El ideal y sus remedos, de Mario Roberto Morales

Nada hay nada más ridículo que dar por cierta la imagen que tenemos de nosotros mismos. En especial si esa imagen obedece a una idealidad moralista desde la que nos permitimos juzgar a los demás comparándolos con nosotros. No importa si lo hacemos en nombre de la humildad cristiana o de la frialdad pragmática. En todos los casos resulta ser una impostura, porque está basada en la incapacidad de observarnos a nosotros mismos para llegar a conocernos un poco.