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Todd en su laberinto

Virgilio Álvarez Aragón

La expulsión del embajador Todd Robinson de la República Bolivariana de Venezuela estaba anunciada desde su llegada. La política de intromisión del Gobierno estadounidense allí es de larga data, y todo conducía a pensar en un desenlace como ese.

Ya en 2010 Caracas, en el uso de su soberanía, había decidido no darle el beneplácito a Larry Palmer, propuesto como embajador, pues en sus declaraciones ante el Senado estadounidense se había pronunciado abiertamente contra el gobierno chavista. Ya antes, en 2008, el embajador Patrick Duddy había sido obligado a dejar el país. Robinson, pues, llegó a un terreno minado por las desconfianzas y las agresiones de su Gobierno al régimen chavista. Con el cargo de embajador dentro de la estructura diplomática de su país, asumió en Venezuela con funciones de primer secretario, pues solo estaba encargado de negocios: situación que, ya de por sí, en términos diplomáticos, limitaba en mucho su accionar.

No obstante, las orientaciones eran claras: lograr por todos los medios el colapso del gobierno de Nicolás Maduro y el ascenso al poder de la derecha venezolana más recalcitrante. Se equivocan quienes piensen que el exembajador estadounidense en Guatemala se ha mostrado contradictorio al compararse lo actuado en el país y lo hecho en Venezuela. Robinson no es, como chistosamente lo acusó la ultraderecha chapina, un activo representante del comunismo internacional. Es, cuando mucho, un demócrata que considera el respeto de los derechos humanos una cuestión fundamental. Pero, si hubiese estado en Israel, habría encontrado justificaciones, aunque de lo más rocambolescas, a los crímenes que el régimen autoritario de ese país comete día a día, ya que su Gobierno es aliado incondicional del neofascismo israelí.

De ahí que su accionar en Guatemala deba ser entendido desde una perspectiva más amplia. Si al llegar al país se constituyó en la peaña que debería haber sostenido a Pérez Molina hasta el final de su mandato, el descubrimiento de los crímenes de este contra el erario público y su enriquecimiento ilícito resquebrajaron ese poderoso sostén. La Embajada fue la primera en quedar conmocionada al hacerse públicos los hallazgos contra Pérez Molina y Baldetti Elías. Pero, abierta la jaula, ya no era posible retener a las palomas. Así pues, el giro tuvo que ser rápido y sin temores, que al final de cuentas los objetivos estadounidenses en el país son tan profundos como diferentes a los que se persiguen en Venezuela.

Allá se necesita un régimen en extremo dócil para que la explotación de los recursos naturales sea en beneficio y función, principal y mayúscula, de los intereses económicos y estratégicos de Estados Unidos, entendidos en este momento como los intereses de los grandes capitales, que imponen su visión de corto y mediano plazo sin importar la satisfacción de las mínimas necesidades de las poblaciones.
En Venezuela se requiere un gobierno abierta, decidida y activamente favorable a esos propósitos, tal y como lo son ya los gobiernos de Argentina, Chile y Brasil. Allí no importa la corrupción, pues lo que valen son los intereses económicos afincados en sus territorios.

En Guatemala, en cambio, eso no es indispensable. Aquí, como en Honduras, lo que les importa es un régimen capaz de mantener, en dosis aceptables, los flujos de migrantes y de drogas, no que se detengan de golpe, pues eso también afectaría su economía, sus intereses y sus discursos. Pero que no se excedan, como ha estado sucediendo. En Honduras ya tienen a un gobernante títere. Y lo aceptaron con fraude y todo porque la oposición les parecía demasiado chavista solo porque estaba interesada en resolver los angustiosos problemas de la sociedad hondureña.

Aunque no se resuelva de momento el angustiante problema de la pobreza, pueden continuar convirtiendo ese país en su portaviones para así dosificar el flujo de drogas, que a los migrantes los zarandea y humilla México y, como se comprobó este miércoles 23, cuando un policía fronterizo asesinó sin más, de un tiro en la cabeza, a la guatemalteca Claudia Gómez, se los puede asesinar sin que el Gobierno intente al menos protestar.

El combate de la corrupción en Guatemala es del interés del régimen estadounidense, pues la corrupción empobrece aún más a los ciudadanos, quienes, como ya se ha demostrado en los últimos 20 años, están saliendo en desbandada a Estados Unidos. Economías fracasadas en la vecindad, como la guatemalteca y la hondureña, más que útiles, son peligrosas.

Por ello decir que el combate de la corrupción es solo un conflicto entre oligarquías porque a Estados Unidos también le preocupa es miopía política o abierta complicidad con corruptos y corruptores. Si parte de la oligarquía y de la burguesía de aquí (que no son para nada la misma cosa) combate la corrupción y se tiene de aliada de Estados Unidos, hay que aprovechar ese momento desde el movimiento social y los sectores de izquierda no dejando que sean solo ellos los que hagan el tamal.

El movimiento social y político guatemalteco ya no es tan ingenuo como el de hace un siglo, cuando sirvió simplemente de parapeto para que la oligarquía de entonces intentara restaurar su régimen derrotando a Estrada Cabrera y toda la propuesta liberal que lo apoyaba y acompañaba.

La lucha contra la corrupción puede (y debe) fortalecer todos los sectores progresistas del país. Impedir que el efecenismo haga de los recursos públicos su coto de enriquecimiento es una necesidad. Y si en eso los estadounidenses ayudan, no hay que negarse a ir con ellos, lo que no implica, sin embargo, dejar de considerar que, pasada la coyuntura, puedan impedir el desarrollo autónomo del país, mucho menos apoyarlos en todas sus locuras imperiales.

En Guatemala, Todd resultó finalmente útil a los intereses de los sectores populares y democráticos, cosa que ya no podía suceder en condiciones como las venezolanas.

Fuente: [http://plazapublica.com.gt/content/todd-en-su-laberinto]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Virgilio Álvarez Aragón