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Sobre el arte de escribir (boceto a medio terminar)

Rolando Enrique Rosales Murga

El arte del escritor: El oficio de las letras está lleno de técnicas como temáticas hay y habrá para que sean estudio del ser humano, más allá de la complejidad del lenguaje, el mundo de las letras se cimenta en estructuras oníricas, columnas formadas por juicios propios que el escritor va exteriorizado a través de la descripción de situaciones, ficticias, reales o la mezcla de ambas. Sería limitar el arte de la escritura si dijéramos que el autor se dedica únicamente a la prosopopeya, como creen algunos; si bien es una parte retratar realidades lo es también el tener criterio propio, aún cuando ello implique transgredir convencionalismos o supersticiosos dogmas. El escritor debe aplicar una suerte de método parecido al científico, ser escéptico ante todo lo que se le presente, comprender lo subjetivo de su percepción, nutrirse no solamente de una corriente de opinión. Hay quienes imitan el arte, no dan a conocer su criterio. Son quienes creen que el arte se estancó en la época del preciosismo, o el romanticismo, y la pasan cantando la belleza de la flor, o el romance de la noche con el día y así convierten el arte en un bocado insípido, en algo aburrido e inalcanzable para las personas comunes. Para ellos el arte se ha convertido en una herramienta de discriminación. No es diferente en la pintura o escultura, que las personas se consideran de estatus social por ser artistas o coleccionistas de arte. Crear o apreciar el arte no necesariamente hace a la persona superior ante los demás. Lo que sí tendría que hacer es volverla más consciente de su humanidad, pues la el lenguaje articulado y escrito nos han ayudado a avanzar estadios en nuestro desarrollo. Desde las pinturas rupestres y los cuentacuentos hasta nuestros días el lenguaje ha sido vital para nosotros en nuestra vida diaria. Hay una anécdota de un gobernante romano que hizo un experimento con dos grupos de niños; tanto al primero como al segundo grupo habría que alimentarles, por lo cual dispuso nodrizas para la tarea. Un grupo debía mantenerse hablando constantemente a los niños, y el otro grupo debía permanecer en absoluto silencio. Al cabo de unos días los niños a los cuales se les hablaba de veían sanos, mientras que el grupo de los que se mantuvo en silencio enfermaron y murieron. De ser cierta esta cruel historia supondría que no solamente nos alimentamos del medio físico, sino que necesitamos cultivar el intelecto a través del intercambio de mensajes. Las grandes compañías de las comunicaciones no habrían llegado a ser las tremendas moles que son si no necesitáramos tanto alimentarnos de palabras, de mensajes, de ideas, de símbolos conocidos. En un principio no hubo distinción entre el literato y el maestro. De hecho, litterator es una palabra latina que describe a aquella persona que enseñaba a leer y escribir a través de historias, como vemos el oficio del narrador va concatenado al de literato. Una de las labores del literato es educar, enseñar a escribir con propiedad, buscar la pulcritud del estilo para que la lectura sea amena. Considero lo más importante lograr atrapar al lector en los hilos de lo que se narra o considera. El humano es el único animal que puede ser consciente de sí mismo y estudiar su propia existencia a través de la filosofía. Hay algo de filósofo en el autor que hace un juicio crítico de su realidad. Puesto que ha observado, y sus conclusiones a veces ofenden a quien se conforma y prefiere no opinar, porque considera que todo sucede por una razón. Hubo un grupo de científicos que quisieron probar la existencia del azar, y para ellos que lo lograron, ya que su investigación les dio resultados ambiguos, como si por obra del azar mismo. Hay algo de azar en la inspiración del escritor, la cual suele confluir por derroteros caprichosos. La inspiración, si uno se deja llevar por ella puede ser un río caudaloso que arrastra sin aspavientos al autor en su corriente. Quienes se atreven a tener un estilo, a escribir como su propia inspiración les dicta son los que han logrado que su nombre sea recordado. Uno de los requisitos primordiales para quién sea que quiera escribir es la originalidad, la búsqueda de una voz propia, de un criterio, el alejarse de las modas y costumbres perniciosas que hacen que la literatura se vea como algo aburrido, puesto que hay quienes creen que todas las obras son iguales; por culpa de quienes no pueden ni quieren cambiar su estilo y siguen cantando versos alejandrinos sin darse cuenta que el arte está siempre en evolución y que a estas alturas ya tendría que haber sido creado un nuevo género. El arte del escritor debe avanzar, responder a las exigencias de la modernidad, no querer andar arrostrando el futuro con una calavera en la mano, una rosa y un cuervo, o querer embellecer todo y hacer creer que la literatura es el arte de pintar el mundo color de rosa. Considero un grave desacierto el estar obnubilado por fantasías cuando la realidad nos ofrece paisajes más vívidos, cuando el día a día es interesante, y más importante, somos parte de esa historia y la podemos narrar en primera persona. En ocasiones me preguntan escritores jóvenes algunas claves para escribir mejor. A decir verdad yo no me considero a mí mismo como un buen escritor, no sería un criterio objetivo. Más bien me baso en la experiencia para crear. Me dijo un amigo que Las aventuras de Tom Sawyer y Huckleberry Finn de Mark Twain eran modelos de cómo escribir una buena novela. A lo mejor sea así, pero precisamente por eso es que me alejo de esos formatos. Yo considero que la lectura debe ser apasionada, llena de emociones que desborden, que por humanas que sean al llegar a un extremo dado se convierten en mero instinto, en ímpetu animal; podría por ejemplo citar Predicador o Los insaciables de Harold Robbins, las cuales para mí son de las más maravillosas obras que he podido leer, lo que me gusta es que sin necesidad de monstruos o situaciones metafísicas logran mostrar la esencia del ser humano, desde sus más ocultos anhelos hasta las aspiraciones que se cuentan con donostia. Si uno se pone a pensar en las novelas de Robbins, bien podría creerse que la finalidad del autor era escribir un guión más que una novela, ya que cada personaje tiene detalles que les hacen retratos vívidos de la persona promedio, pero descritos los mismos con la precisión de quién posee una tremenda sensibilidad, aunque dice las cosas de una manera cruda. Aunque respeto el estilo caprichoso de Robbins, al escribir dejo mi marca, trato de que mi huella quede no solamente impregnada sino sublimada en la mente del lector. Por supuesto a los nuevos autores les recomiendo leer a Robbins o a Twain cuanto quieran, y si no es suficiente le añadan algo de William Peter Blatty o cualquier otro autor que posea la capacidad de que su historia sea digna de ser leída. Pero que al crear utilicen sus propias herramientas. No necesariamente tiene que gustar el producto. El arte es la expresión de la belleza del alma humana, y cada persona sabe cómo es por dentro por mucho que actúe de determinada manera delante de los demás con tal de que no se pierda la cohesión. El arte es despojarse de ataduras y mostrarse uno tal cual es. Sobre todo les aconsejo no aceptar críticas ni adulaciones, que ni lo uno los demerita ni lo otro los encumbra. Creo que fue en un libro de ensayos de David Vela que leí de la pluma del autor una frase muy puntual y con la cual estoy sumamente de acuerdo. Decía Vela que el arte tiene que sorprender, no necesariamente gustar, pero sí sorprender, asustar, enojar. Si el arte no deja indiferente a su receptor ha logrado su cometido. El verdadero arte es aquel que cambia algo dentro de nosotros. En la técnica y la ciencia no supone un requisito indispensable el hecho de que la lectura sea amena. Lo científico no embellece o afea el objeto de estudio, como suele suceder en el arte…

 

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Rolando Enrique Rosales Murga
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