Un discurso que justifica el crimen
Edgar Aguilar
Narrador, ensayista, poeta, periodista y director de la editorial Magna Terra, Gerardo Guinea Diez (Guatemala, 1955) no nos es del todo desconocido. Exiliado en nuestro país en la década de los ochenta, tuvo posteriormente a su cargo la coordinación de la Casa de Chile en México y fue secretario de redacción del periódico El Financiero. Es, sin lugar a dudas, una de las voces literarias y críticas más relevantes de Guatemala en la actualidad. Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias (2009), entre otras distinciones, ha publicado El amargo afán de la desmuerte (1992), Por qué maté a Bob Hope (1994), Exul Umbra (1997), El árbol de Adán (2007), Gramática de un tiempo congelado (2008) y Un león lejos de Nueva York (2010), por citar sólo algunos títulos de su vasta obra. Recientemente visitó nuestro país para recibir el Premio de Poesía Editorial Praxis 2015, por su libro Poemas irlandeses de próxima publicación. Conversamos con él sobre su última novela, La mirada remota (FyG Editores, Guatemala, 2014), misma que guarda una relación casi espeluznante con lo que acontece en México en nuestros días.
-Usted toma como eje de su novela, a través del protagonista, Santiago Merino, el encargo de redactar un informe acerca de más de cuatro mil expedientes de mujeres asesinadas en los últimos años en Guatemala. ¿Por qué decidió este planteamiento?
–Cuando empecé a escribir La mirada remota, hará unos cinco años, la cifra de mujeres asesinadas era, números más, números menos, esa cifra. En enero de 2015, diez días después de la presentación de la novela, salieron a luz nuevos datos: sobrepasaba los siete mil y creo que bien podríamos llegar a ocho mil mujeres cruelmente asesinadas. Pero, el tema de los expedientes es un mero artificio, es decir, lo que procuré resaltar es la sevicia, los niveles de crueldad. En pocas palabras, hablamos de cuerpos desmembrados, violación y una lista interminable de linduras indescriptibles. También, es sacar a la luz los mecanismos de impunidad que operan en estos casos.
–¿De allí que el personaje principal sea un abogado, que se desempeña como fiscal y experto en criminología, y no el clásico detective de la novela policíaca?
–Claro. Si bien, la novela está escrita con cierta clave policíaca, no lo es. Merino sufrió el exilio, presenció la muerte de una mujer que amaba en las épocas de las dictaduras militares. Su desencanto y nihilismo lo transforman en un antihéroe. Descree de la justicia a pesar de ser un fiscal. Pero el compromiso de sus compañeros lo lleva a involucrarse a fondo en los vericuetos del Ministerio Público. Además, es políticamente incorrecto, lo que lo hace más humano, más veraz.
–El narrador afirma que “escribir un informe deja de ser una prioridad, también encontrar a los culpables. Me interesa más comprender la raíz de ese mal”. ¿Era también su intención al escribir la novela?
–Así es, escarbar en las raíces de ese mal para comprender esos míseros asesinatos, ese péndulo entre vida y muerte que es un espejo al revés de una malignidad que de algún modo es una especie de metástasis de una sociedad sin ética, sin rumbo, sin esperanza. Basta ver las condenas, son ridículamente escasas. En 2015, más de cinco mil niñas fueron violadas, sin contar con el subregistro que existe en estos casos. Aunque, sin precisarlo, la novela trata de ubicar esa raíz en los peores años de la contrainsurgencia. Es decir, según algunas investigaciones, más de diez mil mujeres fueron violadas y asesinadas en ese período. En otras palabras, la brutalidad extrema de aquellos años tiene su correlato en el feminicidio actual; como un panegírico de un perpetuo castigo.
-–Ramírez, el nauseabundo agente del Ministerio Público que está involucrado en algunos casos de feminicidio, señala en su defensa: “El crimen es el impuesto que han de pagar muchos por vivir en la complejidad de una sociedad moderna”. ¿Cómo debemos interpretar esto?
–Es la reelaboración simbólica de un discurso que justifica cualquier crimen. Ramírez es un personaje arquetípico en la vida de Guatemala. Es decir, adictos a la necrofilia, han hecho de lo anómalo un código de conducta. Es casi un valor ontológico por sí mismo. Como reza una línea de la novela: estamos ante el muro de lo terrible y la sociedad se acostumbró a ello, como si fueran frivolidades cinematográficas.
–¿Qué similitudes más evidentes, de los múltiples factores que engendran la violencia, encuentra con México?
–Yo viví en México catorce años y suelo ir con frecuencia a visitar a mi hija y mis nietas. Además, todos los días leo La Jornada en línea. Es decir, sé que hay violencia y mucha. Sin embargo, la violencia en Guatemala es una construcción social y cultural. De la violencia política sin límites pasamos a la violencia social apocalíptica. El número de crímenes diarios es similar a los años de las dictaduras. Varios factores confabulan para ello: el rompimiento de tejidos sociales a partir de las masacres, pasar de la pobreza a la peor de las marginalidades y la debacle de la clase política.
–¿Cómo transita de un momento de creación a otro? Digamos, por ejemplo, de una novela cruda y desencantada a un libro de poemas casi bucólicos, como sus Poemas irlandeses.
–No tengo certeza sobre ese tránsito. El tema, la historia, se imponen. La mirada remota nace a partir de unas líneas de María Zambrano. Poemas irlandeses por unas lecturas y ciertas tardes en verdad bucólicas. En fin, no soy consciente de ese péndulo. Lo único que sé es que ciertos temas son parte de la geografía de la novela y otros, sin duda, de la poesía. Quizá porque mi vida ha transcurrido y ha estado marcada por la incertidumbre, que de algún modo, es patrimonio de quienes vivimos por estos amargos y dulces trópicos.
Fuente: LaJornada Semanal [http://semanal.jornada.com.mx/2016/03/18/un-discurso-que-justifica-el-crimen-8700.html]
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