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Santo consumo, santa basura

lucha libre
Lucía Escobar
@liberalucha

En un día normal caminando por una calle cualquiera podríamos contar diez, cuarenta, cien vendedores ambulantes. La economía informal es la reina de la vecindad. Cada día salen a la venta miles de cosas inservibles. Abunda la mercadería china y plástica de mala calidad que durará funcionando un día o una semana a lo mucho, antes de terminar tirada y sin posibilidad de arreglo. La mayoría de cosas que venden en los semáforos o en las calles tienen una vida corta. Compramos para tirar dentro de un rato. Me tiene sorprendida la última novedad callejera: un globo transparente que adentro tiene luces de colores neón que titilan. Muchos colores que se encienden y apagan sin ritmo ni aparente sintonía a nada. Todo sostenido por un frágil palo de plástico también lleno de luces y que termina en una cajita con dos baterías. Un producto más acorde a un Rave que a un paseo infantil. Todo parece indicar que es lo más vendido este verano en los centros urbanos del país. ¿Cuántos minutos de vida puede tener algo así? ¿Cuánta basura por no menos de Q20?

Esta es una cultura que adora la novedad y que envejece prematuramente sus productos para poder sacarlos de circulación. Toda artimaña comercial es válida para estimular el consumismo inconsciente. Mientras, las cosas que ya no nos gustan o que ya se arruinaron, se desechan fácilmente y se van al basurero más cercano. Pasa un camión que se lleva todo a un lugar donde ya no lo veremos. Ojos que no ven, corazón que no siente. A la mayoría de personas que pagan el servicio de basura, les da igual el destino final de sus propios desechos. Con que desaparezca de su radio de visión se dan por satisfechos.

Pero, fíjese que en Guatemala ninguno de los basureros municipales de los 340 municipios cumple con las más mínimas normas sanitarias y de higiene. Ninguno tiene un sistema eficiente de separación de basura y luego de aprovechamiento de los materiales rescatados. Nuestra basura seguramente terminará en un río, un barranco o en el océano.

Me da la impresión que la mayoría no tiene la conciencia sobre el impacto que su propio consumo tiene en el ambiente. Ni siquiera sabemos por qué es importante separar la basura. Y una de mis respuestas favoritas a esa pregunta es que: la basura unida jamás será vencida.

Nos quejamos de océanos llenos de plástico. Nos enoja ver las playas con tapitas. No da asco encontrar pajillas y duroport en los lugares más sagrados de nuestra hermosa geografía.

Pero ¿cómo contribuimos a frenar esta locura de consumo y desperdicio?

Las soluciones a los grandes problemas son cosas sencillas y obvias. Si de verdad queremos contribuir a tener un mejor ambiente, un mundo más saludable, empecemos con nuestra familia y en nuestra casa. Procuremos un consumo consciente. Desde pequeños gestos cómo rechazar las pajillas y las bolsas plásticas, hasta pensar bien cada vez que compramos algo, prefiriendo siempre los materiales que se pueden reusar o reciclar como el vidrio y la lata, antes que el plástico y el duroport.

Consumir localmente es una excelente manera de ahorrar en recursos y de promover prácticas ecológicas y sostenibles. Comprando en la comunidad, se estimulan los pequeños negocios y se apoya al desarrollo.

Tenemos el poder de decidir nuestro consumo. Antes de comprar, tomémonos un momento para pensar dónde terminará ese nuevo producto (o el viejo al que van a sustituir) y qué tan pronto nos dejará de servir.

Pensemos a largo plazo, ¿vale la basura que provocará? ¿Lo necesitamos realmente?

Fuente: [https://elperiodico.com.gt/lacolumna/2018/03/28/santo-consumo-santa-basura/]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Lucía Escobar
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