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Un sicario honesto

Breve crónica reflexiva sobre ética profesional.

Mario Roberto Morales

El otro día me encontré a un amigo que me preguntó si conocía yo a un sicario honesto que pudiera recomendarle. Me he topado con amigos que me han hecho la misma pregunta pero refiriéndose a mecánicos de automóviles, plomeros, electricistas, médicos, dentistas y abogados. Bueno, abogados creo que no, porque de éstos se suele indagar sobre su eficacia y no sobre su honestidad, ya que, si ésta existe en el jurista de que se trate, podría resultar perjudicial para la posible necesidad legal deshonesta que eventualmente nos lleve a necesitar sus servicios.

Le pregunté a mi amigo que cómo entendía él la honestidad de un sicario, y me respondió que tendría que ser alguien que, en primer lugar, no fuera a eliminar a nadie más que al señalado por su empleador y, en segundo, que no se le fuera a ocurrir chantajear a quien le pagaría por hacer el trabajo. Una vez entendido esto, le dije que no conocía a ningún sicario (ni honesto ni deshonesto) pero que iba a indagar entre mis amistades, pues ya ven ustedes que ahora la gente suele hablar de su psicoanalista, su gurú, su instructor de yoga, su guía espiritual, su masajista, su guardaespaldas y (por qué no) de su sicario. Después de todo, ésta es una profesión muy parecida a la de ejecutivo del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y otros organismos que hacen préstamos a gobiernos de países que son propiedad de oligarquías ignorantes y, en lugar de cobrar los intereses de la deuda, vuelven a hacer préstamos por el monto de los intereses, aumentando así ad aeternum la deuda y el interés. Si esto no es asesinato en masa, no sé qué pueda serlo.

Lo que sí sé es que algunos sicarios suelen visitar –como lo hacen las prostitutas populares y los ladrones de poca monta– al Maximón ladino de San Andrés Itzapa, nuestra democrática deidad que igual hace milagros buenos y malos, siempre y cuando la petición sea justa (como el Maximón indígena de Santiago Atitlán y sus pares en todo el Altiplano). Y estas visitas son del todo explicables. Pues si estos afanados trabajadores acudieran a los templos de las religiosidades oficiales, tanto sus deidades como sus jerarcas les prohibirían trabajar en lo que mejor hacen. Por el contrario, Maximón les indica la mejor manera de hacerlo sin correr riesgos innecesarios.

No tenemos Virgen de los Sicarios pero sí una deidad que entiende la dialéctica del yin y el yang y que por eso mismo era simbolizada en la antigüedad precolombina como una serpiente emplumada: imagen que expresa la unidad de contrarios (tierra-reptil y cielo-ave) y la idea de que siempre hay luz en la tiniebla y oscuridad en la luz. O, como dirían los personajes de La guerra de las galaxias, la Fuerza tiene un lado luminoso y otro oscuro, aunque sea una sola. Es por esto que todos somos buenos y malos al mismo tiempo. Es nuestra naturaleza. Y esta es la sabiduría de la Virgen de los Sicarios y la de Maximón, quienes lejos de exigirles lo imposible a sus feligreses (obligándolos a ser unilateralmente buenos), les enseñan a ejercer lo bueno y lo malo cuando, de acuerdo a su criterio de justicia, una o la otra cosa encuentre justificación.

No pude hallar al sicario honesto que buscaba mi amigo. Tampoco a uno deshonesto. Ellos no andan anunciándose como cualquier profesional. Pero hoy voy a ver a mi amigo, pues me llamó para decirme que tiene algo que contarme. Si él lo halló, les aviso.

Mario Roberto Morales
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