La maldición de las cabras, de Oxwell Lbu
¡Quieren corbatas! ¡Quieren corbatas!…. ¡No tengo tacuche! Cada atardecer pasaba a la misma hora de siempre, en las calles de siempre, la misma señora, con el canasto en la cabeza donde llevaba las apetecibles corbatas en miel (Eran como grandes hojuelas fritas de maíz) gritando …a todo pulmón por las cuadras de la Colonia, los patojos la veían y cuando iba ya por la esquina le gritaban: ¡No tengo tacuche! Y ella regresaba pensando que le querían comprar, pero al acercarse se daba cuenta de
la broma de los patojos y sin cobrarle importancia, se daba la vuelta y seguía su camino…
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