Terror, genocidio y empresarios
Carlos Figueroa Ibarra.
Buena parte de los análisis que se han hecho sobre el terrorismo de estado en Guatemala –el cual ha sido calificado de genocidio por sus características en algunos momentos y regiones–, destacan la participación de las fuerzas armadas y policiacas en dichos crímenes de lesa humanidad. La mayoría si no es que todos los enjuiciados y/o condenados por tales hechos han sido militares en retiro y ex policías. La participación de los civiles en el terror estatal y en los actos de genocidio se ha destacado poco y sobre todo en los estratos sociales más bajos, por ejemplo los integrantes de las llamadas Patrullas de Autodefensa Civil. Ciertamente existen algunos civiles relevantes que tienen procesos penales a nivel internacional como es el caso del ex ministro de gobernación, Donaldo Álvarez Ruiz, quien por ello hoy vive escondido y temeroso. Pero ha corrido un silencio ominoso sobre un actor social que tuvo una gran importancia en todos los años del conflicto interno y particularmente en aquellos en que este se manifestó como guerra sucia. Me refiero a la cúspide empresarial, principal beneficiaria de la contrainsurgencia.
Por todo lo anterior considero de gran mérito el reportaje hecho por Martín Rodríguez Pellecer publicado en el medio electrónico Plaza Pública y que lleva el nombre de “Los militares y la élite, la alianza que ganó la guerra” http://www.plazapublica.com.gt/content/los-militares-y-la-elite-la-alianza-que-gano-la-guerra. Tal reportaje ha sido difundido profusamente a través de internet y esto sucede porque relata con nombres, hechos y detalles lo que es sabido pero poco difundido: que en la guerra contrainsurgente en sus dimensiones internacionales, políticas, económicas y propiamente militares, una parte importante del empresariado local participó de manera activa. Baste citar una frase del referido reportaje de Rodríguez Pellecer para sintetizar su entero contenido: “La alianza que ganó la guerra en los años ochenta tuvo en su centro a militares y empresarios. Empresarios que se involucraron en distintos niveles. Desde tecnócratas de centro, medios de comunicación, patrulleros de autodefensa civil, ciudadanos que delataban o se hacían de la vista gorda cuando miraban o escuchaban crímenes de lesa humanidad hasta empresarios que volaron sus propias avionetas y lanzaron bombas”. Es indudable la participación empresarial en el holocausto guatemalteco. Participaron en el llamado Consejo de Estado, en el cabildeo internacional para romper el aislamiento de la dictadura militar, en la reticente y tacaña contribución económica al financiamiento de la contrainsurgencia y finalmente en la vinculación directa de algunos empresarios, de sus aviones y de sus pilotos en el bombardeo en las áreas de conflicto. Tal es el planteamiento hecho en el reportaje aludido.
El ejército guatemalteco llegó a tener una gran autonomía y un enorme poder en todos los años de la dictadura militar. Ríos Montt y su camarilla militar es ejemplo de ello. Pero finalmente solamente fue un instrumento en manos de los grandes intereses empresariales cuyo proyecto en última instancia defendían. Tal proyecto fue la reproducción ampliada del orden excluyente que fue impuesto con el derrocamiento de Jacobo Arbenz en 1954. Ese orden excluyente que se nutrió de un orden latifundista, expoliador y con supervivencia de formas serviles de explotación en el campo, de una inmensa pobreza rural y urbana, de una minoría privilegiada e insensible y de una exclusión política que organizaba regularmente fraudes electorales y que persiguió de manera sanguinaria a demócrata cristianos, socialdemócratas, comunistas, demócratas, nacionalistas revolucionarios o simplemente inconformes.
Más allá de la participación directa de empresarios en los bombardeos en Quiché de los cuales ahora nos enteramos, lo que acaso resulte más importante recordar es que el origen del terror estatal y el genocidio en Guatemala fue la defensa a ultranza de un orden injusto del cual fue beneficiaria la cúspide empresarial.
“La alianza que ganó la guerra en los años ochenta tuvo en su centro a militares y empresarios. Empresarios que se involucraron en distintos niveles. Desde tecnócratas de centro, medios de comunicación, patrulleros de autodefensa civil, ciudadanos que delataban o se hacían de la vista gorda cuando miraban o escuchaban crímenes de lesa humanidad hasta empresarios que volaron sus propias avionetas y lanzaron bombas”
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