapa, Chimaltenango, llegó una comunicación de la Dirección de Inteligencia del Estado Mayor de la Defensa Nacional: iban a llegar 6 d.s. (delincuentes subversivos) a quienes había que desaparecer.

Pero cuando el ejecutor iba a disparar sobre la cabeza del último de la fila, la 45, el arma reglamentaria de los oficiales del Ejército, se trabó, y esos segundos fueron aprovechados por Juan Dios para salir corriendo. Lograría huir, a toda costa. ¿Qué más podía perder, si ya había perdido la esperanza y la vida?

Los 27 días en cautiverio habían dejado huella. Y aunque por los golpes le costaba correr, no podía dejar pasar esa pequeña oportunidad. Había calculado el tramo y sus posibilidades de llegar hasta el barranco, el punto en que se volvería –eso pensaba– inalcanzable.

Después de caer y caer pasando por matas y tierra suelta, se encontró al fondo de la quebrada. Así paso unos minutos, calculando que no se había roto algo. Y estando así, a lo lejos, escuchó el zumbido de un bus. Ese fue su norte para saber cómo salir de allí. Como pudo, llegó a la carretera y tuvo fuerzas para hacerle la parada al primer bus que pasó.

Tocó la puerta de su casa en La Chácara, zona cinco, entró y se abrazaron todos, con papá Juan, y mamá Toya, y sus hermanas, Auri, Carmen, Justi y Magda. Les dijo que ya todo había pasado, que él estaba bien, que los quería mucho, y que ya no tuvieran pena. Los besó como se besa cuando el amor es grande. Su mamá le dijo que iba a preparar la comida que tanto le gustaba, que lo habían estado esperando para su almuerzo de cumpleaños, el 5 de marzo.

De pronto, sintió que le caía tierra desde arriba del pozo. Un frío intenso regresó. Todo había acabado. Pero en ese último momento experimentó unos pocos segundos de libertad. Sus captores, a pesar del inmenso poder que tenían sobre él, nunca lograron controlar esos pocos segundos de libertad. Porque aquí, decían ellos “nosotros decidimos quien vive y quien muere; aquí
nosotros somos Dios”.

***

Juan de Dios Samayoa Velásquez, terminó sus estudios de magisterio en el Instituto Rafael Aqueche, donde fue parte de la CEEM, la Coordinadora de Estudiantes de Educación Media, y al momento de su detención era estudiante de la Universidad de San Carlos y militante del PGT,
Partido Guatemalteco del Trabajo.

Su familia era originaria de Pueblo Nuevo Viñas, Nueva Santa Rosa. En los años sesenta toda la familia migró a la ciudad capital, donde don Juanito se ganaba la vida vendiendo colchas, suéteres y aparatos electrodomésticos a plazos; se recorría los barrios, primero en una bicicleta, después en una moto y ya de último en su propio carrito.

Juan de Dios fue secuestrado por el Ejército de Guatemala el 2 de marzo de 1984. Sus captores registraron su muerte, cuyo dato se halla la página 22 del “Diario militar”, el 29 de marzo de 1984. Fue enterrado en el destacamento militar de Comalapa, Chimaltenango. Ese comando militar fue utilizado –como tantos otros, ahora lo sabemos– como un gigantesco cementerio clandestino. En total, allí se desenterraron 220 osamentas.

¿Qué es el Diario militar? Son varios documentos, uno de los principales lo constituyen 53 hojas, que comprenden una “Bitácora de capturas” registradas –entre el 29 de agosto de 1983 y el 30 de abril de 1985– por unidades operativas de la Dirección de Inteligencia del Estado Mayor de la Defensa Nacional. En el registro de Juan de Dios en el “Diario militar”, la fotografía que está abajo, una fotocopia, proviene del archivo de pasaportes administrado por la Dirección General de Migración. Desde este enlace podrá ver una copia del Diario militar: http://bit.ly/2DoiVwN

Desde que desapareció, sus familiares recorrieron hospitales, cárceles, comisarías de Policía y morgues. Todo empezó ese 5 de marzo, cuando ya no llegó a la comida de su cumpleaños. Ese día, recuerda Magda, su hermana: “dieron las dos de la tarde, las tres, las cuatro, las cinco… como a las cinco mejor almorzamos. De allí ya nunca supimos más de él, hasta el año 1999, cuando apareció el Diario militar.”

En 2002, a petición de Conavigua, la Coordinadora Nacional de Viudas de Guatemala, la FAFG, Fundación de Antropología Forense de Guatemala, empezó las exhumaciones. En la misma fosa en que aparecieron los restos de Juan de Dios, también aparecieron los restos de Zoilo Canales, Sergio Saúl Linares Morales, Hugo Adail Navarro Mérida, Amancio Samuel Villatoro, y Moisés Saravia López. En la “Bitácora de capturas” que hace parte del “Diario militar”, en todos ellos aparece el registro, escrito a mano: “29-03-84: 300”. Junto a la osamenta de Juan de Dios, aparecieron sus lentes de montura gruesa, su pantalón de corduroy beige, su cinturón, y su camisa blanca.

A su familia le notificaron del hallazgo de sus restos el 5 de marzo de 2012, veintiocho años después de su desaparición: “Juan de Dios –eso piensa su hermana Magda– cumplió la promesa de regresar el día de su cumpleaños, como había quedado.”

El 24 de marzo de 2012, los restos de Juan de Dios fueron inhumados. Ese día, mama Toya tomó el cráneo de su hijo entre sus manos, lo besó y con ternura le puso un gorrito de lana, porque, ella decía, ya va dejar de tener frío mi’jito, recuerda ahora una de las investigadoras de la FAFG.

Sus papás murieron dos años después, en septiembre de 2014, papá Juan, y en febrero de 2015 mama Toya. “Nosotras –dice ahora Magda– sentimos como si eso hubiera sido un regalo para mis papás; que ellos se hayan ido ya sabiendo que ahí están los restos de mi hermano”. Su hermana Auri, que empezó la lucha por esclarecer la desaparición y ejecución de su hermano, falleció en junio de 2015.

Ni sus papás ni su hermana supieron lo que debía ser la justicia. Su hermana, Magda continúa ahora en esa lucha incansable.

Más de treinta años después de esta serie de ejecuciones y desapariciones forzadas, los familiares de las víctimas del “Diario militar” siguen esperando a que llegue la hora de la justicia.

Ese día, mama Toya tomó el cráneo de su hijo entre sus manos, lo besó y con ternura le puso un gorrito de lana, porque, ella decía, ya va dejar de tener frío mi’jito, recuerda ahora una de las investigadoras de la FAFG.

Fuente: [www.elperiodico.com.gt]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Manolo E. Vela Castañeda