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Tu amor es un periódico de ayer

lucha libre

Lucía Escobar
@liberalucha

Apenas un par de días después de que el alcalde capitalino Alvaro Arzú afirmara en un discurso motivacional a reservistas del ejército que “pasarían sobre la cabeza de los medios de comunicación negativos” y ya cayeron los primeros periodistas asesinados. Laurent Ángel Castillo Cifuentes, corresponsal de ‘Nuestro Diario’ y Luis Alfredo de León de ‘Radio Coatepeque’, fueron encontrados muertos, atados de pies y manos, en un cañaveral de Mazatenango, hace pocos días.

Según la APG, Asociación de Periodistas de Guatemala, durante el año 2017, fueron asesinados  11 comunicadores y desde el año 2000 la cifra es de 36 periodistas muertos violentamente.

“No se mata la verdad matando al periodista” decía una manta en el funeral de los corresponsales de Coatepeque.

Cuando asesinan a un comunicador, no solo muere él y su palabra; pierde su familia y la sociedad entera deja de escuchar una valiosa voz. Así se limita el derecho del pueblo a conocer la verdad.

La libertad de expresión es un derecho humano fundamental que no solo respalda a los periodistas sino que es la base de una sociedad democrática. Un país enterado con amplio acceso a información diversa, tendrá mejores herramientas para escoger y votar correctamente.

Por eso tal vez es que le temen tanto a las voces que se alzan para cuestionar, criticar y denunciar. Ser periodista en Guatemala no es nada fácil. Y ser corresponsal es aún peor. Casi ninguno tiene estabilidad laboral ni un apoyo concreto de los medios de comunicación para los que trabajan. Mucho menos un seguro de vida o algún tipo de protección laboral. Y como dice aquel dicho: en pueblos pequeños, el infierno suele ser grande.

En una ocasión, un colega de San Marcos el departamento, nos contó que el alcalde de su comunidad solía sacarse la pistola y ponerla sobre el escritorio, justo cuando él prendía la grabadora y se disponía a cuestionarlo sobre las obras sobrevaloradas. Cuando uno platica con los colegas abundan historias así o más tensas.

La salud de una democracia puede medirse por el respeto o no que se le tiene a la libertad de expresión. A los periodistas nos toca el nada agradable papel de vigilar las acciones de los gobiernos de turno y de las autoridades elegidas democráticamente para asegurarnos que trabajan como es debido. Y si no lo hacen, debemos denunciar los hechos sin miedo y con valor.

Cuando un periodista cuenta los hechos, y estos son duros o terribles, no es culpa del él. Matando al mensajero no se elimina el mensaje.

Hace años, la asesora de las patrullas organizadas contra la delincuencia (o las nuevas PAC, Patrullas de Autodefensa Civil) de Panajachel, me cuestionó por andar criticando el “trabajo” de los encapuchados. Ella me instaba a ver lo bueno que hacían; cosas como limpiar las playas una vez al mes o desvelarse por “mi seguridad” en lugar de enfocarme solo en lo negativo; golpear y desaparecer jóvenes, violar patojas, impedir la libre circulación, detenciones ilegales, etcétera.

No hacerle caso a su sugerencia/amenaza, le costó a mi familia y a mí, el exilio de nuestro hogar. Aun así no me arrepiento, nuestro trabajo como periodistas no es quedar bien con la gente, ni solamente mostrar el lado hermoso de la vida.

El presidente Jimmy Morales y el Estado de Guatemala tienen una deuda con el gremio periodístico porque se comprometieron desde 2016 a implementar el Programa de Protección a Periodistas. Es urgente que cumplan.

Fuente: [https://elperiodico.com.gt/lacolumna/2018/02/07/tu-amor-es-un-periodico-de-ayer/]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Lucía Escobar
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