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Si Guatemala tuviera una derecha medio ilustrada, la convergencia para un proyecto de nación plural tendría más posibilidades.

El militar de izquierda Ollanta Humala ganó las elecciones en Perú apoyado por el reducido neoliberalismo que le hace caso a Vargas Llosa. Este apoyo ―insólito en vista de la bipolarización política de ese país― parece obedecer a la convicción de cierta derecha medio ilustrada sobre que el ideario liberal clásico y la democracia moderna se hallan mejor representados por una izquierda despojada de estridencias utópicas con tono socializante (y muy activa dentro de los límites de lo políticamente posible), que por una derecha ―personificada en la hija de Alberto Fujimori― que propone abiertamente el regreso del fascismo terrorista oligárquico del que Perú lucha por desembarazarse.

Si Guatemala tuviera una derecha así, las cosas irían mejor en materia de convergencias. Pero no soñemos. La derecha vernácula es rupestre. Por eso, en este clima electoral polarizado no hay militares de izquierda, pues se los tragó el fascismo oligarca hace mucho tiempo. Aquí, el militar con posibilidades de ser presidente no se parece en nada a Ollanta Humala (golpista y nacionalista), sino que viene avalado por un esplendoroso pasado contrainsurgente, rico en hemoglobina, orejas, dedos, ojos y genitales cortados, tierra arrasada, terrorismo contra la población civil indígena desarmada, y por un entorno de seguridad especializado en el robo de automóviles, el secuestro, el tráfico de personas y otros rubros de esa “economía informal” a la que ―también con mucho éxito― se dedican los llamados poderes paralelos en este dulce y horrendo país.

Fascinada por el poder de sus verdugos, la desorientada ciudadanía aborigen no vislumbra la posibilidad de ejercer derecho humano alguno en su favor, acostumbrada como está a la violencia militar-oligárquica desde que tiene memoria. Por eso, los verdugos de la población indígena en tiempos de las masacres contrainsurgentes (llamarle “guerra” a estos actos de cobardía militar implicaría enaltecer a genocidas que con toda la comodidad del caso se dieron gusto matando gente indefensa y evitando enfrentarse con los guerrilleros) son quienes obtienen más votos en las regiones en las que estos hechos alcanzaron las más altas cimas de barbarie. Así, la popularidad de Ríos Montt en estas comarcas no es entendida por una comunidad internacional que piensa y siente fuera de la lógica del “síndrome de Estocolmo”, porque jamás ha sido torturada, explotada y oprimida como parte de una cotidianidad “normal” en la que por siglos los torturadores se le han ofrecido al pueblo como padres a la vez autoritarios y benefactores, con potestad de premiar y castigar.

¿Cómo pretender que un pueblo así juegue a la democracia y se indigne ante lo que considera normal, como no tener trabajo ni qué comer y ser obligado a votar por sus enemigos bajo la amenaza de ver a su familia asesinada? Este es el pueblo ideal para que reine una oligarquía atrasada, inculta, racista, monopólica, mercantilista, con ideología neoliberal y verborrea libertaria, que financia a todos los partidos políticos para luego cobrar esa inversión poniendo al Estado al servicio de sus intereses familiares, de sus limpiezas sociales y étnicas y de sus tajadas en los negocios del capital corporativo transnacional, la narcoactividad y la delincuencia organizada.

Acabar con esto requiere de una gran alianza antioligárquica que modernice la economía y eduque al pueblo desde un Estado poderoso. Las derechas e izquierdas capaces de entender esto pueden converger para forjar un futuro distinto.

Mario Roberto Morales
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