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Salir de la cultura del “Yo” Primero

Los Mayas entendieron al humano como un elemento más dentro de un gran ecosistema.

Marcela Gereda

Escena uno: hay unos amigos reunidos en un bar, hay varios fumando dentro del bar. Uno pregunta ¿y la ley de que ya no se puede fumar adentro de los establecimientos? Ella fumando sube sus hombros. El pregunta ¿sabes por qué se hizo esa ley?: Ella: “sí, para no afectar a las personas de alrededor” dice mientas da una honda bocanada a su cigarrillo.

Escena dos: en medio del tráfico desesperado del viernes por la tarde, fui testigo de cómo un hombre prefirió chocar a otro auto antes de darle vía a un metro-bus atascado de gente obrera, fatigada.

Escena tres: Brenda Domínguez, la estudiante que soñaba con ser abogada, junto con otros doce estudiantes fueron atropellados por Jabes Emanuel Meda, el hijo de un pastor. Brenda murió por la acción de Meda, quien consideró que lo que él tenía que hacer era más importante que las vidas que dañó y mató.

Escena cuatro: miles de funcionarios públicos saquean los recursos del Estado dejando a millones de niños sin educación, sin salud, sin futuro.

Escena cinco: varias empresas desvían ríos para irrigar sus monocultivos dejando sin agua a las comunidades aldeanas.

Estas cinco escenas demuestran una sola cosa: como sociedad nos persignamos y juramos amar al prójimo como a nosotros mismos, pero en la práctica cultural dejamos que prive el interés individual sobre el interés colectivo. Llevamos a sus últimas consecuencias ese “sálvese quien pueda”.

Malos tiempos entonces para hablar de la colectividad en esta posmodernidad en la que los medios de comunicación invitan no solo a la experiencia individual, sino a anteponer el interés individual antes del colectivo es lo socialmente aceptable, es decir la cultura del “yo” en primero, segundo y tercer lugar.

Vivimos una especie de ceguera social que alimenta ese culto al individualismo que todos terminamos practicando, porque así de retorcidos son los valores mediante los que nos relacionamos.

No queremos ver lo que sucede alrededor nuestro. Nos hemos convertido en reducidas burbujas individuales. Nos resulta demasiado arriesgado y poco atractivo salir del “yo”. Ser individualista es lo “cool”, lo socialmente aceptable.

Y así, en vez de tejer una red social, vamos constatando en las prácticas del día a día, un rasgo de nuestra era es el exceso de individualismo en el que el único sentido que orienta las prácticas y las relaciones sociales es el que cada individuo crea para sí.

El criminólogo Anthony Platt ha observado que los delitos de la calle no son solamente fruto de la pobreza extrema. También son fruto de la ética individualista.

Para Smith, Mises, Hayek, etcétera, son las personas individuales y no los colectivos los que actúan en la sociedad y en la economía y quienes se relacionan entre sí intercambiando bienes y servicios por dinero. Para ellos, los colectivos son “abstractos” y no tienen existencia “concreta”. Es decir, no existe el país sino un puñado de individuos que intercambian bienes.

Se les olvida (y nos hacen olvidar) que los colectivos están formados por individuos, y que los individuos solo pueden ser libres formando parte de colectivos. En nuestro paso por el mundo la historia ha demostrado que fue en la vida colectiva que pudo surgir la vida individual.
Adam Smith dijo que para el bien de todos, cada uno debe hacer lo mejor para sí mismo, el economista John Nash logró demostrar matemáticamente que Adam Smith se equivocó, y que la colaboración es más beneficiosa que la competitividad. En 1994 John Nash recibió el Premio Nobel de Economía por demostrar esta teoría del equilibrio.

Aquí los pueblos originarios desarrollaron procesos históricos de gobiernos comunitarios. Aquellas formas de gobernar se derivaron de sus relaciones históricas con la Naturaleza, con el territorio concebido como fuerza de lo vivo, como cuerpo. Los Mayas entendieron al humano como un elemento más dentro de un gran ecosistema.

¿Qué significa para nuestro capital social este comportamiento?, ¿qué país tendríamos si la relación entre el interés colectivo y el interés individual fuese inversa en nuestra ética personal y por lo tanto en nuestra cultura? Dado el desbocado mundo individualista al que asistimos, no hay hoy mayor desafío, fuerza y sentido común que promover los beneficios de anteponer bienestar colectivo sobre la satisfacción inmediata de esta cultura del Yo primero.

Fuente: [https://elperiodico.com.gt/opinion/2017/10/16/salir-de-la-cultura-del-yo-primero/]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Marcela Gereda
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