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Breve diatriba contra los “teólogos” del neoliberalismo y los “científicos” de la teodicea oligárquica.

Decía Nietzsche que: “Un hombre que se creyera absolutamente bueno sería espiritualmente un idiota”. Y es obvio. Se necesita tener la inteligencia embotada para suponer que es posible la bondad (o la maldad) absoluta. Pues cualquiera con un dedo de frente se da cuenta de que lo malo no existe sin lo bueno y que tanto lo uno como lo otro tiene significados intercambiables según la época histórica de que se trate.

La espiritualidad de cada cual expresa la comprensión cualitativa que tiene acerca de la subjetividad humana. Esta comprensión implica siempre un conocimiento de la propia subjetividad, pues uno sólo llega a conocer a la humanidad conociéndose a sí mismo. No hay otro camino posible. Es en tal sentido que el filósofo alemán afirma que un buenazo total tendría por fuerza que ser un idiota espiritual.

Nietzsche se sentía particularmente atraído por la reflexión que desenmascara las contradicciones de la subjetividad humana, porque era un incansable explorador de su propia mente. Por eso mismo, dándose cuenta de la ridiculez de los académicos que se sienten valer como intelectuales sólo por sus títulos universitarios y por su capacidad de emborronar cuartillas con ocurrencias “brillantes”, optó a menudo por el aforismo como forma de expresión de sus verdades más hondas. Quizá a esto se deba que haya escrito: “El que sabe que es profundo se esfuerza por ser claro; el que quiere parecer profundo se esfuerza por ser oscuro”. En otras palabras, el farsante intelectual se da importancia ante quienes no lo pueden entender porque él mismo se ocupa y se cerciora de que no lo entiendan. Es un maestro del autoengaño, tan ridículo como nocivo para la sociedad. Las universidades de todo el mundo están plagadas de estos especímenes. Son los carreristas disciplinados que van por ahí chorreando ideas del todo prescindibles.

Generalmente, el vulgo los asocia con un rigor académico que es más un rigor mortis que una coherencia de pensamiento, pues brota de la repetición inconexa de ideas ajenas en las cuales buscan embutir la realidad concreta cuando proponen soluciones a los problemas económicos, políticos y sociales. Algunos de ellos suelen suponer que cambiando las leyes se cambia automáticamente la realidad. O que el problema de un país subdesarrollado no es una economía parasitaria e improductiva sino una constitución mal redactada. Algunos asesoran a clases dominantes que por torpe ignorancia rehúsan convertirse en clases dirigentes: son los “teólogos” de la “ciencia” social neoliberal, los “científicos” de la teodicea oligárquica, los próceres tropicales de la sobreexplotación.

Nietzsche no merece ser usado para referirse a estos especímenes típicos del subdesarrollo intelectual y moral, pero las máximas del filósofo vienen al caso para desenmascarar las contradicciones en que incurren quienes identifican Estado de derecho, democracia y economía de mercado con neoliberalismo, libertarismo desregulado y libertinaje empresarial, y no admiten que hay otras maneras de modernizar el capitalismo; por ejemplo, mediante la igualdad de oportunidades y sin someterse al control de las élites oligárquicas; esas desde cuyas cámaras los intelectuales farsantes lanzan propuestas de país con sus papás como líderes del “cambio”.

Se acabó la hegemonía oligárquica. Bien harían estos miembros de la Young Presidents Organization en retener este otro temible aforismo de Nietzsche: “¡Nada os pertenece en propiedad más que vuestros sueños!” Y vuestros sueños son de opio.

Heredia (Costa Rica), 22 de abril del 2011.

Mario Roberto Morales
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