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Sentimientos (Ensayo)

El día martes  25 de febrero de l981 a las 15 horas  en la ciudad de Guatemala,  más o menos  a la altura de la diagonal 14 y colonia Vivibien de la zona 5,  fue vilmente asesinado  el Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Mario Arnoldo Castro Pérez; fue interceptado por motoristas quienes bañaron su vehículo con balas de grueso calibre, luego huyeron.  Era mi esposo,  laboraba como Asesor Jurídico de la Universidad de San Carlos de Guatemala  e impartía docencia en la facultad de Derecho de la misma.  En ese entonces era de los organizadores de la campaña para Rector Magnífico del posteriormente malogrado Dr. Mario Dary.  Mi esposo  contaba   apenas con 33 años de edad, se sumaba  al mar de sangre que inundó nuestra patria en aquellos aciagos días, ya era parte de la ofrenda de los 42275 víctimas  entre hombres, mujeres y niños  que se menciona en estudios sobre el costo de la violencia  durante el conflicto armado en Guatemala que teñiría  de rojo nuestro suelo.

 

Con frecuencia  se hace memoria de los mártires de nuestra Guatemala y busco en los periódicos en el mes de febrero de cada año alguna referencia a  su nombre,  pero siempre es igual,  no hay notas que recuerden su preclara y corta vida, como  tantos guatemaltecos incógnitos que fueron solo una nota amarilla en los  noticieros. Quizá por justicia anónima, el día 25 de febrero fue declarado en nuestro país  conmemorativo  de las víctimas del conflicto armado.  Por mi parte, también enterré  con su cuerpo mis ansias de venganza, un  impulso primario;  mi conciente daba paso sólo al dolor con  la profunda herida del alma cuya sangre no se ve, no se toca, lastima y deja tan sólo la cicatriz  que como tal no habrá  de borrarse aunque el tiempo lo intente; cicatrizó con tejido humano social, con queloide de agresividad, entendida ésta como la fuerza que me impulsa en estos momentos a  expresar el testimonio de vida que escribo. ( vale la pena señalar que aún hay periodistas que intentan tener vigente el tema, tal es la  nota  de la periodista  Marielos Monzón, titulado “Contra el Olvido” de fecha 12 de enero del 2010 publicado en Prensa Libre y entre lo que comenta afirma que “de más está repetir las cifras escalofriantes de los asesinados, masacrados, torturados y desaparecidos durante el terrorismo de Estado de Guatemala… el estado de Derecho sólo puede construirse a partir de la justicia, que requiere indefectiblemente de la verdad… oculta en los archivos que han sido mantenidos en secreto como parte de la estrategia de impunidad histórica en nuestro país. Detrás del secreto de Estado se cobijan quienes aplicaron el terror y la muerte como arma para combatir las ideas… los planes fueron diseñados y escritos por quienes tenían la absoluta convicción de ser intocables e impunes”. Su comentario es a raíz del plazo que tenía la Comisión de Desclasificación de los archivos militares del período comprendido entre 1954 y 1996 creada por el presidente de la república Álvaro Colom en marzo del 2009.  Pareciera una luz pequeñita en el camino de la justicia tan perdida en nuestra tierra.

 

Ante el   escenario de dolor que me tocó vivir,  decidí  colocar a mis recuerdos un candado, de esos que tienen  clave con la esperanza de olvidar la combinación. Colocarlos muy al fondo en  los anaqueles de la memoria y  quise, sin lograrlo del todo, cerrar un círculo,  enterrar las heridas  que  habrían  de marcar quisiera o no, la existencia mía  y la de tres ángeles de inocente resplandor que a modo de custodios quedaran a mi lado.  El  estará,  sin duda alguna, en un lugar especial, tal vez reunido con  el Dr. Mario Dary, Lic. Carrillo Reeves, Lic. Monzón Paz, Lic. Palacios Motta, Lic. Tuch  Orellana,  Emilio Escobar líder sindical  y tantos otros que fueron vilmente asesinados por sicarios pagados por  un sistema de gobierno secuestrado  por militares y cúpulas económicas de poder cuya alma envenenada por la avaricia revoloteaban como  aves de rapiña en aquellos días  el cielo azul inmenso de nuestra tierra, especialmente,  ámbitos de  la  Universidad de San Carlos. Dejaban el alma Mater huérfana de líderes; algunos  se  expatriaron voluntariamente ante la amenaza inminente de correr la misma suerte.

 

Recientemente leía en la revista  “D” número 273 de Prensa Libre  del 27 de septiembre del año 2009  la entrevista  que le hiciera  Juan Carlos Lemus  al narrador, poeta y ensayista Mario René Matute García-Salas.  Me sobrecoge leer sus declaraciones ¡las siento tan actuales!  Trascribo unos párrafos de la misma  por lo emblemático que llega a ser su experiencia  y que forma parte de un pasado fresco y lastimero de una Guatemala cautiva.  A  la pregunta del entrevistador: ¿Cómo fue su salida al exilio? Responde: -me fui  en 1980 porque las amenazas llegaron a ser muy fuertes. Mi esposa recibió tres cartas del grupo paramilitar: LA MANO… aparecía en una lista de amenazados  y varios de esos amenazados  empezaron a ser asesinados… contesté el teléfono. Me pusieron un sonido de agua y en el fondo  se oían risas sarcásticas, quejidos, lamentos humanos que daban miedo… ese mismo día nos persiguió un picop… era 1980.   El 17 de julio de ese año mi mujer recibió una llamada. Era para decirnos que habían asesinado a mi hijo mayor, al hermano de Ilonka, a Mario René; lo asesinaron en la casa de su abuela. Y yo sin poder volver. En 1984 nos fuimos a México.” Fin de la entrevista.

 

El miedo era ya  una pandemia, muy parecida al horror que ahora sentimos ante el ángel oscuro que ronda nuestras  vidas  vestido de jóvenes imberbes, que cual artistas gráficos  elaboran graffiti en las paredes,  disparan un arma de fuego o te tocan el vidrio del coche para asaltarte  con patrones de moral propia donde no cabe el respeto de si mismos y menos aún de la vida de los demás, cara y cuerpo señalado de tatuajes o niñas adolescentes con lágrimas y puntos esculpidos cuyo significado es tenebroso.

 

En aquellos años, 1978 al 84,  a lo mejor un poco más,  las graduaciones  de profesionales en la Universidad del pueblo, se hacían a puerta cerrada, no cabían los actos públicos pues todos temíamos estar en las famosas listas del archivo militar o policial por el simple hecho de ser San Carlistas o expresar inconformidad ante un sistema de gobierno militarista donde la estafeta presidencial era alternada entre ellos mismos y legitimada con elecciones fraudulentas perpetuando los beneficios del autoritarismo (entendido este como  el privilegio del mando sobre las instituciones y los consensos) hacia los mismos grupos de poder económico a  costa del bienestar  del mayor porcentaje de nuestra población. Muy atrás quedaban las conquistas logradas en el gobierno del Dr. Arévalo Bermejo. Pero quizá resonaba en el aire guatemalteco una  voz suave, cálida, culta, eterna y serena que en abril de 1951 dijera “toda la riqueza de Guatemala no vale lo que valen la vida, la libertad, la dignidad, la salud y la felicidad del mas humilde de sus ciudadanos” que aún encendía la llama de la esperanza en aquellos hombres y mujeres que entregaban su vida con la ilusión de una Guatemala mejor. (Conflicto armado)

 

En estos días, he sentido el impulso de revisar archivos viejos del alma, traer a mi conciente aquella ignominia que quise dejar atrás, abrir el candado del que aun recuerdo la combinación de números, 25281  y allí está. Me introduzco temblorosa, vacilante,  con miedo; en otras oportunidades lo intenté y los fantasmas alborotados que se encuentran en esa dimensión se agolpaban queriendo ser primeros en salir, en hablarme de dolor y muerte.  Escucho entonces de nuevo  los lamentos, las condolencias y entre lágrimas  a mi padre debutar con la asesina silenciosa, a quien por cierto, alguna vez le dedicara un poema (La Diabetes)  caer al suelo;  dos pequeños ángeles pegados a mi regazo,  recordando acaso que su suerte dependía de mi fortaleza. Cuántas veces cerré el candado de golpe huyendo  hacia el refugio del tiempo y de la realidad que me abrazaba con frialdad.  Me introduzco más, un estribillo de música triste golpea entonces una realidad olvidada:

 

“Se busca, se busca, se busca

¡Nazareno se le busca!

Eso dice el murmullo de las hojas

Eso dice el oleaje de las aguas.

Se busca, se busca, se busca

¡Nazareno se le busca!

Eso dice lo inerte

Lo repite la naturaleza.

Los hombres perdieron el camino

Necesitan tu luz

La luz que al mundo iluminó

La luz que ya no ven brillar

Los  árboles bordean el camino

Por donde te esperamos gran Señor

La violencia acampa aquí y allá

Y tú no estás aquí

¡Los hombres  no te buscan!

¡Los niños no sonríen!

¡Las madres no son madres!

¡Los ríos cementerios son!

¡Desciende ya, tu tiempo ya llegó!

Que no se oiga más

Se busca, se busca, se busca

¡Pues tu tiempo llegado es!”

Abril, 1981

 

 

Sigo incursionando, ya no huyo, estoy serena y reviso más hojas amarillas por el tiempo. Me detengo en los  recuerdos, todo esta allí, vivo, fresco, doloroso;  encuentro otra  vieja partitura ¡no puedo creer que aún esté completa! el papel de la memoria la ha vuelto borrosa,  uso un lente especial de mi nervio  óptico que conecta directo a la frágil escritura que amenaza con sombras de olvido hacer imposible su lectura.  Es otro canto  triste cuya música aún escucho, estribillo de lamento que dedicara en una noche agónica de marzo del año 1981 y cuya letra reza:

 

“No es que te quiera menos, señor.

Que hoy no pueda cantar.

Son estas noches tan frías

Que me doy cuenta, que él ya no esta.

Me diste en esta tierra, un amor tan bonito,

Pero tu cielo con sus brazos de tiempo,

Un día vino y a ti te lo llevo.

Por la violencia de nuestra patria

Subió a los cielos,

Ni  aun  las hojas del árbol viejo,

Caen al suelo si no es por ti.

Y no es que te quiera menos, señor,

Es que hoy no  puedo cantar”

Era   una forma de enviar a mi interior,  un mensaje de lógica  barata para aceptar lo inaceptable. Mi espíritu,  en solitario coloquio, amanecía  con las tenues luces de las madrugadas;  recorría la sala triste donde aun su alma vagaba entre  libros viejos y nuevos, allí estaba el Libro de Oro del Declamador, la colección enciclopédica de Cabanellas, los clásicos griegos cuya lectura marcaron su vida.  Tenía dichos que hacía suyos como por ejemplo “solo es útil el conocimiento que nos hace mejores” Sócrates. “Que importa saber lo que es  la recta, si no se sabe lo que es la rectitud” Séneca. Cultivaba su cultura con   ahínco.  Su extracción humilde era compensada por la inmensa riqueza de su preclara sabiduría amasada cual fortuna en los anaqueles rústicos de bibliotecas públicas como la municipal de Puerto Barrios donde laboró como encargado  a los 15 años en sus ratos libres; cursaba el segundo  básico. Fue allí donde tuvo oportunidad de enriquecer su espíritu con buenos libros cultivando  su oratoria y dotes de poeta. Me decía que la lectura de los autores como Platón, y otros pensadores que vivieron incluso antes de Cristo habían templado su espíritu. “El necio al punto descubre su cólera, el sabio sabe disimularla” Salomón.  Hubo muchas citas que ya no se leen en esta caja  de recuerdos, están borrosas por lo que no me esforzaré en escribir más refranes añejos.

 

Los ángeles dormían, incapaces de saber cuánto afectaba la vida de cada uno,  la  ausencia abrupta de  su padre. Mis ojos secos de llanto recorrían  aquellas caritas de porcelana cuyas edad}es alcanzaban  apenas los 4 años, 2 años y el pequeño bebé  de 5 escasos meses que le sonreía cada mañana al despertar.  No hubo palabras de consuelo que aplacaran la herida que su cruel partida nos inflingiera  y no por falta de voluntad de las  personas  que nos acompañaron sino por que  nosotros, solos,   debíamos  beber las sendas copas de amargura que esa parte de la sociedad dedicados al  sicariato (tan de moda en este tiempo)  nos hicieron apurar.

 

El luto riguroso que cubrió mi cuerpo, no era simbolismo social, sino  una imperiosa necesidad  de entrar un poco en la oscura noche que nos envolvía.

 

Una semana  después de su muerte,  con el   pensamiento puesto en la respuesta que daría a mis hijas sobre el paradero de su padre,  me hizo tomar una decisión cuya   crudeza podría impactar a alguien de mis allegados  por lo que a solas esperé que el día sábado llegara.  Muy de mañana,  acomodé a las pequeñas y al bebe en el   pick-up  Toyota 1000 modelo 1975 que  usaba en ese entonces, allí cabíamos perfectamente dada la pequeñez de sus ocupantes.   Enfilamos sin prisa, ellas expectantes, confiadas,  conduje  los 2,  a 3  kilómetros que nos separaban del cementerio “Los Cipreses”.  En ese lugar, me sentí por  breves momentos en  paz,  el clima tibio de la mañana y el silencio me  hacía percibir el suave murmullo de las hojas de los árboles  y el trinar de cientos de pajarillos que hacían  su nido  en las  copas.  El vehículo parecía deslizarse por sí mismo, bajando la  intrincada y ganchuda  pendiente. Las niñas emocionadas, con los ojos muy abiertos estaban atentas y  quietas,  el bebe dormía, les había dicho que nos dirigíamos al lugar donde su padre  había de estar. Aparqué el vehículo y fui ayudándolas una a una a salir, caminamos por el corto  sendero, ellas llenas de alborozo correteaban por delante, llegamos a la tumba aún llena de flores viejas y coronas secas; la fría y brillante lápida de mármol verde recién había sido colocada. Las pequeñas  no sabían leer  y menos informadas habían de estar sobre lo que era un cementerio, dada  su cortedad; esa certeza, me llenó de valor para dar el siguiente paso que para mi alma lastimada sería decisivo en la vida de nuestra familia.  Con el bebe en  los brazos nos paramos frente a la tumba gris de tres nichos, señalándoles con mi mano la verde lápida, pidiéndoles a cada una que colocara su manita en ella y tocara pues por allí se había ido su padre. La mayor   ya de 4 años a quien afectaba más la ausencia, clavó sus ojitos en los míos y con voz trémula dijo -¿cuándo vendrá?- yo respondí: -no, nosotros iremos con el- ¿Cuándo?-balbuceó  -un día- respondí llenando mis pulmones de aire pues creía que desfallecía, ellas siguieron correteando entre las tumbas nuevas del cementerio de moda, el bebe dormía, húmedo el rostro de mis lágrimas que caían sin hacer ruido sobre su cuerpecito de seda. Fue así como íbamos cada 2-3 días,  cada semana, cada mes, cada cumpleaños, hasta el día de hoy casi cada año y  aún no vamos con el.  Las niñas deseaban leer, sobre todo, la segunda,  decía que quería aprender y hacerlo  bien para saber lo que decía el libro abierto que estaba en la lápida de su padre. Un día de tantos, pudo hacerlo  y repetía una y otra vez la leyenda que dice así:

 

“De nuestro hogar, se apartó tu presencia, pero nuestro  amor y recuerdo te seguirá   para siempre y cuando llegue el ocaso de nuestras vidas también vendrá la dicha de unirnos en la eternidad.” Con amor: tu esposa e hijos.

            Lo repetía una y otra vez, no se cuánto comprendía, pero se que en los genes llevaba la casta de poeta de su padre. La leyenda  no es original pero me parecía que expresaba y aún expresa un sentimiento vivo y permanente a través del tiempo.

 

Mario Arnoldo Castro Pérez fue un mártir, su  muerte prematura  puso fin a los sueños de un guatemalteco, un padre, un profesional, un esposo, un amigo, un compañero. Su  delito fue  identificarse   con un pensamiento social de izquierda lo cual se manifestaba en algunas piezas de oratoria donde exaltaba  a un Salvador Allende en Chile o a un MAO TSE TUN   en  China. Su discurso se enfocaba  hacia  la justicia social como un camino hacia la verdadera   libertad del hombre.  Recuerdo que conocí al Presidente de Chile  Salvador Allende por el discurso de exaltación  que le dedicara, aquellas palabras que le oí decir una y otra vez: “Ya te vi Pinochet” y esto me trae a la memoria la actuación documentada de hombres ciudadanos del mundo como el otrora embajador de Suecia Harald  Edelstam en nuestro país y luego trasladado a Chile donde se sabe, salvó a cientos de personas condenadas a morir en el famoso Estadio Nacional de Santiago de Chile  en los años 70.  La película documental  “El Clavel negro” sitúa su valiente y decidida participación.  Las masacres que se dieron en nuestro medio durante el conflicto armado necesitaban de hombres como este Embajador pero nuestros hermanos no tuvieron esa suerte que cual ruleta marcó el destino hacia Chile.

 

La  vida de Mario estaba marcada por  la zozobra, la angustia, la injusticia, la maldad de hombres  que se negaron  a aceptar su derecho a disentir así  como a  aceptar que nuestro derecho termina donde comienza el del otro. Alguien decía muy acertadamente: “Puedo no estar de acuerdo con tus ideas, pero gustoso  daría mi vida por que puedas  expresarlas.”  La  esperanza de que la sangre de los mártires no halla sido derramada en vano estará vigente a través del tiempo.

 

Fueron sus padres don Paulino Castro  (descendiente de los primeros  Castro que poblaron el pueblo de Morales, Izabal) y doña Rosalía Pérez originaria de Chiquimula. Terminó los estudios básicos en el INVO  de la ciudad de Chiquimula  y el diversificado en el INVAL de la de Antigua Guatemala donde fue becado por el Estado de Guatemala graduándose de Maestro de Educación Primaria Urbana. Entre sus múltiples preseas, cuenta haber sido poeta laureado en la salutación a la reina del  INVAL  de Antigua, 2º. Lugar en el concurso de Oratoria organizado por la facultad de Derecho de la ciudad de Quetzaltenango a nivel centroamericano y otras que ya no recuerdo. Publicó un poemario auspiciado por la   Asociación Mutualista de Empleados del IGSS.  En la Universidad,  fue Secretario de Organización de la Asociación de Estudiantes “El Derecho” de la facultad de Derecho. En lo laboral, fue Secretario de Conflictos en el Sindicato de trabajadores del IGSS. Estuvo becado por OIT en la Universidad de Georgetown, Estados Unidos en el año 1978, viajó a Panamá y Venezuela en viajes patrocinados por la Organización Internacional del Trabajo.

 

Cuando cegaron su vida, laboraba como Asesor Jurídico de la Universidad de San Carlos y por las noches daba cátedras en la facultad de Derecho de la misma universidad. En 1978 obtuvo el grado académico  de Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Abogado y Notario siendo su Tesis de graduación: “El derecho de inamovilidad de los trabajadores del Estado en cargos de elección sindical”

 

Lo conocí en el año de 1975,  contaba  28 años. Eran  días convulsos, por una parte la enfermedad  de su madre, su fallecimiento y en él el  deseo de formar una familia.  Nos casamos el 2 de enero de 1976 con la ilusión  de dos seres que para entonces se consideraban a sí mismos maduros y que podían comerse el mundo. ¡Qué equivocados estábamos! En una de nuestras largas conversaciones durante el tiempo que aún no teníamos hijos me enteraría de otros pasajes de su vida. Parecía que el destino le jugaba constantes malabares, la muerte rondaba su vida pero aún le faltaba vivir precipitadamente otras experiencias antes de partir definitivamente a ese viaje sin retorno.

 

Antes de relatar uno de los  más dramáticos episodios  de su existencia   comento que en  el año de 1972, gobernaba Guatemala, el coronel Carlos Arana Osorio, ex comisionado militar de Zacapa  responsable de la ofensiva de la Sierra de las Minas en 1966 cuyo efecto se tradujo en detenciones, torturas y asesinatos de  campesinos en la zona a fin de que les ayudaran a localizar los focos de insurgencia.  Se calcula que  fueron más de 8 mil muertos  entre la población civil en el oriente de la República y los cuadros urbanos insurgentes, esto es mencionado en el libro “Imaginando la Violencia” de la Procuraduría de los Derechos Humanos. Se vivía en Guatemala la guerra interna que duraría 36 años.

 

Nuestros caminos no convergían;  por un lado, no fui proclive a tomar partido hacia  posiciones  en conflicto, debía resolver mi propia guerra.  Yo provenía del interior de la república, sin más bienes que un título de educación media y uno de Enfermera profesional bajo el brazo  era l970, debía abrirme paso, conquistar la ciudad  sin que ella me conquistara antes;  esto no  es excusa para estar fuera de lo que ocurre a nuestro alrededor y sin embargo, muchos escenarios me eran desconocidos.

Su relato lo ubico más o menos en el año 1972, posiblemente en el mes de marzo.   Abordó  la camioneta número 7,  a la altura de la l5 avenida y  calzada  Roosevelt, se dirigía a la universidad. El bus llevaba estudiantes que iban  a las diferentes facultades, en ese tiempo era la única casa de estudios superiores que existía; llevaba consigo un ataché negro donde guardaba los apuntes, lapiceros y toda clase de enseres de un estudiante.  Acostumbraba, dada su tendencia a moverse constantemente, hacer garabatos en las hojas cuando no estaba interesado en tomar notas durante las clases  y esas hojas estaban también allí.   A la altura de la pasarela Roosevelt  el bus fue  interceptado por dos radiopatrullas de la policía nacional, agentes de la mal recordada Judicial empezaron a disparar a diestra y siniestra dentro del autobús dejando muchos estudiantes muertos;  Mario saltó de sillón en sillón evadiendo los certeros disparos. Llegó a la puerta trasera desde donde se lanzó a la calle, la gente empezó a congregarse, la policía no se atrevió a dispararle frente a la multitud, golpeándole  sin misericordia. Fue introducido a la radiopatrulla aparcada a pocos metros y enfiló. Hubo personas que  tomaron el número de la patrulla donde fue conducido poniéndose en contacto con su familia.

 

El vivía con su madre ya anciana y enferma más  dos sobrinos menores de edad. Con total ventaja y alevosía  fue llevado a los separos policíacos ubicados en la 6ª.  Ave. Y 14 calle de la zona 1,  lo despojaron de su ataché negro, fue desnudado y golpeado de nuevo e introducido en los sótanos del edificio donde funcionaba la central de la policía nacional, un lúgubre lugar llamado en el caló policial y lenguaje coloquial “la tigrera” Allí fue dejado a merced de unos hombres torvos, sanguinarios encargados del supuesto interrogatorio, le aplicaron torturas que por la crueldad de las mismas baste con la mención, él escuchaba en los alrededores de la celda en la que se encontraba, llanto, gritos, súplicas agudas y graves que denotaban hombres y mujeres. Fue dejado por breves instantes en compañía de un agente policial que intentaba conversar con el en forma conciliadora, le decía palabras suaves y se compadecía de lo que estaba viviendo. Le decía:- lo están tratando muy mal, usted debería colaborar y así  ya no lo golpearán- Mario sangraba, el rostro desfigurado por los golpes y aún faltaba más. No podía responder.  Llega de nuevo el equipo del interrogatorio, palabras soeces. –empecemos de nuevo, veamos qué significan las claves que tenés en las hojas ¡a quienes va dirigido, dame nombres, nombres, diez por lo menos!- golpe- la sangre cubría su pecho los dientes delanteros habían saltado como canicas, ya no podía ver, la hinchazón de los párpados habían cerrado sus ojos. Cuánto le sirvió su estoica formación, se concentró cual si fuera un faquir y me relataba que ya no sentía nada, no había dolor, tristeza, angustia, nada a pesar de que la agresión continuaba  en forma intermitente. No podría precisar cuanto tiempo duró aquel tormento. Fueron tres días en aquella celda oscura donde los gritos de las otras personas parecían salir de las paredes como fantasmas de una película de terror. Mientras tanto, su madre contactó  a Chepe, su hijo mayor, era 13 años mayor que Mario y como una paradoja de mal gusto, era Concejal de la Municipalidad de Puerto Barrios militante del mal recordado MLN. Sin embargo, esa fue la tabla salvadora. Inmediatamente inició la búsqueda de su hermano, interpuso recursos de exhibición personal que no daban fruto, era negada la captura, fue buscado en los cuerpos policíacos, no había información.  Vienen a mi memoria, detalles que siento que me los dijo ayer. Al Congreso de la República, había llegado un Diputado temido en la propia Policía Nacional cuyo nombre, lamentablemente es un homónimo de un gran hombre. El Diputado en cuestión, era   querido por muchos, despreciado por otros de él se decía que era sanguinario, que nadie podía oponérsele pues cobraba ojo por ojo, tenía su propia ley e imponía sus propias condenas, dueño de grandes extensiones de tierra en el oriente del país. Se decía que llamó personalmente al Director General de la Policía después de que fuera negada toda participación en la captura  y bajo un apercibimiento poco ortodoxo exigió la aparición. Continuaron negando su captura  y le ofrecieron que él pudiera llegar personalmente a revisar incluso el Palacio de la Policía  Nacional.  Mientras tanto, Mario llegaba a su tercer día de agonía, no sabía si era día o noche; oye pasos, son agentes que le traen su ropa, le piden que se vista que será llevado a una presentación.  Caminó entre los agentes hasta llegar a una oficina. Tras el escritorio de madera  estaba sentado un oficial que parecía de rango superior, quien lo observaba con una mueca de sonrisa, al acercarse  lo vio conciliadoramente –le dieron duro, amigo- fueron sus palabras –solo un poco, pero me han tratado bien- balbuceó; seguidamente el tipo le entregó su ataché negro, sus papeles y la cantidad de Q30.00 luego le dijo –puede irse, está libre- aquí, pensó-llegó mi fin, ¡me van a disparar por la espalda!- eso era común, le dicen “ley fuga” se dirigió lentamente por el camino que le indicaban por aquellos sótanos oscuros del famoso recinto policial,  que si hablar pudiera  y no se corrompiera  tendría  muchas historias de terror que contar;  las piernas llenas de moretes al igual que la espalda y el abdomen dejaron de dolerle, solo esperaba el tiro por la espalda, rezaba, el camino le pareció eterno, no volvió la mirada solo caminaba , un viejo reloj, marcaba las  9 de la mañana. Lo apuran, escucha el ruido de fusiles o carabinas cargando, el golpe de las botas en el piso de piedra que por la acústica de las paredes era más prolongado, sus pasos sin embargo, eran imperceptibles, un agente abrió la pesada reja, ya no hubo agresiones, allí se dio cuenta que estaba en la 14 calle  y 6ª. Ave. “A” de la zona 1, avanzó hacia la 7a.Avenida con   dirección sur, empezó a sentir una explosión de adrenalina que lo hizo caminar con prisa y decirse -¡no me mataron, no me dispararon, estoy libre!- En la esquina siguiente estaba ubicada la clínica dental de la Dra. Chacón tocó el timbre, ella no tenía secretaria, la  vio palidecer, lo atendió con empatía, no le cobró la consulta  y le colocó unos dientes  de resina temporales, Mario se lo pidió pues no quería que su madre lo viera desdentado.  Por ese mismo rumbo, había una peluquería de la cual no recuerdo el nombre, allí lo acicalaron un poco, lo maquillaron y así se condujo al encuentro de sus seres queridos. Mientras esto sucedía,  el Diputado acompañado del Director de la Policía y Jefes Medios así como el Concejal del MLN de Puerto Barrios, Chepe, hacían un recorrido por el palacio de la Policía, constatando efectivamente que Mario no se encontraba detenido y que nunca fue apresado.  Esta dura experiencia no restó en su espíritu los ideales de justicia, equidad, y empatía por los sin voz, como él les llamaba. Durante su relato hubo muchas pausas, la voz se le cortaba a ratos, nos acompañaba  en la lejanía el sol de la tarde que parecía hundirse de pena entre las aguas del lago de Atitlán. Estábamos de Luna de Miel.

 

Nuestra primera hija  nació el 22 de enero  de 1977.  El día que supe que en mi cuerpo estaba creciendo un nuevo ser me es imposible describir con palabras la profunda emoción que me embargaba y a la vez el temor de no ser capaz de hacerme cargo de una responsabilidad tan grande,  la vida de otro ser.  Tuve mucho miedo,  pero ser madre fue la experiencia de vida más grande y que  me hace pensar que ninguna otra de mis actividades realizadas   ha tenido mayor relevancia que el continuo estudio de la carrera de mamá que solo terminará con la muerte.  El hecho de  haber traído al mundo nuevos seres justificaría mi existencia si algún día cualquiera me hiciera la pregunta: ¿A qué vine  o para qué estoy en este mundo?  La niña  llenó con su luz todos los rincones de nuestra vida. Mario se veía en ella, le brindó todo su amor y entrega durante los cuatro años que tuvo la dicha de estar junto a nosotras; dos años después, nacería la segunda hija,  un 18 de enero del  año 1979  su nacimiento venía acompañado de angustia, pena y mucho dolor.  Yo quería que naciera por vía natural y esperé pacientemente los dolores, esa noche, mi madre nos acompañaba en casa, los dolores se hacían más fuertes  cada 4 a 5 minutos. El Obstetra me indicó ingresar de inmediato  a lo que en ese entonces se llamaba casa de salud del Empleado Público y que funcionaba en el hospital Roosevelt, lamentablemente se nos informó que no había agua y no estaban recibiendo pacientes.  El Dr. Reynoso recién había culminado su residencia de Obstetricia, fue  mi maestro y le tenía mucha confianza pero era de sus primeras pacientes privadas  y para colmo, no le iba a pagar, nos refirió a un sanatorio que estaba frente a la policía nacional en la 6ª. Y 14 calle de la zona l llamado Sanatorio Español. Ahora me parece grotesco pensar que frente a ese edificio de la policía de ese entonces que tanto daño hacía  a la ciudadanía  en general pues aún se ha de recordar a la famosa  JUDICIAL que hasta hoy me pregunto de donde tomarían el nombre, fuera  el primer contacto de mi pequeña con el mundo exterior, ahora me parece una ironía.  A las 21 horas  había nacido mi pequeña después de una cesárea sin complicación.  Algo llamó poderosamente mi atención y fue que Mario, un esposo cariñoso, que me hacía pensar que respiraba a  través  mío, habiendo pasado toda la noche a mi lado,  apoyándome  en mi titiritar  nocturno desapareció  todo el día siguiente, no hubo llamadas, no me visitó.  Lloré mucho,  pensé que en su afán de tener un varón no estaba conforme con tener una segunda hija. Qué  lejos estaba de lo que estaba ocurriendo. Ese pobre hombre se enfrentaba  al  despiadado escenario de haber sido despedido en el trabajo, una segunda hija, gastos de sanatorio, etc. Había sido destituido por razones políticas  a partir del 1 de enero del año 1979, nuestra hija nació el 18 de ese mes y ese año.  Días después el Ministerio de Trabajo había ordenado su reinstalación, pero en el momento de estar redactando el acta de toma de posesión, se recibió una llamada del  Estado Mayor Presidencial donde se daban instrucciones de dejar sin efecto lo ordenado por el  Ministerio de Trabajo. Guatemala estaba militarizada. Cuando por fin llegó al Sanatorio en horas de la noche, tuvo que confesarme todo  el  drama que  vivía a solas  pues por mi estado de gestación no tuvo valor de comentar guardando para sí toda la angustia de saber que por el momento estaríamos sin ingresos económicos. Su familia y  la mía no sabían  de nuestra situación, no lo quisimos compartir tratando de salir adelante como una pareja, una nueva familia. Solicité mi egreso contraindicado en el Sanatorio para evitar hasta donde fuera posible los gastos así que al siguiente día de la cirugía de cesárea  estaba en casa con mi pequeña  de un día de nacida  para colmo de mis males, no contaba con servicio doméstico. Mi madre aún estaba en casa, había pedido unos días de permiso para  estar a mi lado así que tuve la dicha de tenerla tres días y luego partió a su querida Xela, su  Colegio “La Patria” donde  era Inspectora de Internas desde hacía más de 20 años, era su vida y nada la detenía.

 

Los días pasaban, mi nena empezó a presentar vómitos en proyectil más o menos a los 5 días de vida,  la situación no era simple,   presentaba signos de Hipertrofia del Piloro  que con los estudios disponibles se confirmó;   siempre  he pensado que tengo en el cielo un ángel de alas muy grandes y que ha sido puesto para protegerme pues en momentos de dura prueba  el cielo se abre y derrama sobre mi vida tantas bendiciones que me ha hecho una mujer de fe. Era día lunes, llevé a la niña a que le realizaran los estudios  pertinentes habiendo recibido exoneración de pagos sin siquiera solicitarlos, ¡gracias Dr. Paz Carranza, Dr. Silvio Pazzetti, Dr. Pérez Riera y al Centro Médico! mi hija recibió una atención profesional de calidad y calor humano que aún hoy recuerdo con profundo agradecimiento.   Mario debía salir a efectuar diligencias para ver cómo conseguía trabajo, teníamos  a cuestas una casa que pagar, (llevábamos un año de amortizaciones mensuales, nos faltaban 19 largos años)

Habíamos conseguido servicio doméstico de emergencia, una niña  flacucha  de ojitos vivaces, solo contaba con 13 años originaria de San Raymundo, usaba traje típico, la tomamos  sin pensarlo  dos veces cuando se ofreció para el servicio en nuestra puerta (Donde quiera que esté rezo porque le halla ido bien en la vida, fue un pequeño ángel que con todo y su inocencia cubrió mi hogar cuando más lo necesitamos. Aclaro que la despedí  dos meses después pues no consideraba correcto poner sobre sus hombros responsabilidades que debía tener alguien mayor, pero su eficiencia era indiscutible), dejé a mi pequeña de 2 años de edad con nuestra flamante empleada, abordé mi pequeño vehículo que aún conservaba de cuando era soltera, acuné a mi bebe de 20 días de vida, enfilé por toda la 6ª. Av. De la zona 9 hasta llegar a INTELAB  donde previa consulta habíamos hecho cita para una serie gastrointestinal que confirmó el Dx.  de  Píloro Hipertrófico, llevaba en mi bolso exactamente Q70.00  me habían dicho que por me harían precio especial y me cobrarían Q50.OO por el estudio; sentía que el corazón lo llevaba  en las manos, no en el pecho, con gran angustia entregué a mi pequeña en brazos de la asistente que la llevaría al estudio radiológico, luego de unos minutos me la entregaron con el respectivo recibo de pago, sentí que el piso se abría a mis pies cuando me informaron que debía pagar Q70.00 y no Q50.00  como se me había ofrecido; la secretaria notó mi turbación  e inmediatamente se apresuró a decir: ¡ah!, subió el precio pues le tomamos una de tórax que será necesaria para la operación de su niña. Quedé sin habla,  no había duda pero lo asombroso fue que me cobraron exactamente lo que tenía en la bolsa, ni un centavo más. Con el sobre en mis manos llegamos a la clínica del Pediatra quien aún no daba crédito al diagnóstico, pensaba en voz alta – contra las estadísticas, no es varón que es lo más frecuente y no es primer hijo- salí con mi hija hacia el Centro Médico donde ya nos esperaba el Dr. Silvio Pazzetti (otro gran ángel) eminente Cirujano Pediatra, el Dr. Pérez Riera, Anestesiólogo y todo un equipo profesional que se hicieron cargo de mi niña bebé.  A su ingreso debieron colocarle una sonda  en su boquita que llegaba a su estómago para sacar todo el bario que había tragado. El médico residente pinchaba sus bracitos para tener una vena  e hidratarla.  Fue una noche larga y fría, Mario se durmió   en casa con la nena mayor y yo con la recién nacida en el hospital;  a la mañana siguiente, llegó para  estar al lado de nuestra pequeña que sería llevada al quirófano. El Dr. Pérez Riera anestesiólogo, nos visitó en   la habitación y con la dulzura de un padre se dirigió a nosotros confortándonos con sus palabras-….tengo mucha experiencia en estos pacientitos, así que todo va a estar bien…- me sentí segura.   Dos horas después se nos avisó que todo había salido bien y que  de un momento a otro la llevarían a su habitación, efectivamente fue así, llegó aún dormida, le iniciamos de nuevo la fórmula por gotas hasta llegar a la onza y así sucesivamente, esa noche  debía dar cada 15 minutos los goteros de agua y luego iniciar formula por poquitos.  Tenía mucha angustia, pues ese día nos darían egreso y solo la fe  nos hizo llevarla a ese centro privado. Mario tenía Q200 únicamente. Llegué a la caja con aplomo a recoger la cuenta- Su cuenta es de Q50.00- me informó  la cajera- ¿y los honorarios del Cirujano?- pregunté, -Es cortesía- dijo la cajera,-pero, ¿el recibo del anestesista?- balbuceé- igual, es cortesía- sonrió la cajera. Uf!, esos ángeles  nos habían cubierto con  la bondad que solo profesionales como ellos serían capaces de brindar. Con el resto del dinero pudimos comprar la camita de media baranda para  la mayor y dejar la cuna para la nueva inquilina para entonces ya tratada de su problema de salud.

 

Las hojas  del calendario volaban, la familia creció llegó el tercer hijo un dos de septiembre del año 1980 completó con su hombría el ego del padre que lo hizo hinchar el pecho con orgullo, para entonces sentíamos que había estabilidad económica, así que decidimos embarcarnos en la construcción de un segundo nivel a nuestra casa. Era  enero de 1981, dos hileras de ladrillo. Hicimos un contrato de pagos mensuales por un año que fue el tiempo que nos dio el contratista para entregar la casa, sugerí hacer el esfuerzo por pagar un poco más y salir antes; Mario se opuso, me decía que  debíamos establecer una cuota que pudiera pagar cualquiera de los dos por si uno llegara a faltar, un escalofrío recorrió mi cuerpo. Días después en una reunión en casa con amigos de diferente profesión, tomó la palabra y se puso serio, les pedía sus oraciones pues sentía que su vida peligraba pues había  muchos atentados en la universidad. La velada concluyó.

 

Frente a nuestra casa había un asentamiento de los que se formaron después del terremoto del 76, era gente sencilla, honrada, trabajadora, se podía transitar con confianza, no se hablaba de maras o adolescentes tatuados.  En una de las champas  habitaba una anciana desdentada, desnutrida de pelo crespo y ralo su  caminar de base amplia con  las piernas arqueadas,  hablaban de momentos nutricionales paupérrimos  que la estaban conduciendo a la osteoporosis, vestía sencillamente y mantenía el cigarrillo en los labios, siempre estaba tosiendo y parecía fatigarse frecuentemente, se dedicaba a atender partos en el asentamiento y decían que hacía abortos a patojas ignorantes bajo miserables  condiciones de higiene. Tenía una hija de 30 años que se dedicaba a elaborar tortillas y ayudar en las casas de la colonia, alguna vez nos brindó su ayuda en las tareas domésticas.   Días después del atentado en el cual Mario perdiera la vida, esta anciana enjuta de carnes y piel apergaminada me decía –allí, atrás del  paredón donde empieza el asentamiento, estaban como 6 hombres que no eran de por acá, estuvieron viendo para su casa durante todo el día, yo creo que lo estaban esperando-  La 20 calle y 40 av. De la zona 5 ha cambiado mucho, dando lugar a un área de desarrollo comercial  impensable en ese entonces, nadie recordará los sucesos del 25 de febrero del año 1981.

 

Sirvan estas reflexiones para rendir un homenaje póstumo a todos aquellos que ofrendaron su vida y a lo mejor, han desaparecido de la historia oficial. Nuestros  muertos nunca morirán  del todo en tanto los tengamos presentes en nuestra memoria individual y la podamos hacer colectiva.

 

Guatemala, 2 de junio del 2010

 

 

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