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Tan lejos de Dios…

Edgar Celada Q.
eceladaq@gmail.com

El acontecer político nacional, sacudido por el activismo del embajador Todd Robinson y los aspavientos “antiinjerencistas” de un variopinto del centro hacia la derecha nuestro espectro ideológico y económico, y los procesos en curso en el entorno latinoamericano y caribeño, marcados por la visita de Barack Obama a Cuba y Argentina, actualizan la reflexión sobre las relaciones con Estados Unidos.

Por obvias razones geográficas e históricas, en México nació el “tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”. Pero aplica al resto de países comprendidos en ese mare nostrum estadounidense en que se convirtió el Caribe, al que Germán Arciniegas describe como “el charco violento por donde se han paseado todos los huracanes”.

Ya desde 1823, según recordó hace poco un editorial de Siglo.21, Thomas Jefferson aclaró lo que el Caribe significa para EE. UU.: “Confieso cándidamente que siempre he mirado a Cuba como la adición más interesante que pudiera hacerse nunca a nuestro sistema de Estados. El control que, con Punta Florida, esta isla nos daría sobre el Golfo de México, y los países y el Istmo limítrofes, además de aquellos cuyas aguas fluyen a él, colmarían la medida de nuestro bienestar político”, escribió al entonces presidente James Monroe.

Este último apellidó la doctrina, según la cual las potencias del Viejo Continente deberían abandonar la pretensión de tomar o recuperar control de las entonces recién independizadas naciones latinoamericanas.

Nacida como advertencia a la Santa Alianza y como compromiso para atar las manos al expansionismo británico, la Doctrina Monroe es el cimiento de las sucesivas variantes de política de EE. UU. hacia nuestros países: desde la política del gran garrote y el corolario rooseveltiano al monroismo, pasando por la diplomacia del dólar y la política del buen vecino, hasta la Alianza para el Progreso, el Plan Cóndor, el Plan Colombia y ahora el Plan Alianza para la Prosperidad del Triángulo Norte de Centroamérica.

“Toda nación cuyo pueblo se conduzca bien, puede contar con nuestra cordial amistad. Si una nación muestra que sabe cómo actuar con eficiencia y decencia razonables en asuntos sociales y políticos, si mantiene el orden y paga sus obligaciones, no necesita temer la interferencia de Estados Unidos”. Así de claro lo dijo el presidente Theodore Roosevelt, el 6 de diciembre de 1904.

Agregó: “Un mal crónico, o una impotencia que resulta en el deterioro general de los lazos de una sociedad civilizada… puede forzar a Estados Unidos, aun con renuencia, al ejercicio del poder de policía internacional en casos flagrantes de tal mal crónico o impotencia”. Y tras esa advertencia clave del Corolario Roosevelt a la Doctrina Monroe, el mandatario no tuvo problema en decir que “nuestros intereses y los de nuestros vecinos sureños son en realidad idénticos”.

Pasaron más de 111 años desde que se escribieron esas palabras. No hay nada nuevo bajo el sol del discurso y la práctica estadounidenses.

La Doctrina Monroe es el cimiento de las sucesivas variantes de política de EE. UU. hacia nuestros países

Fuente: Siglo21 [http://www.s21.com.gt/mirador-kaminal/2016/03/23/tan-lejos-dios]

Edgar Celada Q.
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