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Sin narrativas de futuro

Gerardo Guinea Diez

A principios de los noventa del siglo pasado, la humanidad vio cómo el mundo que conocía, cambió en cuestión de pocos años. Al desaparecer los grandes paradigmas, una orfandad conceptual presentó sus cartas credenciales. De ahí, la hegemonía del pensamiento único y de la relatividad vulgar. Varios hechos marcarían esos tiempos: el fin de la Guerra Fría, el surgimiento del neoliberalismo y la revolución informática que, a su vez, dio vía libre a la revolución de la información. Esta, sin duda, sería el impulso que vertebraría una nueva realidad. De hecho, ese parteaguas significó que las máquinas, las herramientas, los aparatos domésticos, todo, absolutamente todo, fuera arropado con ese cambio. Hoy, aviones, vehículos, teléfonos, computadoras, juegos, estén compuestos y gobernados por tarjetas computarizadas.

Aquella vieja fórmula para calcular el valor de las mercancías, capital más trabajo, se fue al traste. Ahora, toda mercancía -máquinas, herramientas, entre otras- posee un valor a partir del conocimiento que es portadora. Esa modernidad, que ofrecía emancipación, abundancia, libertad, una vida más digna, significó un retroceso que nos ha llevado a una crisis de dimensiones civilizatorias, la cual pone en peligro la biodiversidad de plantas, animales e incluso, la vida humana. De algún modo, la vida “pequeña” se convirtió en supuesto paraíso, lo que a la postre devino en “infiernos de felicidad”, como bien lo señala Raquel Serur, en Revista de la Universidad de México.

Y no podía ser de otra manera. El tiempo se aceleró como nunca, pero a su vez, la soledad y los vacíos se incrementaron, tanto como el consumo de ansiolíticos. La presencia de patologías domina las relaciones humanas. Serur lo dice mejor: “El presentismo cínicamente hedonista”, ha clausurado la promesa de futuro; en el mejor de los casos, aquellos jóvenes que viven entre el delito y el sicariato, no experimentan ese hedonismo.

En ese sentido, 7 de cada 10 guatemaltecos son menores de 30 años. La mayoría nació y creció después de la firma de la paz. Otros, apenas, escucharon los últimos ecos del conflicto. Aunque algunos descrean de las cifras, estas para nada ofrecen un menú de optimismo y esperanza. Persisten los 15 muertos diarios; el desempleo, la pobreza y una violencia social, que va más allá de primarias opiniones, son reales. Cada vez más las opciones se reducen a migrar, ingresar a las filas del crimen o aceptar aquellos trabajos sucios, peligrosos y denigrantes.

En palabras de Serur, la modernidad tardía provoca “la precarización subjetiva, el desencanto radical y la desapropiación del yo”. Por supuesto, en esta geografía la situación es más dramática y menos conceptual. Es decir, unos tres millones de niños no van a la escuela, la talla de estos es bastante menor de lo que la ciencia médica recomienda; más de 6 mil violaciones sexuales al año no se vinculan con esa “desapropiación”, sino con un despojo, el de la ingenuidad como un camino de salvación, siguiendo al filósofo Ciorán.

No cabe duda, sin narrativas de futuro y el desamparo como el sino de los tiempos, esta sociedad joven enfrenta ante sí, un “no futuro”, una precariedad y fragilidad que no es suya, pero marca sus vidas. Quizá un verso de Mark Strand sea un retrato de este hoy: “…siempre hay algo a punto de ocurrir, justo cuando no sirve de nada”.

“El presentismo cínicamente hedonista”, ha clausurado la promesa de futuro; en el mejor de los casos, aquellos jóvenes que viven entre el delito y el sicariato, no experimentan ese hedonismo.

Fuente: [http://www.s21.gt/2016/08/sin-narrativas-de-futuro/]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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