Ayúdanos a compartir

Tras los rastros del genocidio guatemalteco (Parte II)

Manolo Vela Castañeda
manolo.vela@ibero.mx

Fotoarte jorge de leÓN > El periódico

El domingo 30 de septiembre escribí la primera parte de este artículo, dedicada a valorar la sentencia que el 26 de septiembre el Tribunal B de Mayor Riesgo emitió en el proceso que se sigue contra el alto mando del General Ríos Montt por el genocidio cometido contra el pueblo Ixil. En corto, la sentencia concluyó que sí hubo genocidio, pero consideró que al general José Mauricio Rodríguez Sánchez, Jefe de la DI, la Dirección de Inteligencia del Estado Mayor de la Defensa Nacional, no logró probársele su responsabilidad en los delitos que se le imputan. Ello nos permite ahora hacer un análisis acerca de la responsabilidad de la DI en el genocidio que tuvo lugar en Guatemala.

Tras el golpe de Estado del 23 de marzo de 1982 el acusado, Rodríguez, fue nombrado Jefe de la DI. El general Rodríguez fue el jefe de inteligencia del Ejército comandado por el general Ríos Montt.

¿Cuál es el papel del servicio de inteligencia de una Fuerza Armada? El servicio de inteligencia de una fuerza armada es el máximo organismo de inteligencia. En él convergen dos responsabilidades:
a) La dirección del esfuerzo de búsqueda de información, lo que se lleva a cabo con la puesta en marcha del ciclo de inteligencia: la definición de los elementos esenciales de información, los planes para la obtención de dicha información, el procesamiento y análisis de esta, y la formulación de apreciaciones y la recomendación de cursos de acción.
b) La dirección y la administración de una red, el sistema de inteligencia. La cabeza del servicio de inteligencia de una fuerza armada tiene a su cargo la dirección de una extensa red que se disemina en las unidades militares en el terreno, brigadas, destacamentos, conocidos como G-2 o S-2. La cabeza del sistema se comunica con esa red a través del canal de inteligencia. Desde arriba: fluyen órdenes, pedidos de información, y se comparte información y apreciaciones; y, desde abajo: fluyen informes, reportes e información. El canal de inteligencia le permite a la cabeza del servicio comunicarse –de forma ágil e inmediata– con el oficial de inteligencia de un destacamento, fijarle órdenes y pedidos de información. El canal de inteligencia es un contacto fluido, permanente, cuyo flujo de información opera con estrictas clasificaciones de seguridad.

Un ejemplo en el terreno. Pero el ciclo, el sistema y el canal de inteligencia, quizá sean entendidos mejor con un ejemplo: en abril de 1982, en el camino que de San Gaspar Chajul lleva a la finca Covadonga una patrulla del Ejército es emboscada por la guerrilla. El hecho pasa a ser objeto de análisis por las unidades de inteligencia en el terreno. ¿Qué analizan? La topografía; la duración; el número de atacantes; el tipo de armamento; la forma de la emboscada; el rastro de las unidades del enemigo, si dejaron tirado algo; ¿quién apoya a estas unidades, de dónde obtienen información, hombres y alimentos? Las preguntas se convierten en requerimientos de información, y allí se activa el ciclo de inteligencia. ¿Cómo se completan esos requerimientos de información? A través de operaciones, por ejemplo: a) incursiones en caseríos cercanos, para capturar e interrogar a campesinos; b) operaciones para detectar la fidelidad de la población, disfrazando a soldados como guerrilleros; c) interrogando a prisioneros de guerra; o bien, d) activando la red de informantes en la zona. La información recabada es analizada y de allí se elabora un reporte, que incluye la recomendación de cursos de acción. Este reporte, a través del canal de inteligencia, se envía, para su conocimiento y aprobación, a la jefatura de la DI. A este reporten contribuyen –de forma compartimentada– diferentes unidades. Una de esas recomendaciones, bajo el supuesto que sus pobladores apoyan a las unidades de la guerrilla, es ejecutar una masacre contra los pobladores de la finca Covadonga. A partir de allí, la Dirección de Operaciones del Estado Mayor formulará un plan que tendrá como misión llevar adelante la aniquilación –de todos o, de una parte– de los vecinos de la aldea. Concluida la masacre en Covadonga, la DI conocerá la información que allí, en medio de la masacre, se recabó. ¿Cómo se recabó dicha inteligencia? sometiendo a interrogatorio a los pobladores, analizando documentos que pudieron haberse hallado, descubriendo almacenes de alimentos, entre otros. Procesará dicha información, hará un análisis, que llevará a recomendar otros cursos de acción, por ejemplo: otra masacre, contra otro poblado próximo, bajo el supuesto de que allí, también, se hallan simpatizantes de las guerrillas.

Así es como se alimenta un ciclo interminable que va de la buena información a las buenas operaciones; y, de las buenas operaciones, a la buena información. Se lee aséptico, pero aquí, en el caso de Guatemala, buenas operaciones son masacres.

El jefe de inteligencia de un Ejército que lleva adelante un genocidio no es un burócrata que, sentado en su despacho, redacta el anexo a un plan de campaña; y que al término del plan evalúa el resultado de las operaciones. Es un líder militar que dirige una extensa red que constantemente, las 24 horas, los 7 días de la semana, está recibiendo información, evaluándola, y recomendando cursos de acción. Esos cursos de acción, en el contexto del genocidio, tienen que ver con el interrogatorio –bajo tortura– de pobladores, la ejecución de masacres, las operaciones de rastreo para capturar y liquidar sobrevivientes.

A través del canal de inteligencia, el general Rodríguez daba órdenes a los oficiales de inteligencia que hacían parte de los Estados Mayores de la Fuerza de Tarea Gumarcaj; la Base Militar de Tropas de Paracaidistas; y, la Zona Militar Número 20. Fueron dichas unidades las que tuvieron a su cargo las operaciones militares en la región Ixil en aquel tiempo. Y estas, a su vez, impartían, por medio del canal de inteligencia, órdenes a los oficiales de inteligencia a nivel de sus unidades. Así fue como operó el sistema de inteligencia en el contexto del genocidio.

Las responsabilidades relacionadas con el cargo –de Jefe de la DI– hacían que el general Rodríguez estuviera al tanto –en tiempo real– del curso de las operaciones militares donde se cometían las masacres. ¿Por qué debía él estar al tanto de esas operaciones? Porque de esas operaciones salía la materia prima, la información, para analizar, a partir de la cual determinar órdenes y pedidos de información, formular apreciaciones y cursos de acción.

El general Rodríguez no era parte del alto mando del Ejército, pero sin su concurso los planes de operaciones –estratégicos o de nivel táctico– que llevaron al genocidio nunca se hubieran formulado ni ejecutado. Porque, como me dijo uno de los oficiales que tuve la oportunidad de entrevistar para Los pelotones de la muerte, “de acuerdo a la inteligencia, así se desarrollan las operaciones”.

En esta lucha por la justicia aún no se ha escrito la última palabra.

El general Rodríguez no era parte del alto mando del Ejército, pero sin su concurso los planes de operaciones –estratégicos o de nivel táctico– que llevaron al genocidio nunca se hubieran formulado ni ejecutado.

Fuente: [https://elperiodico.com.gt/domingo/2018/10/14/tras-los-rastros-del-genocidio-guatemalteco-parte-ii/]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Manolo E. Vela Castañeda