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Semáforos en Panajachel

Lucía Escobar

En 1892, Panajachel fue descrita por la viajera británica Anne Maudslay como: un pueblecito que está situado en una planicie formada por un rápido riachuelo que surge de una estrecha ranura en las montañas, y que ha divido la tierra en la forma de un abanico abierto de aproximadamente una milla de largo hasta llegar a la orilla del Lago de Atitlán. Ese paradisíaco lugarcito se desarrolló alrededor del Río San Francisco, que cuando crece inesperadamente, se pasa llevando con furia casas, puentes y calles. Y que antes, cuando andaba de buenas, era desviado en “tomas” que regaban con agua fresca y recién bajada de la montaña, los sembradillos de flores, café, cebollines y otras hortalizas que crecían en laderas y planicies.

Ha pasado el tiempo, Panajachel dejó de ser un apacible lugar de descanso y contemplación natural. Ha crecido y mucho. Ha crecido desordenadamente.

Todas las aguas grises y negras de muchas casas, restaurantes, hoteles y calles terminan por medio de los desagües en el lago de Atitlán, convirtiéndolo en el inodoro más hermoso del mundo. Todos los pesticidas y abonos químicos que se utilizan en los sembradíos en las laderas, se escurren con la primera lluvia al lago de Atitlán. Botellas de agua, basura plástica, tapitas, empaques de todo tipo, vuelan, ruedan y caen directo a sus aguas frías. Aceites y gasolina de lanchas y de otros vehículos bajan por las calles al manto de agua dulce más grande de la región y único proveedor del vital líquido para varias aldeas de Sololá. Miles de familias que mal viven a orillas de lago no cuentan con agua potable para consumo y deben paliar sus necesidades con lo que otros ensucian.

Durante el kilómetro y medio de largo que tiene la calle Santander en Panajachel (llena de comercios y ventas de todo tipo) apenas se encuentran un par de basureros. No hay banquetas y los miles de turistas que la transitan deben esquivar vehículos y moto taxis a toda velocidad. El sueño de peatonizar ésta famosa avenida parece engavetado para siempre por las mafias ediles. Ninguno de los alcaldes que han desfilado, los últimos veinte años por la municipalidad, ha intentado ordenar el crecimiento urbano, ni mucho menos, paliar la contaminación que por toneladas, recibe cada día el lago. La planta de tratamiento de basura de la que tantos años se ha hablado, cotizado, y esperado, sigue siendo una utopía.

Para olvidar ese desolador paisaje, las autoridades de Panajachel acaban de estrenar semáforos nuevos para sus estrechas calles. No importan que contaminen visualmente. No importa que incrementen el gasto público. No importa que suban la factura de la luz municipal. No importa que dupliquen el trabajo del par de policías de tránsito que dan vía en las dos calles principales del pueblo. No importa que en realidad no hagan falta semáforos. No importa que vayan justo en el camino contrario para enfrentar el cambio climático. Nada de eso importa.

Un semáforo siempre sirve de algo, hasta para que los panaperros lo orinen con gusto.

Fuente: [https://laluchalibreblog.wordpress.com/2017/01/27/semaforos-en-panajachel/]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Lucía Escobar
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