Atardecer ciego, de Eleázar Adolfo Molina Muñoz
El silencio de la tarde lo envolvía, el viento corría de un lado a otro del valle, los pinos se mostraban opacos, por el reflejo de los cortinajes sombríos que avanzaban y mataban a cada paso, a cada segundo, la luz del astro que iluminaba el valle, el valle se cubría con la frazada de la tormenta. Sus ojos buscaban una gota de color, pero las gotas que el cielo regalaba eran pálidas, cristalinas, sin color alguno, tan monótonas y simples como el beso del viento una tarde verano.
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