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Nota luctuosa para Alfonso Bauer Paiz, uno de esos indispensables que lucharon toda la vida.

A Poncho Bauer lo conocí en La Habana, en 1978, con ocasión del XI Festival de la Juventud y los Estudiantes. Una noche llegué a la Casa de las Américas para entrevistar a tres ministros de Arbenz: Manuel Galich, Guillermo Toriello y Poncho. La entrevista se publicó en las páginas centrales de la inolvidable edición del periódico Siete días en la USAC que muestra en la portada el rostro muerto de Oliverio Castañeda con los ojos abiertos, asesinado ya por la fuerza pública de Lucas García en el Pasaje Rubio de la Sexta Avenida, en pleno Centro Histórico de la Ciudad de Guatemala.

Le regalé mi novela Los Demonios Salvajes, y después me hizo llegar una carta suya felicitándome por el lenguaje desenfadado de aquella narración que recogía mis primeras experiencias en la llamada Resistencia Urbana de las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR), y al mismo tiempo ofrecía aspectos muralísticos de la cultura roncarrolera de la Guatemala urbana de entonces, tal y como la vivíamos los hijos de papi como yo en los primeros “drive-ins” que hubo aquí, en las carreritas de autos y motos bajo los semáforos de la ciudad, en la fidelidad casi religiosa a la música de la Radio 9-80 que profesábamos los nenes que hablábamos inglés, y en los sanguinolentos líos que armábamos los aficionados al karate y a la guitarra irreverente.

Luego me encontré a Poncho en Nicaragua, cuando era Viceministro de Trabajo del Gobierno Sandinista. Varias veces lo visité con mi amigo El Coyote, y algunas otras con César Montes, quien entonces fungía como asesor de las fuerzas del Ministerio del Interior, a la cabeza del cual estaba Tomás Borge. En Nicaragua pudimos hablar con mucha más calma y tiempo que en Cuba, y fue en Nicaragua en donde entré en contacto por primera vez con el hombre que había sobrevivido a un atentado ordenado por Carlos Arana Osorio y que le había valido un cuerpo agujereado por las balas, y que había sido destacado funcionario del gobierno de Arbenz y un férreo defensor de los intereses nacionales y la soberanía política de nuestro país.

Fue en Managua en donde capté la dimensión humana de Poncho, al extremo de que una vez escribí un artículo que titulé “Poncho Bauer, indispensable”, refiriéndome a él como uno de esos hombres que no luchan un día ni un año sino toda la vida, lo cual los hace indispensables para que la dignidad humana siga siendo un valor apetecible para los jóvenes revolucionarios. Allí lo vi oponerse a arbitrariedades de la izquierda guatemalteca y apoyar lo que él consideraba justo. No siempre coincidí con sus juicios, pero siempre lo respeté por su inquebrantable coherencia. Junto a Luz Méndez de la Vega y Alfredo Balsells Tojo, Alfonso Bauer Paiz es una de las tres personas que más he respetado en la vida.

La última vez que vi a Poncho fue hace unos meses, en Quetzaltenango. Les habló a estudiantes con voz tonante y energía de veinteañero. Nos despedimos con el consabido abrazo. Y al meterme al carro pensé que debía agradecerle que siempre hubiera creído en mí, sobre todo cuando libré mi larga lucha de denuncia contra la ex izquierda oficial, pues jamás creyó las calumnias que sobre mí echaron a rodar sus peores miembros (y que todavía uno que otro imbécil que nada tuvo que ver con la lucha repite como loro amaestrado). Poncho siempre me respetó y jamás se dejó llevar por dimes y diretes. Al contrario, acostumbraba juzgar duramente a la gente, pero por sus actos.

Siempre lo respetaré como un hombre ejemplar e indispensable. Como un revolucionario.

Mario Roberto Morales
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