Andrés Zepeda
lacajaboba@gmail.com
Si usted no ha ido a conocer el Archivo Histórico de la Policía Nacional, debería hacerlo. Ahora le explico por qué.
Todas las policías del mundo generan registros, pero la de Guatemala negó que tuviera el suyo. En 1997 la Comisión de Esclarecimiento Histórico quiso acceder a los archivos del Ejército y la Policía para su Informe de la Verdad. El gobierno presidido por Álvaro Arzú dijo que no había nada.
Pajas. Esos archivos existen. Son alrededor de 80 millones de documentos que, apilados, formarían 7 mil 900 metros lineales de papel. Se trata de uno de los acervos policiales más abundantes del mundo junto con el de la Stasi, la policía política de la extinta Alemania del Este. El inmueble que alberga los legajos se halla en lo que antes era el Sexto Cuerpo de la Policía Nacional, cerca de la Martí, yendo hacia La Pedrera.
Algunos sobrevivientes de la guerra aseguran que el sitio operó como calabozo encubierto y centro de torturas. La isla, le llamaban. La naturaleza del edificio se revela por sus pasillos cerrados y su hilera de cuchitriles, algunos de no más de un metro cuadrado, sin ventanas ni tragaluz. Cuánto espanto, cuántos gritos de dolor habrán presenciado esas paredes.
El registro más antiguo del Archivo es un libro que data de 1882, en tiempos del dictador Manuel Estrada Cabrera; el más reciente es de hace poco más de veinte años. Entre lo uno y lo otro, la línea de continuidad en el tiempo ofrece un efeméride del carácter represor del Estado y su proverbial raigambre de vigilar y castigar (M. Foucault), desde la instauración de los azotes con palo de membrillo en aquella idílica tacita de plata de 1900 hasta la escabechina contrainsurgente de los ochentas y noventas.
Centrémonos, por ejemplo, en lo ocurrido entre 1983 y 1985. Sin tregua, paciente y disciplinadamente los servicios de inteligencia y sus sicarios fueron dando captura y ‘desaparición’ a cien colaboradores del Partido Guatemalteco del Trabajo, proscrito por ley desde 1954 debido a su ideología comunista. Uno a uno los fueron secuestrando, torturando y obligando a decir lo que sabían: ubicaciones de casas de seguridad, escondites, nombres de compañeros…
Retrato apenas parcial de una minuciosa orquestación para el asesinato a gran escala, el llamado Diario Militar es el testimonio escrito de ese proceso: 55 páginas mecanografiadas con fichas de civiles detenidos por atreverse a desafiar el pensamiento único. Al final de cada caso consignado, una vez incluidos los datos (nombre, pseudónimo, foto, circunstancias del secuestro) se agregaba una fecha y el código 300, que significa ejecución. Otras veces, en vez del número aparecía la frase “Se lo llevó Pancho” para indicar que la persona había sido eliminada.
Fue vendido en 1999 al National Security Archive de la Universidad George Washington, en Estados Unidos, por un miembro retirado de las fuerzas armadas. Lavándose las manos, el Ejército de Guatemala ha negado oficialmente su veracidad.
Mienten los chafas. Callan los testigos. Enmudecen los cómplices. Lloran los deudos. Hablan los papeles.
Fuente: [https://elperiodico.com.gt/lacolumna/2019/02/15/se-fueron-con-pancho/]
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