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Mario Roberto Morales

Si de algo puede enorgullecerse nuestro país es de su literatura y de sus escritores. Nuestro es el texto sagrado precolombino más importante de América: el Popol Vuh, y nuestro es también el único ballet-drama precolombino casi incontaminado por la cultura cristiana: el Rabinal Achí. En el período colonial, además de poetas extraordinarios y cronistas insuperables, nuestro es también el poema monumental más grande de América: la Rusticatio Mexicana, de Rafael Landívar. Nuestros son asimismo los extraordinarios ensayistas de la Independencia y el novelista más grande de Centroamérica y uno de los mejores de América Latina en el siglo pasado, José Milla y Vidaurre, quien nos legó formidables novelas como Los Nazarenos, El Visitador y La hija del Adelantado. Nuestro es asimismo el llamado «Príncipe de los Cronistas», aunque haya abjurado de su patria: el cosmopolita Enrique Gómez Carrillo. Igualmente, nuestro es uno de los escritores fundamentales del vanguardismo latinoamericano, Luis Cardoza y Aragón.

Nuestro es también el novelista que hizo posible que en Latinoamérica se pasara de la narrativa criollista y regionalista a lo que en los años sesenta se llamó la «nueva novela». Hablo de Miguel Ángel Asturias, sin cuya obra el llamado «boom» latinoamericano no hubiese sido posible. Y es nuestro Mario Monteforte Toledo, uno de los grandes exponentes latinoamericanos del «realismo social». Nuestro es también el único novelista indio de Guatemala, Luis de Lión, y su única novela, El tiempo principia en Xibalbá. También son nuestros Otto René Castillo y Roberto Obregón con su poesía revolucionaria. Y nuestros son los escritores más jóvenes como Francisco Méndez, Carlos Paniagua y Humberto Ak`abal, entre otros. La primerísima calidad de la literatura guatemalteca se debe a una potente y arraigada tradición de cultura literaria que se conforma en la época colonial, con la convergencia de la tradición cultural española y la tradición cultural maya-quiché. Ya las Cartas de Colón y de Alvarado se «contaminaron» con la imaginación mágica de la cultura autóctona.

Asimismo la pluma de los Cronistas y de los poetas coloniales recreó el mundo americano en toda su exhuberancia. Si a eso agregamos los textos precolombinos mencionados y también los Títulos y los Memoriales, nos damos cuenta que en la base de la calidad de nuestra literatura hay una convergencia de tradiciones culturales que ha producido un milagroso mestizaje cultural, el cual en toda América Latina perfila la identidad y en Guatemala constituye el cimiento de nuestro sentido de pertenencia histórica a un terruño, a un pasado y a un presente que por convulsionado no deja de ser nuestro. La «nostredad» de la literatura guatemalteca, el aporte literario de Guatemala al subcontinente y al mundo, tiene que convertirse en un elemento actuante, vivo, de identidad y orgullo nacionales. Nuestra literatura no puede permanecer siendo un patrimonio de «iniciados» y de pequeñas élites académicas que a menudo petrifican el producto artístico con su implacable taxidermia didáctica. No. La literatura, como los tamales, el chiltepe, el chocolate, los chiles rellenos, el boj y la cusha, debe ser apropiada por la gente común y corriente. Ya sé que tenemos un alto índice de analfabetismo que convive con un premio Nobel de Literatura y también un estado de violencia que convive con un premio Nobel de la Paz. Somos un país de violentos contrastes tanto geográficos, como históricos, sociales e ideológicos. Eso nos hace interesantes y apasionantes no sólo para los ojos extranjeros sino también para nosotros mismos. Y esa pasión nos hará superar los contrastes dolorosos.

Entre los escritores más jóvenes, la literatura desde el testimonio desgarrado de realidades cotidianas del ámbito urbano, como ocurre con los cuentos de Francisco Méndez, hasta construcciones narrativas que recrean con mucho ingenio los iconos borgianos -espejos, laberintos y erudiciones imaginadas-, en narraciones como El imperio de los espejos, de Carlos Paniagua. Habiendo, claro, pasado por un renovado enfoque de la problemática maya-quiché, como ocurre en algunos textos de Humberto Ak`abal. Esta riqueza de gamas y tonalidades literarias que se puede observar en los escritores más jóvenes, viene acompañada de una producción constante y llena de propuestas estéticas por parte de los escritores que se dieron a conocer en los años 40, 50, 60 y 70. La sólida tradición literaria de Guatemala constituye un elemento cohesionador de nuestro proceso ideológico general, caracterizado por una constante dialéctica de tradición y ruptura mutuamente enriquecedoras. Definitivamente, si de algo puede enorgullecerse este país es de su literatura y de sus escritores. Urge que el pueblo se los apropie.

La «nostredad» de la literatura guatemalteca, el aporte literario de Guatemala al subcontinente y al mundo, tiene que convertirse en un elemento actuante, vivo, de identidad y orgullo nacionales. Nuestra literatura no puede permanecer siendo un patrimonio de «iniciados» y de pequeñas élites académicas que a menudo petrifican el producto artístico con su implacable taxidermia didáctica.

Publicado el 22/11/1992 ― En Prensa Libre

Admin Cony Morales

Fuente: [mariorobertomorales.info]

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