Carlos Figueroa Ibarra
Hace poco más de cuatro años, cuando Donald J. Trump anunció su propósito de conseguir la nominación del Partido Republicano para competir por la presidencia de Estados Unidos de América, el asunto me pareció sencillamente ridículo. Verlo asumir el cargo el 20 de enero de 2017, me llevó a la conclusión de que el electorado estadounidense no tenía remedio. Aunque en rigor Trump perdió las elecciones de noviembre de 2016, el anticuado sistema electoral estadounidense le permitió salir triunfador merced a los votos electorales. Así, habiendo perdido las elecciones por casi tres millones de votos, ese enero de 2017 vimos a un patán, misógino, racista y neofascista sentarse en el escritorio ubicado en la Sala Oval de la Casa Blanca. En esto cuatro años, Trump mostró que podía lidiar con la crisis económica estadounidense, mostró buen tino para resolver el conflicto con Corea del Norte, incrementó los gastos militares y predicó un ánimo no intervencionista (que no comprende a Cuba ni a Venezuela) y de reserva hacia la OTAN. Contrariamente a sus promesas electorales, terminó firmando el Tratado entre México- Estados Unidos y Canadá (TMEC), desató una guerra comercial con China, hizo que EEUU abandonara la Organización Mundial de la Salud y fue grande la volatilidad en su gabinete y sus colaboradores.
A tres meses de las elecciones estadounidenses, Trump parece estar en problemas y desquiciado. Su manejo de la pandemia no podía haber sido peor y el enfrentamiento de la crisis desatada por el asesinato de George Floyd lo ha desgastado seriamente. Todas las encuestas lo colocan por debajo de su rival Joseph Biden en un promedio de 8-10 puntos. En este contexto, la personalidad de Trump de por sí considerada por muchos como sociópata, ha mostrado lo peor. Refiriéndose a las protestas en Portland y en otros lugares del país, Trump ha dicho que se trata de anarquistas, enfermos y trastornados que terminaran destruyendo a las ciudades en donde están protestando. En un momento en el que la epidemia tiene a 21 estados de la unión en semáforo rojo, Trump ha declarado que el país va saliendo de la emergencia. Sigue hablando del “virus chino” y defendiendo la hidroxycloroquina como remedio cuando el mundo científico ha desechado tal medicamento. Ha lamentado que el Dr. Anthony Fauci, jefe del equipo anti-epidemia en EEUU, sea más popular que él y ha dicho una gran verdad: “nadie me quiere a mí…puede ser por mi personalidad”. Refiriéndose a Biden ha dicho que “es un títere de izquierda” y que si gana la presidencia “se derrumbaran los mercados y se incendiarán las ciudades, nuestro país sufriría como nunca antes”.
Pareciera ser que el momento Trump puede estar llegando a su fin. Todo dependerá de cuanto se haya desmoronado su voto duro por los estragos de la epidemia. También de que su adversario sepa mover bien sus piezas y que su candidatura despierte entusiasmo. Finalmente, su fortuna penderá de cuantos electores consideren a Biden el mal menor y voten por él para librarse de una pesadilla.
A tres meses de las elecciones estadounidenses, Trump parece estar en problemas y desquiciado. Su manejo de la pandemia no podía haber sido peor y el enfrentamiento de la crisis desatada por el asesinato de George Floyd lo ha desgastado seriamente.
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