Ciudad Cayalá y los sueños de Kiko, de Christian Kroll-Bryce
“Chusma, chusma, uuuuu,” le decía Kiko a Don Ramón antes de empujarlo, despreciarlo y retirarse a sus aposentos. Y se entiende, tan feo que es tener que convivir con la chusma, tener que compartir el espacio público con ellos, sufrir su mira acusadora, oír sus incomprensibles lamentos monetarios, ¡olerlos! Además, no es que Kiko tuviera otra opción. Tenía que hacerlo. Era el mandato familiar, la tradición, la respuesta condicionada al juicio materno: “No le hagas caso, tesoro. Y no te juntes con esta chusma,” le repetía una y otra vez Doña Florinda.
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