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Tanto va el cántaro al agua

Edgar Celada Q.
eceladaq@gmail.com

Entre repertorio de expresiones de la sabiduría popular que guarda el castellano hay uno que, en estos días de crisis institucional y política, acude con insistencia a la mente de quien escribe: tanto va el cántaro al agua, que al fin se rompe.

¿Aplicado a qué? Precisamente, a los posibles escenarios hacia los cuales puede evolucionar la antedicha crisis institucional y política.

Conviene, sin embargo, establecer de qué hablamos cuando decimos crisis institucional y política.

A su modo y con poca fortuna, el presidente Jimmy Morales intentó ilustrar la profundidad de la crisis institucional al señalar que “algunos” funcionarios tienen temor de tomar decisiones. Fue entonces cuando soltó aquello de que, él mismo, ha sido advertido de “rumores bien fundamentados” de planes de golpe de Estado.

El presidente arengaba contra la parálisis que percibe en su gobierno, pero el subconsciente o sus temores lo traicionaron: se le “chispoteó” lo de las amenazas golpistas.

Y algunas semanas más tarde, el 8 de marzo, la tragedia del Hogar Virgen de la Asunción puso al desnudo la gravedad de la disfuncionalidad del conjunto de las instituciones del Estado, de la cual pocas se salvan.

A eso aludimos cuando decimos “crisis institucional”. La cual, ostensiblemente, es más grave en unas instituciones que en otras. Para muestra el Congreso de la República, donde, literalmente, “no dan una”: se trata de una institución que ha dejado de cumplir a cabalidad –desde hace años, pensamos algunos– las funciones que se le encomiendan en la Constitución Política de la República.

Es en entidades como el Congreso donde se hace evidente la simbiosis de la crisis institucional con la crisis política.

Esta última se refiere a la incapacidad para manejar los asuntos públicos, que llevan a erosionar la credibilidad ciudadana en las instituciones democráticas y, en consecuencia, a agravar –en lugar de resolver o encontrar rutas de solución viables– el desbarajuste institucional.

No por casualidad, volviendo al ejemplo del Legislativo, ha ganado tanta fuerza en las redes sociales la etiqueta #YoNoTengoCongreso.

Como tampoco es casual que las autoridades indígenas ancestrales de IximUlew, reunidas el 23 de marzo en Sololá, hayan acordado “desconocer” al Congreso de la República, al cual señalan “su falta de legitimidad” y “su sometimiento a los poderes fácticos de este país”.

El deterioro institucional y político del Legislativo es tal, que está plenamente instalada en la conciencia de amplios sectores ciudadanos la necesidad de “depurarlo”.

No hay acuerdo sobre cuál es la vía para esa depuración. Muchos confían en que se produzca a través de procesos penales, a medida que el Ministerio Público vaya “cachando”, uno a uno, a las y los diputados involucrados en ilícitos.

Por lo pronto, hay quienes ya están a la espera del próximo tsunami llamado Odebrecht.

Bueno, así, tanto va el cántaro al agua, que al fin se rompe.

Fuente: [www.s21.gt]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Edgar Celada Q.
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