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Mario Roberto Morales

En mi país, la oligarquía está dividida en dos facciones: una, atrasada, anticomunista de guerra fría y ligada a los negocios de expoliación de su territorio, y la otra, actualizada, progre y corporativizada con negocios en el primer mundo y los paraísos fiscales. La primera se ha dedicado a secuestrar el Estado por medio del control de sus tres poderes, en especial del sistema de justicia; a hacerles la guerra legalista a sus opositores y a ejercer el terrorismo asesinando a dirigentes populares. La segunda se ocupa de perpetuar el neoliberalismo, pero con un discurso progre de derecha, ligado al capital especulativo global (Rothschild-Rockefeller-Soros) y a su estrategia de controlar Estados por medio del oenegismo culturalista, que usurpa el lugar y la función de las sociedades civiles.

La primera es abiertamente fascista y anticomunista, y la segunda lo es veladamente, por lo cual se las ingenió para asimilar a lo que fue la izquierda local, que de ser roja pasó a ser rosada, políticamente correcta y muy bien sufragada por su otrora enemigo estratégico, el capital especulativo global, representado por sus pródigas fuentes de financiamiento: la OSF, la USAID, el NED y otras agencias ligadas a los servicios de inteligencia occidentales. Por alusión a sus propietarios, a la primera la he denominado derecha arzuista y a la segunda derecha dionisista. La política interna actual de mi país acusa, pues, una pugna intraderechista e intraoligárquica sin oposición estratégica. ¿La izquierda? Bien, gracias, al fondo a la derecha.

El arzuismo se cobija bajo el ala más derechista del Partido Republicano (Kissinger-Bush-Rumsfeld-Brzezinski et al), mientras el dionisismo lo hace bajo el ala más derechista del Partido Demócrata (Clinton-Obama-Biden-Soros et al). Por eso es que, ante la actual ausencia de un padrino progre como lo fue Todd Robinson, los dionisistas claman ahora por la llegada de Santa Kamala Harris a fin de que derrame sobre su feligresía oenegista progre y culturalista una millonada de dólares para mantener funcionando el simulacro de sociedad civil que es el oenegismo y así no cambiar nada, sino seguir con el guion de la lucha contra la corrupción, fomentando la pugna intraderechista por medio de la lawfare o guerra legalista, cuyo desenlace, sea cual sea, no cambiará nada estructuralmente en este país de ciudadanía azonzada por las redes sociales y por el entretenido relativismo posmoderno, el cual trata del mismo modo una victoria deportiva que otra por terrorismo de Estado.

Da grima ver las arremolinadas pasiones con que los fascistas declarados le hacen la guerra mediática y legalista a quienes ellos perciben como “comunistas terroristas”, es decir, a cualquier progre de tercera o cuarta y a uno que otro digno revolucionario de antaño, y cómo los izquierdoderechistas rosados claman por la llegada de la diosa Kamala para que arrase con “los malos” de esta insulsa serie netflixera.

¡Cuánta falta hace un instrumento político de clase que se torne en interlocutor alternativo a la oligarquía y sus facciones ante la tripolaridad global, y que parta las aguas de la pugna intraoligárquica para echar a andar un proyecto político de mayorías ―según un interés nacional interclasista, interétnico, autónomo y democrático― que separe del Estado al interés económico oligárquico como único método para acabar con la corrupción pública! Lo demás se agota en este ya gastado circo de derechas de derecha y derechas de izquierda.

La primera es abiertamente fascista y anticomunista, y la segunda lo es veladamente, por lo cual se las ingenió para asimilar a lo que fue la izquierda local, que de ser roja pasó a ser rosada, políticamente correcta y muy bien sufragada por su otrora enemigo estratégico

Publicado el 26/05/2021 ─ En elPeriódico

Fuente:[mariorobertomorales.info]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes

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