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Transformaciones en Cuba

¿Socialismo a la china para todos?

Marcelo Colussi
mmcolussi@gmail.com,
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https://mcolussi.blogspot.com/

 

I

Cuba socialista está en proceso de modificar su constitución política. Cambio enorme, fundamental quizá en la historia del socialismo de la isla, que por casi seis décadas fue un ejemplo para las luchas revolucionarias de todo el mundo. ¿Se vuelve capitalista?

Este breve opúsculo –quizá más culo que opus– es solo una pequeña reflexión, introductoria a lo que pretenderá ser un estudio más serio y exhaustivo por parte de quien firma (con buena suerte, para mediados del año entrante estaría terminado). Pero pretende además –este es el objetivo central– abrir y alimentar la discusión sobre el socialismo, sus límites, sus posibilidades y dificultades, sus logros, siempre sobre la base irrenunciable de su entronización. “Socialismo… o barbarie”, podríamos decir, haciendo nuestra la formulación de Rosa Luxemburgo.

¿Cuba se hace capitalista ahora? ¿Se hizo capitalista la República Popular China? ¿Fracasaron los intentos socialistas? ¿Qué significó la Perestroika en la Unión Soviética? Todas estas preguntas son vitales, especialmente vitales para quienes seguimos pensando que otro mundo es posible… ¡e imperiosamente necesario! En otros términos, para quienes vemos que el capitalismo no tiene salida, salvo las guerras (pero, ¿son eso “salidas”?)

Es posible, y ¡necesario!, otro mundo porque, sin ningún lugar a dudas, el capitalismo como sistema no soluciona ni puede solucionar los acuciantes problemas de la humanidad: hambre, sed, seguridad, ignorancia, prejuicios. Más allá de todos los oropeles que pueda exhibir, centrados siempre en el hiper consumismo, su modelo está estructuralmente trabado. Si se produce para alimentar la ganancia individual, es decir: el lucro empresarial, entonces la solidaridad, la preocupación por el otro, ¡la justicia!, están radicalmente imposibilitadas. Más allá de pomposas declaraciones, lo máximo a lo que puede aspirar el sistema es a un capitalismo con “rostro humano”, un Estado benefactor (al modo keynesiano), un capitalismo pretendidamente “menos” explotador. Pero eso radicalmente está negado. La producción se basa en la explotación de la fuerza de trabajo, que es quien genera la ganancia. Eso es una verdad transindividual, no un mero capricho persona, subjetivo. El padre del liberalismo económico, Adam Smith, ya lo veía en el siglo XVIII: la única fuente creadora de riqueza es el trabajo. Y en el sistema capitalista quien crea la riqueza es el trabajador (el obrero industrial, el campesino), pero no quedándose con la ganancia que ese producto genera. ¡Eso es la explotación! Plusvalía se le llamó.

No se produce tanto para cubrir necesidades sino para engrosar el lucro personal del dueño (que hoy pueden ser enormes sociedades anónimas, corporaciones multinacionales, bancos gigantescos, etc.) de los medios de producción: empresarios industriales, terratenientes, banqueros. De hecho, el capitalismo, para seguir lucrando, inventa necesidades, y las instala como imprescindibles. Producir para ganar dinero es el verdadero motor de la producción. Eso es así desde Adam Smith en adelante, no ha cambiado: el lujo de la burguesía es el producto del esfuerzo de la clase trabajadora. Para que un 10% de la población mundial (clase media y grandes propietarios) tenga un buen nivel de vida, el 90% se mueve en la pobreza.

¿Soluciona eso el capitalismo? Se produce casi 50% más de la comida necesaria para alimentar a toda la población mundial, pero el hambre sigue siendo el principal flagelo. ¡Irracional!, pero así es el capitalismo. Por eso, de este sistema no se puede esperar más nada, sino explotación, miseria para las mayorías, y llegado el caso: represión. Y cuando la maquinaria social está demasiado trabada, alguna guerra genera “soluciones” (crea puestos de trabajo llega a plantearse, destruye para reconstruir, “mueve la economía”. Es infame… ¡pero así es!). El socialismo, en ese sentido, como la antípoda del capitalismo, más allá de los errores de sus primeras experiencias –errores que, por supuesto, con solvencia moral habrá que revisar–, continúa siendo una esperanza.

 

II

¿Qué pasó con las primeras experiencias socialistas del siglo XX: Rusia (luego Unión Soviética), China, Cuba, Corea, Vietnam, Nicaragua? ¿Se puede decir que fracasaron?

Insistamos: este breve escrito no puede ser un análisis acucioso de fenómenos tan complejos. Presenta solo atisbos para comenzar el debate. Lo que sí es más que evidente es que todas esos problemas arriba apuntados: hambre, sed, ignorancia, prejuicios, en los países socialistas comenzaron a desaparecer. Decir hoy día que Venezuela es un desastre, que hay hambre y que la población huye despavorida, es una vil e interesada mentira. Primero: todo ese desastre social (que realmente existe) es provocado por el capitalismo que acecha a la Revolución Bolivariana; y por otro lado: ese proceso no es, en sentido estricto, socialista (es un capitalismo redistributivo con discurso antiimperialista).

En aquellas latitudes donde la clase trabajadora tomó el poder (siempre a través de una revolución que, necesariamente implica la violencia, pues ningún grupo privilegiado suelta el poder alegremente) y construyó una alternativa al capitalismo, esas señaladas lacras históricas comenzaron a desaparecer. En nuestro continente Cuba, para tomar el ejemplo más esclarecedor, a partir de su revolución en 1959, superó esos tremendos cuellos de botella, exhibiendo en la actualidad, pese a los interminables ataques sufridos, índices socioeconómicos como los países capitalistas más desarrollados. ¿Fracasó ahí el socialismo? Como dijo alguna vez Fidel Castro: “En el mundo hay 200 millones de niños de la calle. Ninguno de ellos vive en Cuba”. En la isla no hay desnutrición ni analfabetismo, como no lo hubo en la Unión Soviética. En ninguno de estos lugares nadie deja de tener empleo, vivienda, seguridad social, educación de primera, dignidad. ¿Por qué puede plantearse entonces un “fracaso”? De hecho, ¿por qué se revirtió el proceso en la Revolución Bolchevique, ejemplo glorioso del primer Estado obrero y campesino?

Porque la economía no crece al mismo ritmo que en los países capitalistas. ¿Fracasó porque faltan supermercados abarrotados de productos, muchos de ellos innecesarios? ¿Fracasó porque, comparativamente, un trabajador cubano, o soviético, no tenía tantas licuadoras, teléfonos celulares o zapatos como uno de algún país capitalista rico? Aunque la respuesta necesite muchos más desarrollos –y pueda parecer patética en términos éticos– en principio podría decirse que sí. Ello permite ver que el ideario socialista debe ser repensado críticamente, no para negarlo, sino para complejizarlo: ¿por qué el poder, como eje constitutivo de las relaciones humanas, no se analiza con nuevas categorías? Quizá sea necesario abrir una nueva antropología, para descubrir que “bondad” y “maldad” son conceptos demasiado restringidos para entender lo humano. Dejemos solo tangencialmente indicado esto, para retomar en algún momento: ¿por qué el poder fascina tanto? Porque brinda la ilusión de completud. Parece que a todos nos place sentirnos dioses.

¿Por qué ahora Cuba intenta poner mecanismos capitalistas? ¿Por qué este apoyo a la empresa privada? ¿Rechazo del socialismo? Todo indica que no: es, en todo caso, el modelo chino que comienza a difundirse por países que intentan abrir alternativas al capitalismo. ¡Socialismo de mercado!, socialismo con características chinas.

El gigante asiático hace ya largos años que produjo cambios sustanciales en el ideario socialista con que llevó a cabo su revolución en 1949, con Mao Tse Tung a la cabeza. Desde las reformas introducidas en los 70 del siglo pasado, lideradas por Deng Xiao Ping, se comenzó a construir un engendro que para la izquierda tradicional de Occidente nunca se terminó de entender: “socialismo de mercado”. Lo cierto es que, apelando a la introducción de todo un sector de propiedad privada, el país ha venido produciendo un avance económico fabuloso, sin precedentes en ningún Estado capitalista. Atrayendo inversión externa, permitiendo la propiedad privada de los medios de producción, siempre bajo la atenta mirada del Partido Comunista, que es quien fija férreamente las políticas, China pasó a ser hoy la primera economía mundial (técnicamente ya factura más que Estados Unidos, su PBI es el mayor de todos), con un superávit comercial impresionante.

¿Hay realmente un “milagro” económico en China? Según como se lo quiera ver: sí y no. No hay dudas que con la incorporación de capitales externos, y tomando tecnologías provenientes del desarrollo capitalista, el país asiático mantuvo –y mantiene todavía– un vertiginoso ritmo de crecimiento económico que nunca se vio en Occidente (ni durante la revolución industrial en la Inglaterra dieciochesca ni en Estados Unidos entre fines del Siglo XIX y durante el XX). Ello permitió levantar increíblemente el nivel de acceso a la riqueza de grandes masas, sacando de la pobreza rural ancestral a millones de chinos. La dirección comunista impidió que China fuera solo una “gran maquila”, como suele presentársela (quizá maliciosamente), dejando de ser “ensambladora de juguetes de mala calidad” para ir convirtiéndose en un país altamente industrializado, con tecnologías de punta propias que ya comienzan a sorprender.

El Partido en el poder dirige efectivamente los destinos del país, reservándose el 51% del manejo de la economía, exigiendo la real y constatable transferencia tecnológica y teniendo planes concretos de desarrollo nacional, que contemplan objetivos a cumplirse en el Siglo XXII (en China hablar de 50 o 100 años no es nada, obviamente, después de 5.000 años de historia. “Siéntate al lado del río a ver pasar el cadáver de tu enemigo”, enseñaba Sun Tzu… La paciencia china es proverbial).

 

III

El desarrollo económico es real, y ello permitió un avance científico-técnico portentoso, ubicándose ya hoy como líder en muchos campos del quehacer humano, habiendo superado a las potencias capitalistas (informática, inteligencia artificial, investigación aeroespacial, biotecnologías, transportes). De hecho, su acumulación de reservas monetarias es tan grande que, junto con Japón, es quien sostiene al Tesoro de Estados Unidos. Hoy día China es vital para el mantenimiento del equilibrio económico del planeta.

El costo de este fenomenal salto no es poco: retornó la explotación capitalista más inmisericorde, con condiciones que ya no existen en muchos países. La fabulosa acumulación originaria –que en Europa se hizo masacrando indígenas americanos y negros africanos, mientras se robaban con avidez los recursos naturales– en la China capi-socialista se llevó a cabo a partir de la gran explotación de sectores campesinos que se reubicaron en los grandes centros industriales de las urbes más desarrolladas, con salarios de hambre y con extenuantes jornadas laborales.

Eso no tiene secretos: la riqueza la producen siempre los trabajadores con su esfuerzo personal, no importando el modelo económico en el que se desenvuelvan. La cuestión es cómo se distribuye esa riqueza socialmente producida. En China, a partir de la existencia de un sector de su economía basada en el modelo capitalista –aunque sea dirigido por directivas que políticamente fija el Partido Comunista–, la explotación está presente. Que esa riqueza no sea apropiada enteramente por los inversionistas privados y que el Estado (socialista) se encargue de devolverlo a la población a través de políticas sociales, es otra cosa. Pero la explotación está. Por otro lado, contrariando los principios marxistas clásicos, este nuevo modelo de desarrollo (socialismo a la china) estimula la aparición de propietarios privados, premiando el “éxito” económico de quienes se transforman en millonarios. El lujo ostentoso está presente en el país al igual que en los más encumbrados centros capitalistas de Occidente.

Desde fuera de China, y con planteos marxistas clásicos, cuesta entender el proceso. ¿Es capitalismo o es socialismo? ¿Un paso atrás para tomar impulso y seguir avanzando? Lo cierto es que el proyecto chino actual, que se comporta como cualquier planteo capitalista, se está extendiendo por el mundo. Y donde llega, su impronta es capitalista. Claro que –fundamental es aclararlo– de momento no se ha mostrado como potencia imperialista invasora apelando a la violencia militar. Sin disparar un tiro, está haciendo lo que el rapaz capitalismo estadounidense, o europeo en su momento, hicieron a base de sanguinaria entrada bélica.

 

IV

No caben dudas que algo importante está ocurriendo en China desde hace algunos años. Su economía, y por tanto su presencia política en el mundo, crece a pasos agigantados, al igual que su desarrollo científico-técnico. Hoy ya es una potencia de primer orden, disputándole la hegemonía global a Estados Unidos. ¿Cómo lo logró en tan poco tiempo?

Se podría pensar que el aliciente de la empresa privada les ha servido. ¿Qué tiene la empresa privada que fomenta ese crecimiento, y que el Estado socialista, con economía planificada, no consigue? Una vez más: este escrito es apenas una introducción a lo que deberá ser un largo y mucho más profundo desarrollo, pero provisoriamente podríamos expresarlo con esta frase: “el ojo del amo engorda el ganado”.

La idea de “productores libres asociados”, estandarte de esa fase superior de desarrollo que sería el comunismo, dista aún mucho de la realidad actual. Lo que prima dentro de las relaciones capitalistas no es, precisamente, la solidaridad, la fraternidad. El “sálvese quien pueda” individualista es la matriz dominante. El Esclavo, parafraseando a Hegel, piensa con la cabeza del Amo. “La ideología dominante es la ideología de la clase dominante”, dirá Marx. Eso explica por qué las clases oprimidas no se levantan tan fácilmente: están sojuzgadas en la realidad concreta (la represión brutal está siempre disponible) y en la construcción simbólico-cultural que, en definitiva, es el mundo. La ideología es más efectiva que las bayonetas.

La experiencia china muestra que el incentivo personal cuenta, y cuenta mucho para la generación de riqueza (¿no era eso lo que buscaba la Perestroika soviética?). ¿Puede ese elemento ser la guía para la construcción de una sociedad nueva? A estar con lo que nos lega la actual República Popular China, estaríamos tentados de responder que sí.

La promoción de incentivos para aumentar la producción no es nada nuevo: en la Unión Soviética, durante la década de 1930 tuvo lugar el movimiento stajanovista (impulsado por el minero Alekséi Stajánov), consistente en el pago de bonos extras por el aumento de la productividad. Eso mismo retomó Mijaíl Gorbachov con su intento de reestructuración en la década de los 80. De todos modos, esto abre una discusión fundamental: “El principal error que se cometió en el socialismo real fue competir con la producción capitalista en su propio terreno”, se plantea hoy el cubano Yassel Padrón. ¿Se trata de tener más licuadoras, teléfonos y pares de zapato? ¿Cómo se construye el socialismo entonces?

Sin dudas sigue siendo una agenda pendiente para el socialismo cómo lograr un aumento de la riqueza a partir de economías planificadas. Eso remite a la pregunta de si es posible establecer una moral socialista que funcione autónomamente (hay que trabajar con excelencia porque esa es la ética humana, podría decirse), o se necesita siempre del látigo para hacernos mover. Disyuntiva que, sin dudas, no está resuelta. La empresa privada, que no se detiene a filosofar sobre estos puntos, se limita a presentar el látigo. Para los trabajadores, la amenaza de la desocupación es un tirano que asusta tanto o más que la cámara de tortura. Y con eso acumula riqueza; lo demás le sale sobrando. Pragmatismo puro, podría decirse.

¿Por qué ahora Cuba opta por darle un lugar de mayor preponderancia a la iniciativa privada? El presupuesto básico, tomado de la experiencia china, es que ese tipo de emprendimientos genera más riqueza. Amén del inmisericorde y absolutamente abominable bloqueo que por décadas paralizó –y sigue paralizando– a la isla, algo pasa en el modelo económico socialista que no permite una gran acumulación. ¿Es posible el socialismo sin esa enorme masa de riqueza? La experiencia cubana lo dice: la población está cansada de no tener cosas, de estanterías vacías. La moral sola… puede agotarse. Las generaciones nuevas, aquellos que no pasaron los años heroicos de la Revolución, quieren vivir con tranquilidad, con acceso a satisfactores. Nadie puede vivir en combate permanente (esto lleva a cuestionar hasta dónde es posible la mística guevarista: ¿se puede vivir todo el tiempo “haciendo revoluciones”?) Aunque sea patético plantearlo así, vivir en un mundo capitalista plagado de oropeles (la licuadora, el teléfono celular y los zapatos de moda), genera angustias a quien no los posee. ¿Por qué se van muchos cubanos jóvenes de la isla? No porque escapen de una presunta dictadura, sino porque buscan esos escaparates atiborrados. ¿La iniciativa privada permitirá esa acumulación, hoy día faltante?

El modelo chino, ese raro y complejo “socialismo de mercado”, permitió generar una acumulación de riqueza espectacular en poco tiempo. El costo es que está basado en la explotación de los trabajadores. ¿Fue necesario eso como “un paso atrás para tomar impulso”? Todo indicaría que el Partido Comunista tiene puesto ahora sus ojos en la promoción de enormes planes de beneficio social para las inconmensurables masas de población del país. La riqueza acumulada probablemente lo permita.

Otros países socialistas, como Vietnam y Corea del Norte, están siguiendo este modelo. Cuba pareciera que también, sin renegar del ideario socialista primigenio. Ahora bien: no todos pueden ser la China, país monumentalmente grande y poderoso, con inmensidad de recursos naturales, con una historia milenaria que le confiere una autosuficiencia que nadie más puede tener. “¿Qué opina de la Revolución Francesa?”, le preguntaron a un dirigente chino durante la Revolución Cultural. “Es muy prematuro para opinar”, pudo decir, con cinco milenios tras sus espaldas como unidad nacional. Esa historia pesa.

¿Podrá Cuba ser una nueva China? Obviamente no, ni es tampoco esa la idea. La introducción de estas reformas abre dudas. China no terminó siendo una gran maquila de los capitales occidentales, porque el proyecto político en curso apunta a otra cosa. ¿Y porque hay 5.000 años de historia y 1.500 millones de habitantes que confieren una fuerza inconmensurable? ¿Podrá Cuba seguir construyendo el socialismo, fase preparatoria del comunismo (sociedad de productores libres asociados sin necesidad de la fuerza coercitiva de un Estado) con la introducción de estos elementos “capitalistas”? Confiamos en la entereza moral del pueblo y la dirigencia cubana. El desafío está abierto.

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Marcelo Colussi
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