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Un Ejército desprestigiado

Virgilio Álvarez Aragón

En su vertiginoso proceso de mimetización con la imagen de su recién fallecido padre, Álvaro Arzú Escobar, actual presidente del Congreso de la República, ha decidido no solo respaldar al presidente Morales en sus desacertadas afirmaciones, sino, cual concurso de televisión sesentera, también competir con él para demostrar quién dice la mentira más increíble.

Si Morales mintió usando un uniforme militar que no le corresponde y queriendo hacernos creer que lo usaba como homenaje a los soldados, Arzú Escobar salió a la caza del disparate y apostó otro mayor al afirmar que él forma parte del 86 % de la población que apoya al Ejército de Guatemala y confía en este. En su falso decir, el joven político con costumbres y mañas de viejo se cuidó de indicar la fuente en la que amparaba su afirmación, de modo que el lector de su Twitter podía considerar que el término «población» podía referirse a la que diariamente cobra en el Congreso de la República, a la de reclusos en el Mariscal Zavala o la del condominio familiar en el que habita.
Su mensaje insinúa que en la actualidad apenas el 14 % de los guatemaltecos no confían en el Ejército, cuando en realidad, según las distintas encuestas, es todo lo contrario.

Como bien lo hace ver Francelia Solano en nota reciente de esta Plaza Pública, en el informe del Barómetro de las Américas de 2014 la confianza en el Ejército de Guatemala era del 70 %. Sin embargo, una encuesta circunscrita al territorio nacional aplicada luego de las movilizaciones de 2015 y citada también por la periodista mostró que solo el 17.2 % de la población tenía mucha confianza en las fuerzas armadas, dato solo superior a la que se tenía en el estudiantado (16.2 %), antiguamente considerado el sector de mayor confianza para la población, dada su natural rebeldía y disposición a la crítica.

Esa encuesta, lamentablemente poco conocida y discutida, es más que reveladora, pues evidencia la pérdida de credibilidad y de confianza de la población, urbana y rural, en grupos, organizaciones e instituciones llamadas a ser el respaldo de las creencias y prácticas ciudadanas. El 24.2 % de los ciudadanos no tenían ya para entonces ninguna confianza en el Ejército guatemalteco en un momento en el que el 19.3 % de esos mismos ciudadanos decían no tenerla en las Iglesias evangélicas y solo el 14.3 % desconfiaba en absoluto en la Iglesia católica romana. Es decir, la institución en la que menos confiaban los guatemaltecos era la militar.

Los distintos hechos y denuncias contra altos miembros del Ejército conocidos para ese entonces  permitieron que amplios sectores de la población hicieran pública su desconfianza respecto a las fuerzas armadas. La desinformación y manipulación ideológica a la que se sometió a la población en las décadas de los años 70 y 80 para justificar la corrupción y los crímenes de lesa humanidad había sido superada. Si uno de cada cinco guatemaltecos no confiaba ya para entonces en las Iglesias protestantes, uno de cada cuatro desconfiaba en el Ejército. En contraposición, uno de cada dos guatemaltecos (54.1 %) confiaba absolutamente en la Cicig y en la Iglesia católica romana (52.2 %).

Lamentablemente, el descrédito del Ejército, en lugar de reducirse, ha ido en aumento, como lo demuestra la encuesta del Latinobarómetro 2017, también citada por Solano. En ese levantamiento de información, el más reciente de los considerados serios, la confianza, mucha y poca, en las fuerzas armadas guatemaltecas resulta en apenas el 36 % de la población, diez puntos porcentuales debajo de lo que la suma de esas dos opiniones (46.4 %) presentaba en la encuesta de 2016.

Dadas las circunstancias, el Ejército no solo no ha recuperado en algo la confianza de la población, sino más bien va perdiéndola aún más año tras año. No será con falsos uniformes y poses de dictador como esa confianza será recuperada, mucho menos con la difusión de información falsa, como lo hace el diputado Arzú Escobar.

El Ejército de Guatemala merece y debe recuperar la confianza de la sociedad. No tiene por qué ser temido como lo fue en las décadas pasadas, como tampoco tiene que ser una evidente cueva de dilapidadores y usurpadores de los recursos públicos como lo es aún en la actualidad. Para ello es necesario y urgente que, como todas las instituciones del Estado, atraviese por un total y profundo proceso de refundación en el que la doctrina de la seguridad ciudadana sepulte de una vez por todas la de la seguridad nacional.

l Ejército no puede ser ya la institución que vea en cada opositor y crítico al régimen un enemigo, sino un ciudadano portador de derechos que deben ser respetados y cumplidos. No puede ser la institución a través de la cual sus altos oficiales inventen falsas conspiraciones para aumentar su presupuesto y manejarlo de la manera más opaca posible en beneficio propio.

Los nuevos oficiales y demás miembros del Ejército no tienen por qué continuar siendo indoctrinados para justificar los crímenes de lesa humanidad cometidos por sus antecesores, quienes además sobredimensionaron el conflicto armado para apropiarse sin escrúpulos de los recursos públicos.

Los Ejércitos modernos basan su accionar en el cumplimiento estricto de los derechos humanos, en una repulsa clara y consciente de los crímenes del pasado cometidos por oficiales inescrupulosos, que deben ser juzgados por ello y de cuyas faltas no tienen responsabilidad alguna los nuevos oficiales.

El mundo está cambiando y cambiará aún más, así los políticos demagogos al estilo Arzú y Morales quieran hacernos mirar para otro lado.
Fuente: [http://plazapublica.com.gt/content/un-ejercito-desprestigiado]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Virgilio Álvarez Aragón