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De cómo se pierde el libre albedrío en el sueño de la ignorancia.

La filantropía, la beneficencia y la caridad son deducibles de impuestos. Es decir, rentables. Forman por ello parte de la actividad lucrativa. La envoltura humanitaria con la que se las presenta equivale a la ilusión de la que la publicidad rodea a las mercancías que anuncia cuando asocia una botella de cerveza con un cuerpo de mujer en bikini o un cigarrillo con la masculinidad tosca de un vaquero solitario. En otras palabras, el contenido de la envoltura es falso, pues las funciones del producto no tienen nada que ver con ella, sino con el objetivo de lucrar, el cual, en sí mismo, nada tiene de malo, a no ser que se le se subordine la espiritualidad, la voluntad y el libre albedrío de los seres humanos, en cuyo caso el objetivo del lucro estaría recurriendo a la manipulación de la mente por medios psicológicos para condicionar conductas previstas ante estímulos específicos, y eso atenta contra el derecho humano de la libertad para la formación autónoma del criterio.

Desde que la ofensiva neoliberal del capital corporativo transnacional ha venido sustituyendo al Estado en sus funciones sociales, toda la actividad espiritual de los seres humanos (arte, literatura, educación) ha caído en manos de las asignaciones voluntaristas que las corporaciones otorgan a estas actividades a fin de rebajar impuestos a sus márgenes de lucro. Esto ha tenido como evidente resultado un vertiginoso proceso de mediocrización del arte, la literatura y la educación que ha llevado al intelicidio a varias generaciones, sobre todo a partir de los años 80, de modo que quienes se hallan entre los 30 y los 40 años de edad, y quienes son menores que ellos, presentan severos síntomas de disfunción cerebral respecto del manejo del código letrado, como por ejemplo la incapacidad de analizar y sintetizar, así como de recordar y comprender lo que se lee.

El sólo hecho de que haya legiones de personas que consideran normal que sean las corporaciones las que auspicien el arte, la literatura y la educación según los criterios de sus gerentes de mercadeo, constituye un síntoma inequívoco de disminución de la inteligencia en cuanto a la capacidad de analizar (descomponer el objeto de estudio en sus partes constitutivas), sintetizar (recomponer las partes en un todo que explica ese objeto de estudio) y de proponer soluciones a los problemas existentes (por incapacidad de comprensión de los mismos). Un sujeto tal, víctima del intelicidio, es un consumidor perfecto porque no cuestiona nada y cree la monumental patraña de que quien compra más es mejor que quien compra menos.

La lógica cultural del capital corporativo ha sustituido a la filosofía y las ciencias sociales con el mercadeo y la publicidad, de modo que quienes padecen el intelicidio ya no tienen más horizonte que comprar lo que los medios masivos les ordenan “sugiriéndoles” a toda hora consumos hedonistas. Es así como la juventud víctima del intelicidio pierde su libre albedrío y cree la mentira de que la filantropía, la caridad y la beneficencia son el único camino hacia el desarrollo de un país atrasado, y no la justicia social, es decir, la igualdad de oportunidades garantizada por el Estado.

Estos jóvenes son los sonámbulos útiles de la manipulación de sus mayores, quienes así los mantienen en el sueño de la ignorancia y del “deber cumplido”, a fin de que no despierten nunca para cuestionarlos.

Mario Roberto Morales
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