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Esta fue la gran aspiración del único poeta querido por los guatemaltecos.

El sábado 19 de marzo pasado, el Estado de Guatemala pidió perdón a las familias de los guerrilleros Otto René Castillo y Nora Paiz por la tortura y el asesinato de ambos hace 44 años, cuando fueron capturados por tropas del Ejército en Zacapa.

La viuda de Otto René, Bárbara Wenzig, y su hijo Patrice; la hermana salvadoreña de éste, Mayarí Castillo, y su madre; así como Mirna Paiz, hermana de Nora, se contaban entre los familiares presentes en el acto, que se desarrolló sin tropiezos hasta que quienes exigían el cese de los desalojos de campesinos en el Polochic, irrumpieron gritando consignas contra el Gobierno, ante la estupefacción del Presidente, el Vicepresidente, algunos ministros, la concurrencia y los alebrestados agentes de la seguridad presidencial.

Muy aplaudida fue la intervención de Patrice Castillo, sobre todo cuando dijo que, en tanto ya se sabía quién es el oficial del Ejército que torturó y asesinó a Otto René, la familia del poeta aceptaría el perdón del Estado cuando ese individuo estuviera sujeto a la justicia oficial. Lo cual, explicó, no obstaba para que la familia reconociera y agradeciera aquel acto, el cual definió como un primer paso en esa dirección.

Cuando escuchaba a quienes se refirieron a los caídos en la lucha guerrillera, vinieron a mi mente las imágenes que Isabel Ruiz expone actualmente en una conocida galería de arte, situada en la novena calle entre octava y novena avenidas de la zona 1. Se trata de una muestra retrospectiva de sus grabados, en la cual se aprecia su extraordinaria evolución formal, así como la maduración de los motivos constantes que articulan su obra: el dolor de los torturados, la mutilación de los cuerpos, las almas truncadas en una guerra fratricida, y el terror institucionalizado que tornó la vida en un paisaje habitado por criaturas infernales que atormentan la mente de los sobrevivientes. Sus “gráficas ocupadas” constituyen una cumbre de su evolución formal, la cual alcanza un preciosismo que no por serlo deja de tener la fuerza de una insobornable figuración crítica que ―por dolientes medidas de seguridad― disfraza rostros, muertes, culpas e iras con máscaras de carnavales siniestros.

Si Otto René es el poeta del amor, la esperanza y el sacrificio, Isabel es la artista del dolor, el terror y la amargura. Todo, como expresión de la misma lucha que involucró a varias generaciones de estudiantes a lo largo de tres décadas, durante las cuales la aspiración más alta que podía tener un joven consciente de la problemática de su país, era llegar a ser un guerrillero como lo concebía el Che: un asceta de la disciplina revolucionaria, dispuesto a dar la vida por sus ideales. A esto aspiraba Otto.

Por eso es el único poeta querido por los guatemaltecos, no importa si son de derecha o de izquierda. Nadie discute su sinceridad al escribir y al actuar. Un coronel me dijo una vez que lo admiraba porque podía darse cuenta leyéndolo de que había amado a Guatemala tanto como él. Peculiar manera de admirarlo, pero no por ello menos válida en relación a la manera como el poeta es valorado desde la izquierda. Esto se debe a que su expresión es a la vez romántica, trágica, esperanzada y fatalista. Y estos elementos son constitutivos de las mentalidades católicas chapinas, sin importar la clase, la etnia, el sexo y el credo político individual.

Al tocar estas fibras sensibles y construirse como un ser ejemplar, Otto se convirtió en el único poeta popular, de masas, vivo en el corazón de sus compatriotas.

Mario Roberto Morales
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