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Un mundo en lejanía

Gerardo Guinea Diez

A veces, la historia es una crónica de lo mismo. Si no, véase la ramplonería de ciertos debates, la proliferación de ideas poco inspiradoras y sin ningún compromiso, más que reafirmar la vaguedad de ciertos postulados para quedarnos exactamente en el mismo lugar. Ejemplos recientes abundan. Además, los prejuicios siguen con sus brillos retóricos, no importa la época. Antes, usar el pelo largo y usar minifalda constituía casi un delito. Quién no recuerda cómo la Policía Nacional perseguía a los jóvenes al descubrir que el cabello les llegaba a los hombros y las jóvenes lucían unas estupendas minifaldas. Eso sí, los policías, en ese entonces, seguían sus rutinas con cierto desgano y con bastante garrote. Hoy es lo mismo. Tatuajes, aretes y cierta parafernalia bastan para que los conservadurismos por doquier reduzcan el argumento a catecismos más o menos enumerables. Es decir, blandir un puritanismo nutrido de balbuceos. En pocas palabras, la decencia, la patria y paradigmas con tufos de una monotonía decimonónica. Es más, no existe la castidad sino el puro escenario.

La semana anterior murieron dos músicos, ambos pertenecen a ese jardín donde la memoria es más que un estado de ánimo. Gracias a ellos aprendimos a aceptar la realidad si ésta venía con el disfraz de la imaginación. El primero, Marco Tulio Quiñónez, “Kraquer”, el vocalista de Caballo Loco se despidió del tedio que implica vivir en esta suerte de patio nacional. Sin duda, ellos abrieron las puertas a la libertad, que en esos años pasaba por las decisiones de un burócrata con prosa nauseabunda y por aquellos que desde su señoritismo moral condenaban a muerte a numerosos ciudadanos. Este grupo de rock nos acompañó en fiestas memorables, donde nos sentíamos limpios a pesar del basurero. Una dulce rareza viene de golpe cuando escucho una vieja grabación y me sorprende su calidad, su estética, su ritmo, la honestidad y sinceridad en la interpretación. La escena pertenece a los principios de los setentas, cuando tarde llegó a nosotros los ecos del Mayo francés, la guerra de Vietnam y la fotografía de la niña desnuda huyendo de un bombardeo estadounidense.

Esta recaída en esas lejanías culturales obliga a pensar cómo era el mundo antes del Facebook, lo cual no tiene ningún mérito, por supuesto, menos a sentirnos inmortales en un mundo posmoderno, que para nuestro caso no es más que una globalidad espuria. Al menos, en esos años, proliferaban menos las pastillas antidepresivas y las terapias ad hoc.

Asimismo, falleció Keith Emerson, luminaria del rock progresivo e integrante del legendario grupo Emerson, Lake & Palmer, todos virtuosos y excelentes músicos. De algún modo, son parte de ese panteón de dioses de finales del siglo XX. Cómo olvidar sus aproximaciones a Bach, Sibelius, Chaikovsky, Ginestera, Músorgsky y Bártok, entre otros. Ambos, “Kráquer” y Emerson son como aquellas películas de Fellini, donde no hay final ni principio, tan sólo la infinita pasión por la vida.

A veces, la historia es una crónica de lo mismo. Si no, véase la ramplonería de ciertos debates, la proliferación de ideas poco inspiradoras y sin ningún compromiso, más que reafirmar la vaguedad de ciertos postulados para quedarnos exactamente en el mismo lugar.

 

Fuente: Siglo21 [www.s21.com.gt]

Gerardo Guinea Diez
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