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Carlos Figueroa Ibarra

Una falencia que presentaron los gobiernos progresistas  observados en América latina en los primeros tres lustros del siglo XXI,   fue que la acumulación de fuerzas que lograron se sustentó en una personalidad carismática. Sucedió en Venezuela con Hugo Chávez, en Ecuador con Rafael Correa, en Brasil con Lula da Silva y en Bolivia con Evo Morales. La dependencia  de este liderazgo personalizado ocasionó  la búsqueda de la reelección, lo cual llevó a los cuatro personajes mencionados a ser presidentes de sus respectivos  países por más de un período. Sucedió también con Argentina en donde Néstor Kirchner  se convirtió en un líder carismático y ese liderazgo se lo heredó a Cristina Fernández. Hoy el progresismo argentino  no tiene figura más viable para enfrentar a la derecha que la propia Cristina. Aun en Uruguay, país en el cual observamos el liderazgo carismático más atenuado, el hecho cierto es que para lograr un tercer período, el Frente Amplio tuvo que volver a recurrir a Tabaré Vázquez con sus 75 años. En las próximas elecciones presidenciales en Uruguay, presumo que la izquierda uruguaya tendrá  que buscar otra figura  porque Pepe Mujica también ya es un hombre entrado en años.

En México, Morena ha padecido del mismo mal.  Para ganar en Morena tuvimos que hacer muchas cosas, pero todas ellas se vieron enormemente facilitadas por el liderazgo carismático de Andrés Manuel López Obrador. A más de cien días de su ejercicio, el flamante gobierno se beneficia de la enorme popularidad de Andrés Manuel que no ha cesado de  crecer desde el día en que fue elegido. En el momento de escribir estas líneas, la popularidad del Presidente roza el 80%. Lo bueno o lo malo de esto, depende de  cómo se vea, es que ese liderazgo histórico ya tiene fecha de caducidad: octubre de 2024. En ese momento Andrés Manuel se ira a “La Chingada”,  su quinta de Palenque. El tema viene a cuento porque la derecha mexicana ha hecho  un escándalo con la iniciativa de ley que el Presidente ha enviado al poder legislativo para que en 2021 se someta a consulta si continúa o permanece en el cargo. La derecha hace una lectura retorcida de la iniciativa presentada por López Obrador: lo que éste quiere es en realidad aplanar el camino para reelegirse en 2024.  El martes 19 de marzo en su habitual  conferencia de prensa matutina, Andrés Manuel cumplió al  firmar  el compromiso de que  no buscará la reelección.

Plantear la reelección presidencial en México es un despropósito que ignora la historia de ese país. La bandera que inició la Revolución Mexicana  y que costó un millón de vidas (10% de la población) fue precisamente “Sufragio Efectivo, No reelección”. Andrés Manuel López Obrador es ferviente convencido de este principio y actuaría en contra de su propia esencia si en 2024 buscara reelegirse. No pocos de los partidarios de AMLO estarían por su reelección. Para mi es positivo que esto no suceda. La Cuarta Transformación dependerá  por ello de instituciones y no de una personalidad.

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Carlos Figueroa Ibarra
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