¡Y cómo no quisiera tenerte ante mis ojos!
¡Y cuánto no quisiera aspirar tu mismo aire!
Mas el miedo aquí me paraliza, y, aunque moverme quiero,
el cuerpo no responde a estos tres deseos.
Escucho tu llamada; sé bien que me necesitas;
y siento otra vez la urgencia de, muy pronto,
acudir a tu llamado ¡lo mismo que otras veces!
Se repite la historia que vive en mi memoria
y temo que al ser débil, junto a ti pueda correr.
¡Qué bello estar contigo y perderme entre tus brazos
sin sentir más otra cosa que tu pecho junto al mío!
Pero no; el íntimo deseo que brota desde el fondo
de mi corazón herido
debo controlarlo, disminuirlo y manejarlo
porque, si se desboca, cual corcel en la pradera,
me temo que de nuevo en precipicio se cayera.
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